Pedro Sevilla es un poeta nacido en Arcos de la Frontera, Cádiz, en 1959. En 1989 la colección de cuadernos “La Poesía más joven”, dirigida por el poeta Francisco Bejarano, publicó sus primeros poemas. Ha publicado los libros de poesía Y era la lluvia, amor (Barro, 1990), Septiembre negro (Renacimiento, 1992), Sendero Luminoso (1994), La luz con el tiempo dentro (Accésit del Premio Internacional de Poesía Rafael Alberti, Renacimiento, 1995), Tierra leve (2002) y Serán ceniza (2012). En narrativa es autor de las novelas Extensión 114 (Quorum Libros Editores, 2000), 1977 (Quorum Libros Editores, 2002), La fuente y la muerte (2010) y Relojes nublados (2012). También ha publicado los libros de memorias El pueblo, ya sabéis (Canto y cuento, 2016), El amor es ahora (Canto y cuento, 2018) y el libro Diez de Julio, antología y estudio de la obra del poeta arcense Julio Mariscal Montes. Su obra poética ha sido reunida en las antologías Todo es para siempre (Renacimiento, 2008) y Para cuando volvamos (Renacimiento, 2018).
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TODO LO AZUL DEL MUNDO
Aquí, sobre este folio, para explicar mi infancia,
todo lo azul del mundo: las canicas
como extraños planetas de cristal
brillando entre mis dedos, los océanos
de los primeros cuentos con piratas y barcos,
el cielo de mi calle
y poco más, si acaso algunos golpes
de lluvia en los cristales, por septiembre.
Pero —como explicarlo—,
todo sería gris en la memoria
sin lo aún más azul: los ojos de mi madre.
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FOTOGRAFÍA ESCOLAR
Ese que veis ahí, junto al Hermano Eutimio,
el de los ojos huidizos e inefables
que no consiguió plaza
en el glorioso equipo de fútbol del colegio;
ni entró nunca de balde al cine de verano
porque era tonto y torpe y no sabía
distraer al portero,
por tomarse venganza de tanta humillación
y demostrar a todos los de Segundo B
que era capaz de hacer algo importante,
comenzó a escribir versos de once sílabas
en azules cuadernos de dos rayas.
Así, sutiles críticos, no busquéis en mis versos
ni poéticas serias ni raros argumentos
sobre este noble oficio. Mi escritura
es sólo un vano intento de emular
la fama de los niños de la escuela.
En especial de uno, Ramón Amaya Flores,
un gitano muy guapo
que marcaba los goles de chilena.
***
EL RECUERDO
Igual que hoy rememoras, con placer
y nostalgia, los años infantiles
y el recuerdo te hacer ver azul
la casa tenebrosa donde con tus hermanos
pasaste tanto miedo,
cuando ya no seas joven, lo sepas y te duela,
él volverá de nuevo a decirte que hoy
—la tarde cenicienta de diciembre
agitada de frío,
mientras escribes un poema contra la soledad—
fuiste feliz inmensamente.
Vendrá con más mentiras. Pero tú no lo creas.
***
FOTOGRAFÍAS DE 1976
Ojos tristes, serenos, casi dulces,
buscando dignidad
frente al dolor del mundo y frente a la hermosura;
lluvia en el corazón todas las tardes
en un jardín de herrumbre, rosas rojas
y algunas octavillas,
también este muchacho que aquí véis
fui, al parecer, yo mismo.
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DESOLACIÓN
Estos días amargos –hablo en serio–,
cuando el dolor asfixia y uno quiere morir
para no ver los dientes a la vida,
cuando ni la ironía es una arma certera
ni el vino trae olvidos,
yo pagaría oro, vendería mi alma,
por volverme otra vez
niño de calzón corto saliendo de la escuela
camino de los brazos de mi madre.
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LA NADA
Un caracol que cruza el frío mármol
de una tumba olvidada
una vacía tarde de domingo.
Y también estos ojos que lo miran cruzar.
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LA CASA NUEVA
Amanece, y la luz recién llegada
lo va tocando todo.
Los cristales se abren a momentos azules,
a brisa que aún conserva el olor de los astros.
Esta casa,
que han alzado tus brazos,
alta y definitiva,
muy cerca de la patria de los pájaros,
tampoco ha de quitarte el miedo:
la muerte ya conoce tu nueva dirección.
Símbolo de firmeza,
mira estos anchos muros que han de sobrevivirte,
la cotidiana paz de los objetos
que serán no el futuro,
sino el pasado dulce de tus hijos,
la memoria que un día
les quedará de ellos
cuando ya no sean niños y recuerden.
No han de quitarte el miedo estas maderas,
su perfume de bosques, de pinos de otro siglo.
Todo habrá de quedarse una mañana
como ésta que hoy empieza
de cielo azul y brisa:
los pájaros, los muros, las ventanas…
Te buscará la luz con dedos rubios
pero tú estarás lejos. Muy lejos y muy solo.
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AÚN HAY SOL EN LAS BARDAS
Tras un cruel verano de agujas y de fiebre,
preso en la estrecha cárcel del dolor,
huyendo de la muerte entre sábanas blancas,
y ángeles blancos, y anestesias blancas,
qué bello es regresar
cuando inicia septiembre su colección de oros,
y emocionarse con las cosas que juntas son la vida:
el grávido planeta de un tomate que huele
a huerta fresca y tiempo;
el fulgor de este sol que aún nos hiere
o la cebolla que alguien
está friendo ahora en la cocina
y cruje perfumando de honradez nuestra casa.
Y bello, sobre todo, emocionarse con tus manos,
únicos pájaros
que he podido mirar este verano
y que ahora me enjugan
estas felices lágrimas del rostro.
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LA LLUVIA
En un mundo anterior. En el pasado siempre.
Sobre las tejas pobres de la infancia
donde el amor tapaba las goteras.
Sobre las rosas rojas del otoño
en la lejana adolescencia.
En las estrellas ya apagadas,
en las constelaciones más pretéritas.
Sobre la tumba abierta del mañana
que es pasado también por su certeza.
La lluvia está sonando eternamente
en el patio vacío de mi escuela.
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ÉRAMOS VIOLENTOS
Éramos violentos y algo tristes.
El paraíso entonces
era besar tus labios,
ir contigo a los muros donde en tiempos de paz
se abrazan las parejas
como si cachearan al amor.
Era el setenta y siete.
Tenías veinte años y un temblor en el pecho
de palomas miedosas que acostumbraron pronto
a probar la ternura de mis manos.
Éramos violentos: agentes de uniforme
saqueaban las aulas en busca de octavillas,
de libros prohibidos;
no comprendieron nunca que en los parques de octubre,
besándonos los labios,
fuimos más inquietantes, mucho más peligrosos
que gritando en las calles mientras no perseguían.
Tenías veinte años:
Recuerdo que en un muro,
bajo la sangre quieta de unas siglas,
hicimos el amor en pie de guerra.
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Que bien se siente cuando un verso te retrata
Y cómo, a los no entendidos en poesía como yo, pueden unos versos claros traspasarnos, como estos recién leídos, y como hacía el viejo Machado