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Odio en las entrañas

Odio en las entrañas (The Molly Maguires, 1970) comienza con una secuencia de quince minutos, sin diálogos, soberbiamente fotografiada en su última película por el veterano James Wong Howe, bañada en una soberbia partitura de Henry Mancini, que suena entre melancolía celta y vibración épica. Estamos en 1876, en el duro distrito de las minas de carbón de Pennsylvania. Es una historia real teñida de un sentido homérico de la vida mirada, contemplada desde el otro lado del espejo.

Odio en las entrañas es una de esas películas que nunca se olvidan. Por su fisicidad violenta, por su apasionamiento. Por mirar las cosas, la vida, de frente, tal como son. Un picnic romántico en medio de un paisaje hermoso corroído por la explotación del carbón nos lleva al corazón del amor pero también de la moral, de la lealtad o la traición. Una mujer puede amar a un asesino pero no a un traidor. En una iglesia un cura habla de pecados, de muerte y violencia a sabiendas de que su rebaño ya no admite prisioneros en la lucha por la vida y se citan conscientemente en el infierno. Una comisaría es un lugar para traicionar, torturar, no para impartir una justicia en la que ya nadie cree. Hay viejos rituales transformados en pactos de sangre y silencio, sin culpables. Porque se une el lirismo de un romanticismo anarquista y desesperado con el desgarramiento existencial de un mundo oscuro determinado por la violencia, la traición y el odio.

"Los patronos tampoco se pararon en barras y la lucha sin cuartel, sin derechos, sin fronteras legales, violenta, sin prisioneros, de desató como un huracán que se llevaba todo por delante"

Conan Doyle trató el tema en El valle del Terror, una hermosa y no menos oscura novela de Sherlock Holmes, cuya segunda parte, Los chirrioneros, narra el trasfondo histórico del crimen cometido en una aislada casa solariega de Inglaterra. Los Molly Maguires era una sociedad secreta, de las que proliferaron en el convulso y violento siglo XIX europeo, una de esas extensiones étnicas, en este caso irlandesa, que la emigración llevó a las tierras de los Estados Unidos. Estas fraternidades de ayuda pronto se convirtieron, si no lo eran en origen, en grupos de defensa feroz de situaciones de opresión e injusticia, regidas por la ley del talión. Más allá de un sindicalismo precoz —recuérdese la fractura familiar presente en la fordiana ¡Qué verde era mi valle!— a costa de una huelga de mineros, las duras condiciones de trabajo impuestas por el capital en las explotaciones mineras de Pennsylvania dieron lugar a la radicalización de organizaciones como los Molly Maguires. Los patronos tampoco se pararon en barras y la lucha sin cuartel, sin derechos, sin fronteras legales, violenta, sin prisioneros, de desató como un huracán que se llevaba todo por delante. Un panorama similar, el del pistolerismo catalán a comienzos del siglo XX, lo retrató magistralmente Eduardo Mendoza en La verdad sobre el caso Savolta y en La ciudad de los prodigios. Dashiell Hammett hizo otra tanto con las revueltas sindicales de los años 20 en Cosecha roja, otra novela magistral.

"Lo que sucede a continuación es una guerra en la que el duro trabajo en la mina, la explotación laboral, los bajos salarios y una policía empresarial brutal, son contrarrestados con asesinatos, atentados y violencia"

Odio en las entrañas se asienta en hechos reales, esas luchas entre patronos y obreros en la cuenca minera de Pennsylvania, con los detectives de la Agencia Pinkerton infiltrándose en las filas de los mineros, pero va más allá. La película, maravillosamente dirigida por Martin Ritt, uno de esos directores que sólo necesitan un buen guión, obra de Walter Bernstein, y un buen reparto para demostrar que lo de artesano es mera retórica para no reconocer un talento innato para contar una historia con subyugantes imágenes, desborda la Historia para reclinarse en las historias. James McKenna no se llama así, sino que es James McParlan (Richard Harris), un hombre de Pinkerton, y bajo ese alias sólo tiene un objetivo: desenmascarar y llevar a juicio al núcleo de los Molly Maguires, amparados bajo el paraguas de la Ancient Order of the Hibernnians. Lo que sucede a continuación es una guerra en la que el duro trabajo en la mina, la explotación laboral, los bajos salarios y una policía empresarial brutal, son contrarrestados con asesinatos, atentados y violencia.

El otro lado de la ecuación es Black Jack Kehoe (Sean Connery), el líder obrero, duro como la vida en las minas, y su compromiso con lo que hace y por qué lo hace significa que McKenna debe reflejar en el espejo de Kehoe su propio compromiso y valores humanos, volados con dinamita y pólvora. Kehoe es Connery como Harris es McParlan, oscuros, violentos, telúricos, insuperables. Si McKenna se enamora de Miss Mary Raines (inolvidable Samantha Eggar), eso es algo que supone aún más dolor, más recuerdos lacerantes para toda la vida.

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Odio en las entrañas (The Molly Maguires, 1970). Producida por Martin Ritt y Walter Bernstein. Dirigida por Martin Ritt. Guión de Walter Bernstein, basado en el libro Lament for the Molly Maguires, de Arthur H. Lewis. Fotografía de James Wong Howe. Música de Henry Mancini. Dirección de Arte, Tambi Larsen. Decoración, Darrell Silvera. Montaje, Frank Bracht. Vestuario, Dorothy Jeakins. Interpretada por Sean Connery, Richard Harris, Samantha Eggar, Frank Finlay, Antony Zerbe, Bethel Leslie, Art Lund, Philip Bourneux, Anthony Costello, Brendan Dillon. Duración, 124 minutos.

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