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Setenta años de la revista Tintín

Portada del número 1 de la revista Tintín.

“Para jóvenes de 7 a 77 años” rezaba el eslogan original de las aventuras de Tintín. Ese mismo lema fue el subtítulo de la revista que tomó su nombre del infatigable reportero de Le Petit Vingtième. Su primer número llegó a los quioscos belgas y franceses el veintiséis de septiembre de 1946. En los setenta años transcurridos desde entonces, cuantos aman las aventuras de Tintín han comprendido que el eslogan no era ni retórica ni una frase que iba bien para aumentar las ventas. Ni siquiera esa alusión al amplio espectro de la edad de los lectores que parecía. Muy por el contrario, era el conjuro que obraba el don de la infancia infinita.

Desde su primera entrega, En el país de los soviets, publicada como es sabido en Le Petit Vingtième entre el diez de enero de 1929 y el ocho de mayo de 1930, Tintín y Milú mostraron una capacidad sin paragón en toda la historia del cómic –y singular como pocas en la de la cultura occidental en general– para convertirse en la referencia más temprana de la mitología personal de sus lectores. Cuantos aman la obra de Hergé, el creador de tanta maravilla, desde que descubrieron su primera viñeta –ya no en Le Petit Vingtième, sino en uno de aquellos álbumes con el mítico lomo de tela que le obsequiaban sus mayores en la remota infancia– saben que volver a ver una estampa del periodista es volver a la dicha de los primeros días. Pero no divaguemos. Como se dice ahora, hoy lo que toca es la efeméride.

"Cuantos aman la obra de Hergé, el creador de tanta maravilla, saben que volver a ver una estampa del periodista es volver a la dicha de los primeros días."

En 1946 ya había suficientes lectores de Tintín –la tintinofilia es un estadio superior– como para que nuestro héroe mereciera una revista. Con todo, poner en marcha la publicación no fue tan fácil como decidirlo. Pesaba sobre el gran Hergé el estigma de colaboracionista. Su supuesta colaboración con el invasor alemán de su país durante la guerra se limitaba a haber seguido publicando las aventuras de Tintín en Le Soir, el más popular de los rotativos francófonos de Bélgica, controlado durante la ocupación por la propaganda Abteilung –nazi–. Apenas fue liberada Bruselas y el diario devuelto a sus verdaderos propietarios, a Hergé, cuyo amor al trabajo frisaba el estajanovismo, se le prohibió seguir publicando. El maestro –que llegó a pisar la cárcel durante el proceso– aprovechó aquel veto para redibujar las doce aventuras publicadas hasta entonces, dando así al mejor periodista del mundo la que sería su forma definitiva.

Tintín.También pesaba sobre Hergé una amistad de juventud con el nazi Léon Degrelle, el fundador del rexismo belga y de la Legión Valonia de las Waffen-SS, que halló refugio en la España franquista. Sin embargo, hay constancia de que el creador de Tintín se negó a dibujar los símbolos del partido de su amigo. Por aquel entonces, Hergé sólo era católico. Como Le Vingtième Siècle, el periódico de Bruselas en cuyo suplemento infantil, Le Petit Vingtième, nació Tintín. Sin embargo, a diferencia de aquella cabecera dirigida Norbert Wallez –de la que hoy sólo se recuerda que vio nacer al intrépido reportero–, no era conservador. Católico y sentimental, así podría habérsele definido cuando fue acusado de colaboracionista. Con los años, como tanta gente de su tiempo de buena voluntad, evolucionaría al escepticismo del otoño de su vida, expreso de forma magistral en Tintín y los pícaros (1976).

No cabe duda de que quienes llevaron a Hergé ante el juez no habían leído El cetro de Ottokar, publicado en Le Petit Vingtième entre el cuatro de agosto de 1938 y el diez de agosto del año siguiente. En sus viñetas, Tintín denunció de forma meridiana la Anschluss (anexión) alemana de Austria. Cumple asimismo recordar que el nombre del dictador bordurio de aquellas páginas, Müsstler, es una indiscutible amalgama de los apellidos de Hitler y Mussolini. Los que acusaron a Hergé tampoco estimaron que, en El Loto Azul, aparecido en Le Petit Vingtième entre el nueve de agosto de 1934 y el diecisiete de octubre del 35, el dibujante, en su encono contra la barbarie de las potencias del Eje, hizo que Tintín fuese uno de los primeros periodistas que denunció las atrocidades cometidas por el ejército imperial japonés durante la invasión de China.

"No cabe duda de que quienes llevaron a Hergé ante el juez no habían leído El cetro de Ottokar,"

Afortunadamente, al juez encargado de la causa abierta contra el maestro no le hizo falta deliberar mucho para absolverle de todo cargo. Resolvió que su obra se había limitado “a la composición de dibujos para niños, excluyendo cualquier tendencia política”. Y bien es cierto que fue así. Pero hubo más. En su empeño de evitar el más mínimo mensaje político en las entregas publicadas durante la ocupación –El cangrejo de las pinzas de oro (1940-41), La estrella misteriosa (1941-42), El secreto del Unicornio (1942-43), Las siete bolas de cristal (1943-44)–, Hergé había llevado a Tintín a escenarios siempre alejados del conflicto europeo y agudizado su ingenio hasta concebir la edad de oro de la serie. Todo se vio cercenado de pronto cuando la publicación de Las siete bolas de cristal quedó interrumpida el tres de septiembre de 1944, con la liberación. Tintín acaba de reencontrarse con el general Alcázar en una calle de Bruselas en la que sería la página 50 de la edición actual del álbum.

