Ana Cristina Cesar fue una poeta y traductora nacida en Río de Janeiro, Brasil, en 1952. Considerada uno de los nombres más importantes en la Generación del mimeógrafo. Vinculada también con el movimiento de la Poesía Marginal. En 1969, a los 17 años, viaja por primera vez a Inglaterra. Tiempo después, diría que la mayor consecuencia de aquella experiencia fue la pérdida de la fe. Completó estudios clásicos en la Escuela de Prácticas de la Facultad de Filosofía de Río y posteriormente se licenció en Letras por la Universidad Católica de Río de Janeiro. Se graduó como Master of Arts en la Universidad de Essex, Inglaterra. Tradujo a Katherine Mansfield y Emily Dickinson entre otras. Fue a partir de los años setenta cuando empezó a desarrollar su obra poética, durante la última dictadura militar brasileña (1964-1985). En 1983, al final de un curso sobre literatura de mujeres en Brasil, entra en una fase depresiva profunda. Después de un intento de suicidio en la playa, permanece ingresada durante algunas semanas en un psiquiátrico. El 29 de octubre regresa a casa de sus padres, en Copacabana, donde, con solo 31 años, se suicidó saltando al vacío desde una terraza en presencia de su familia. Publicó Escenas de Abril (1978), Correspondencia completa (1978), Guantes de gamuza (1980) y A tus pies (1982). Póstumamente, se publicarían los libros Inéditos e dispersos (1985), Novas seletas y Poética (2015). Presentamos una selección de poemas con traducción de Teresa Arijón, Bárbara Belloc y Sandra Almeida.
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Medianoche. 16 de junio
No vuelvo a las letras, que duelen como una
catástrofe. No escribo más. No milito más.
Estoy en medio de la escena, entre quien adoro y
quien me adora. Desde aquí del medio siento la cara
abrasada, mano fría, ardor en la garganta. La
jauría de Londres caza mi maldad pueril,
cándida seducción que da y toma y luego exige
respeto, madame jabalí. No soporto los perfumes.
Hurgo con la nariz el traje de él. Aire de Mia
Farrow, traslúcida. El horror de los perfumes, de los
celos y del zapato
que era gemela perfecta de los
negros celos brillando en la garganta. Las novias que
preparé, amadas, blancas. Hijas del horror de la
noche, estallando de tan nuevas, tontas de bouquets. Tan
tristes cuando extermina, dulce, insomne, mi
amor.
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Imaginé un truco barato que casi
resulta. Tengo corresponsales en cuatro capitales
del mundo. Piensan en mí intensamente
e intercambiamos postales y novedades. Cuando no
llegan cartas planeo arrancar el calendario de la
pared, en la sesión de dolor. Creo viborillas que son
crías de rabia — rabietas que suben en
grupo por la mesa y cubren el calendario de la pared
sin parar de moverse. Fui yo la que inventó esos
planes y trucos en el tren. ‘¿El tren
que atraviesa el caos?’ — mira tú. Llega una
carta desde la capital de Brasil que dice: ‘¡Todo! Todo
menos la verdad’. ‘Los personajes usan
disfraces, capas, rostros enmascarados; todos
mienten y quieren ser burlados. Quieren
desesperadamente’. Al contrario, era un tren
que atravesaba el countryside de la civilización. Era
un tren atrasado, parador, que se metía en
túneles y a esas horas yo planeaba más lejos
todavía, planeaba levantar una cortina de humo
y abandonar a mis corresponsales uno por uno.
Porque hago viajes movidos por el odio. Más
resumidamente en busca de bliss.
Por eso tomo los trenes quince minutos
antes de la partida. Sweetheart, cleptomaniac
sweetheart. You know what lies are for. Dulce
corazón cleptómano.
Poniendo de soslayo en la maleta sobras de comida,
gatos y bebés enfermos.
Aliento de gato. Gato viejo parado hace horas
frente a la puerta del frente.
Y qué. El corazón en la maleta. Pon el corazón
en la maleta. Ponlo en la maleta.
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Celos
Tengo celos de ese cigarrillo que fumás
Tan distraídamente.
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Travelling
Tarde a la noche recoloco toda la casa en su lugar.
Guardo todos los papeles que sobraron.
Confirmo para mí la solidez de los candados.
Nunca volví a decirte una palabra.
