“Flash Gordon fue la figura más importante de nuestros años formativos. Nos enseñó a diferenciar lo correcto de lo equivocado, el bien del mal. Y que el verbo “interpretar” se puede explicar desde una óptica extremadamente amplia. Flash Gordon es el símbolo de nuestra amistad, John. Compártelo conmigo”.
El osito Ted en “Ted” (Seth McFarlane, 2012)
En Ted, la comedia gamberra del humorista Seth McFarlane (Padre de familia) sobre un osito de peluche parlante que convive con un hombre de mediana edad, se venera “Flash Gordon”. Pero el muñeco peludo y cabrón no se refiere a la tira periodística creada por Alex Raymond y a la que el periodista asturiano Javier Cuervo dedica su nuevo libro, sino al filme ‘kitsch’ de 1980 protagonizado por Sam J. Jones y Max Von Sydow. Sirve, entonces, este ensayo publicado por Rema y vive para rellenar el espacio que hay desde la publicación de la primera historia del héroe intergaláctico, en 1934, al estreno de la película y, de paso, para evaluar cómo ha llegado a nuestros días: casi entre la parodia y el olvido, la nostalgia y el malentendido, en el que hoy vive un cómic que marcó buena parte de los años treinta y cuarenta.
El conocimiento de Cuervo sobre el tema resplandece desde la introducción, a la que dedica casi la mitad del libro, y con la que trata de hacer historia sobre un tiempo al principio del siglo XX, vergonzoso de recordar estos días porque casi nadie habla de él: lo digital y sus tonterías hacen que nos olvidemos de las revoluciones anteriores. Me refiero a unas décadas donde los periódicos convivían reporteros alcohólicos, magnates enamorados (hay mucho espacio para hablar de William Randolph Hearst) y esa especie que corría en paralelo al desarrollo de las redacciones periodísticas. Se llamaban historietistas y sus seriales en la prensa norteamericana también llegarían a España, como bien explica Cuervo, tanto en versiones adaptadas desde el título (Lorenzo Parachoques y Pepita, Agente Secreto X-9) hasta determinadas temáticas escabrosas para aquel(los) españolismo(s). Un poco menos de falda, un poco menos de americanismo(s), un poco menos de casi todo: no se vayan a enterar demasiado.
En Flash Gordon. El amor y la guerra en el planeta Mongo de Alex Raymond se ejercita lo que importa en un ensayo cultural: la reivindicación razonada (poca ciencia infusa, que diría Gustavo Bueno) de figuras que ya no existen en el discurso oficial o en el discurrir popular. Y no solo es la de Alex Raymond, creador de Flash Gordon, al que pinta Cuervo como un ‘self made man’ estadounidense con necesarios claroscuros. También aparecen en sus páginas Buck Rogers y Dick Tracy, Tarzán y Superman, o cosas tan olvidadas pero que huelen tan bien como “Jack Swift”. Se importa mucho el autor en destacar la conexión de Raymond con su juventud y con su tiempo: es importante que el libro comience en una reunión mítica del KFS (King’s Feature Syndicate), en la que pulula, caprichoso y previo a su paso a alcóholico fantasmagórico, Dashiell Hammet. Defiende de soterrado Cuervo que ahí confluye todo lo que fue el siglo XX (y anteriores) y todo lo que será el XX (y posteriores): la palabra escrita se minimiza y comienza a destacar, por un abaratamiento en los medios de producción, las imágenes en los periódicos. Esto da lugar a una aventura entre la política (La Segunda Guerra Mundial), la sociedad (El estallido de los periódicos) o las nuevas formas de expresión en el cómic (barroquismo, manierismo) que Cuervo desarrolla con la habilidad del que sabe escribir y se apasiona por lo que escribe. Descubre manotazos y (re)vueltas sobre el trazo y los enlaza con el fondo de lo contado porque todo lo inevitable tiende a juntarse, sino es que ya formase una dialéctica previa.
Si en lo histórico y formal de su primera mitad Flash Gordon. El amor y la guerra en el planeta Mongo de Alex Raymond interesa, la segunda parte, dedicada íntegramente a los arquetipos en el cómic de Alex Raymond, es lo más potente del trabajo de Cuervo. Todo se mueve por algo y las ficciones reflejan una época (y sus circunstancias) porque una época (y sus circunstancias) no le queda más remedio que producir ficciones. Ya que antes nos explicó el formato, ahora vamos al fondo: un héroe americano antes que los héroes americanos (casi nazi en la tipología), un peligro amarillo (al estilo de Fú-Manchú, pero un poco más salido y de nombre Ming), una chica que busca la fidelidad dentro de las infidelidades y un espacio en el que hay mucho más allá, como después descubriría Roddenberry con su serie de “Star Trek”. Sería injusto desarrollar en “Mongolibros” todos los argumentos de Cuervo (para eso, comprad el libro en la web de la editorial) pero son todos respetables en la medida que lo alejan de lo que Umberto Eco consideraba una “interpretación paranoica”. Reside el valor del autor asturiano en lo que decía Eco en su “Interpretación y sobreinterpretación”: “Para leer el mundo y los textos sospechosamente, es necesario haber elaborado algún tipo de método obsesivo”. En este sentido, Javier Cuervo es un sospechoso habitual.
Ray Bradbury afirmaba que la ciencia ficción habla más del presente que del futuro. De su sociedad, de sus contradicciones, de sus miedos. Cuervo, en este ensayo mínimo, publicado por una editorial independiente, da espacio a un pasado que, visto lo visto, poco futuro tiene. Su labor vuelve a engrandecer la de los arqueólogos de aquello que a nadie le importa: esos, como él, son los que nos muestran tiempos olvidados y no tan diferentes al nuestro. Esos que hacen que Flash Gordon vuelva a viajar al planeta Mongo y con él, nosotros, hasta los que casi solo le conocíamos por Ted.
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Autor: Javier Cuervo. Título: Flash Gordon el conquistador. Editorial: Rema y vive. Edición: Papel
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