Hergé con un busto de TintínAdemás de esos lectores que añoraron durante dos años el regreso de su querido lechuguino –como llamaban a Tintín sus enemigos en las entrañables traducciones españolas de Zendrera Zariquiey–, entre los defensores de Hergé se encontraba uno de esos jóvenes de 7 a 77 años que también era un héroe del Mouvement National Royaliste, la resistencia belga. Raymond Leblanc, el sujeto en cuestión, no sólo contribuyó de forma determinante a la exoneración de Hergé, también fue el creador de Éditions du Lombard para la publicación de la revista Tintín. “Acogió nuestra proposición con cierto escepticismo”, recordaría Leblanc sobre el Hergé al que visitó por primera vez. “Le entusiasmo la idea de que una revista llevara el nombre de su pequeño personaje. Pero dudaba de que pudiera llegar a publicarse”. Por fortuna, el maestro no tardó en contagiarse del entusiasmo de su editor.

Naturalmente, con la aparición del semanario, las aventuras de Tintín dejaron de estar incluidas en el índice de libros prohibidos por el Alto Mando Aliado, que las había vetado el ocho de septiembre de 1946. El regreso del infatigable reportero ya se produjo en El templo del Sol, que forma un díptico con Las siete bolas de cristal. Para orientar a los lectores, Hergé retomó la historia remontándose unas planchas más atrás de donde hubiera debido continuar –en concreto doce que corresponden a las últimas de la versión actual de Las siete bolas de cristal– e introdujo unos recortes de prensa a modo explicativo. El álbum que conocen ahora los meros lectores del valiente no es el original. Ése es el publicado por entregas en la revista Tintín entre el veintiséis de septiembre del 46 y el veintidós de abril del 48, que los tintinófilos atesoran como una de las joyas de su colección. Hubo una edición española, apaisada, dada a la estampa en 1988 por Editorial Juventud.

"Con la aparición del semanario, las aventuras de Tintín dejaron de estar incluidas en el índice de libros prohibidos por el Alto Mando Aliado."

Un último dato sobre la que para muchos es la obra maestra del gran Hergé: fue en aquella versión original de El templo del Sol donde Tintín publicó los únicos artículos que se le recuerdan. Bajo el título de «¿Quiénes eran los incas?» reunió una serie en la que hacía gala de su proverbial respeto por esas culturas diferentes que le llevaban a conocer sus periplos. Lástima que toda esa inteligencia, que aún injuria la memoria de Hergé acusándolo de “facha”, siga sin reparar en que Tintín fue un precursor del indigenismo. Andando en el placer de la lectura de aquella aventura en los Andes, se descubre que no duda en interponerse, junto al fiel Milú, cuando unos miserables maltrataron al indio Zorrino.

A partir de la aparición del semanario, las aventuras del mejor periodista del mundo aparecieron seriadas en su revista. A los pocos meses de su conclusión se publicaban en álbum por Casterman. Traducidas a un centenar de idiomas, se han vendido doscientos treinta millones de ejemplares. La revista, que prolongó su existencia hasta 1993, vio nacer a la plana mayor de la Línea Clara del cómic, siempre debida a discípulos y colaboradores de Hergé. Ya en el número uno había páginas dedicadas a Corentin, de Paul Cuvelier, y Les Quatre Fils Aymon, de Jacques Laudy. Entre ellas apareció la primera entrega de El secreto del espadón, primera aventura de Blake y Mortimer, del gran Edgar P. Jacobs. Alix el intrépido, del igualmente grande Jacques Martin, se incorporó al reparto en septiembre de 1948. Para entonces, dado su éxito, la publicación ya había aumentado su número de páginas. Bob de Mor, el tercero de los grandes discípulos de Hergé, junto con Jacobs y Martin, llegó procedente de Kuifje, versión neerlandesa de la revista, en 1949.

Fueron tantos los lectores, y tanta la influencia, que llegó a tener el semanario para jóvenes de 7 a 77 años en el mundo francófono que también pasaron por sus páginas los maestros del cómic francés. Corría 1958 cuando Albert Uderzo y René Goscinny publicaron en ella las primeras planchas de su Umpah-pah. Incluso André Franquin, el creador de los entrañables Spirou y Fantasio –que inspiraron a su vez una revista anterior, eterna competidora de nuestra favorita– también publicó en Tintín. Hergé, hombre de buena voluntad a carta cabal, siempre sintió una sincera admiración por él. A diferencia de los aficionados en sus disputas sobre bande dessinée, el maestro nunca reparó en que Franquin fuera uno de los principales exponentes de la Escuela de Marcinelle, la opuesta a la de Bruselas, integrada por Hergé y sus acólitos.

Aunque llegó tarde –como las propias aventuras, que comenzaron a publicarse a comienzos de los años 60, cuando la serie ya estaba prácticamente acabada–, también hubo una edición española de la revista Tintín. Irrumpió en los quioscos en 1967. Publicada por Zendrera, animó esa edad de oro del tebeo español que tanta dicha proporcionó a los niños de la época. En sus páginas aparecieron las primeras traducciones de Tintín en América (1932) y Tintín en el Congo (1931), segunda y tercera aventuras, respectivamente, de la serie. Prolongó su vida hasta el 69, cuando fue integrada en Gaceta Junior. Ya en 1981 la iniciativa fue retomada por la llorada Editorial Bruguera. Pero la polémica en torno a la Línea Clara y la inteligencia contra Hergé se encontraban en uno de sus momentos álgidos y la iniciativa no acabó de cuajar.

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