Desde lo alto de la sierra de Petrópolis,
con un sombrero en punta y una regadera,
Elizabeth*
reconfirmaba, “Perder
es más fácil de lo que se piensa”.
Rompo todos los papeles que sobraron.
“Sus ojos pecan, pero su cuerpo
no”, decía el traductor preciso, simultáneo,
y eran sus manos las que temblaban. “Es peligroso”,
reía Carolina perita en papel Kodak.
La cámara viajaba en rasante.
La voz en off en las montañas, inextinguible
fuego domado de la pasión, la voz
del espejo de mis ojos,
negándose a todos los viajes,
y la voz raspante de la velocidad,
de todas las tres bebí un poco
sin darme cuenta
como quien busca un hilo.
Nunca volví a decirte
una palabra, repito, puntualizo,
por la noche tarde,
mientras desaliño
sin lujo
sed
agujazos
los pareceres que oí en un día interminable
sin parecerme ya a la luz ofuscada de ese
mismo día interminable.
* Referencia a la poeta Elizabeth Bishop.
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Cómo afeitar el paisaje
La fotografía
es un tiempo muerto
ficticio regreso a la simetría
secreto deseo del poema
censura imposible
del poeta
***
Fisonomía
no es mentira
es otro
el dolor que duele
en mí
es un proyecto
de paseo
en círculo
un malogro
del objeto
en foco
la intensidad
de luz
de tarde
en el jardín
es otro
otro el dolor que duele
es aquí
por ahora
todavía no hay
cortina
alfombra
luz indirecta
amenizando la noche
cuadros en las paredes
***
Como Caperucita
Corro de mamá a la abuela
cargada de bolsos.
Pero es en el camino donde exclamo:
– ¡ahora puedo todo!
Para esta figura obstinada voy hasta el
agotamiento,
valiente,
soy una mujer del siglo XIX
disfrazada en el siglo XX
***
Fama y fortuna
Estampillé mi nombre tantas veces
y ahora me vuelvo noticia de diario.
Duele cuerpo -línea neurálgica vía
corazón. Los vecinos de abajo
imploran mi expulsión inmediata.
No oyeron el frenesí pianísimo de la lluvia
ni la primera historia propia de terror:
en el Madame Tussaud el asesino esculpía
las víctimas en cera. Se volvió noticia.
Manejo mi coche. Miro la bahía a lo lejos,
en la bruma de neón, y pienso en Haia,
Hamburgo. Dover, anclas levantadas
en Lisboa. No llegué al nuevo mundo.
Nada es nacional. Caigo en mi salto,
duele la culpa intrusa: haber robado
tu derecho de sufrir. Robé tu
sordina, me lancé al mar,
estoy haciendo agua. Dame el bote.
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Nada disimula la perfección del amor…
Nada disimula la perfección del amor.
Un auto en marcha atrás. Memoria del agua en movimiento. Beso.
Gusto particular de tu boca. Ultimo tren subiendo al
cielo.
Aguzo el oído.
Los aparatos que sólo hacen sonido ocupan el lugar
clandestino de la felicidad.
Necesito atarme al velamen con mis propias manos.
Sirgar.
Desde aquí al fondo de la reserva forestal oigo cosas que
nunca oí, pájaros que gimen.
***
A punto de partir…
A punto de
partir, ya sé
que nuestros ojos
sonreían para siempre
en la distancia.
¿Parece poco?
Suelo de sal gruesa y oro que se raja.
A punto de partir, ya sé que
nuestros ojos sonríen en la distancia.
Lentes oscurísimas bajo los pilares.
***
Poesía
jardines inhabitados pensamientos
supuestas palabras en
pedazos
jardines se ausenta
la luna figura de
una falta contemplada
jardines extremos de esa ausencia
de jardines anteriores que
retroceden
ausencia frecuentada sin misterio
cielo que retrocede
sin pregunta
***
Noche carioca
Diálogo de sordos, no: amistoso en el frío.
Obstáculo a contramano. Suspiros a
contraflujo. Te presento a la mujer más discreta
del mundo: la que no tiene ningún secreto.
***
Último adiós II
El navío desatraca
imagino un gran desastre sobre la tierra
las lecciones levantan vuelo,
agudas
pánicos felinos apoyados en la amura
y en la deck-chair
todavía te escucho hojear los últimos poemas
con una sonrisa a medias
Valiente y claro.