No, ese título no se me ha ocurrido a mí, se le ocurrió a Hanns Eisler, un compositor austriaco que trabajó con Bertolt Brecht y que le puso banda sonora a la película de su amigo el director de cine Joris Ivens, 14 maneras de describir la lluvia (1929). Es una bellísima película muda que musicalizó Eisler, y que la autora de este libro pone en un punto de su narración articulando la forma en que la relación amorosa de Hans y Katharina se va fraguando a través de sus páginas.
¿Qué tiene la literatura centroeuropea que nos gusta tanto? ¿Sienten de manera diferente allí, acaso, la angustia de la etapa comunista fue tan diferente a la dictadura de Franco? Es comparable la narración asfixiante de Laforet a la de Erpenbeck, salvando las distancias. Acaso, ¿nuestra cercanía histórica con la dictadura franquista, nos hace distorsionar el sufrimiento humano? ¿Se ha conseguido tal grado de perfección sintáctica y descripción de la decadencia como la de Krasnahorkai en Tango satánico en otra novela española? Es una cuestión de enfoque y punto de vista.
Quizá uno de los factores que más module la voz del narrador sea la de vivir bajo el yugo de un poder supremo, y por eso, Nada, no parezca tan terrible al lector actual que no vivió esa época, y Tiempo de silencio, con sus juegos experimentales, no parezca tan sórdido como en verdad lo fue. Quizá Señas de identidad también, ese pasar de las imágenes del fotógrafo enfermo nos dé la clave en la búsqueda de la identidad nacional, como en los personajes de Kundera, otro especialista en aparentar una sencillez idiomática y formal que no está al alcance de cualquiera. Erpenbeck vivió en el bloque federal alemán.
O el amable desequilibrio de la frase inacabada que restalla comicidad en Hrabal, la dureza de su estilo no hace sino encubrir una manera de ser bajo una capa de observación. El tránsito por la enfermedad y su traducción al texto. Sería interminable hablar de otros autores que vivieron el horror nazi o la represión soviética: Celan, Benn, Trackl…
Erpenbeck modula una historia de amor dentro de la sordidez del Telón de Acero, y no creo que sea una recreación nostálgica de dicho periodo, sino que rastrea la posibilidad de demostrar que la vida se abre paso a través de las condiciones más adversas, he ahí, como un monumento, la labor de Gombrovich en La seducción/Pornografía, y la contemplación decadente del pecado en una pareja de jóvenes, mientras está sucediendo la guerra más terrible, la decadencia humana continua en la mórbida obsesión de la juventud al desnudo y nos hace bascular en el peso de la culpa mientras atrapan a un soldado nazi al que juzgan y condenan.
Quizá gocen los personajes de Erpenbeck de esa dimensión teatral que transmiten los sentimientos a través de sus acciones, el resultado es clarividente, el espacio está marcado por detalles visuales que alumbran su posición, van cobrando vida por mano de la autora, sirven casi de acotaciones marcadas en el espacio narrativo, se mueven vivos dentro de un lugar en donde las sensaciones alcanzan veracidad, dimensión, volumen.
El sentimiento es un volumen, tiene peso, masa, color, como decía esa canción de Caetano Veloso, que tanto sabía de aquello de buscar nuevas identidades nacionales en tradiciones extrañas, como puede ser una canción de Hendrix.
Los sentimientos son las ramificaciones de un río, todo fluye por el Danubio.
Erpenbeck y las cajas encontradas, Erpenbeck pretende ser objetiva en una historia de amor, así lo dice el prólogo, y el epílogo también lo asegura. Unas cajas encontradas, unos desconocidos a los que va investigando la autora, la historia de amor y su volumen, sus citas, las palabras propias de los amantes, las fotos, los regalos, los cien años que entre los dos suman.
Convierte Erpenbeck lo etéreo en sólido, mueve a los personajes a su antojo en los escenarios oprimidos del Berlín oriental, salidas y entradas de la Alemania soviética, Colonia, Budapest, el Danubio de nuevo. Moscú.
Las cajas son cajas con documentos, cartas entre los dos amantes, no hay adornos, y de esa manera organizativa estructura la autora su libro con números romanos y con arábigos, que separas las diferentes partes y los episodios.
¿Se puede ser objetivo contando una historia de amor? Quizá sí, mientras no sea la nuestra. Eso también lo hizo Lobo Antunes en Os cus de Judas, que prefiero no traducir por lo feo del título en castellano, una larga carta a la amante, una descripción sentimental en el exilio durante la guerra de Angola, ¿escribió aquí Antunes de sí mismo? ¿Acaso importa a la narrativa amorosa? ¿Habla Erpenbeck de sí misma, de esa otra yo joven?
Todo es fruto del instante, la suerte de poder atrapar a Kairós, el caprichoso dios que escapa raudo:
“Nuestro acopio de felicidad ya nadie nos lo puede quitar”, dice él, “No, si me muriera ahora mismo, ya te quedaría esto para siempre”, dice ella desde su juventud.
Y, sin embargo, a pesar de esa cita que expresa lo dicho por los personajes, esta novela está escrita desde una voz externa, en tercera persona, y escoge un riguroso presente temporal que escribe la letra, la mano que mueve los hilos, se apodera así Erpenbeck de esos personajes, los llena de movimientos y los hace actuar en un escenario.
De ahí la música, de ahí el atrezzo, y el decorado decadente de Berlín Este que, cada vez más, se va pareciendo a la imagen reflejada del otro Berlín. Cajas, espejos, música, espacios irreales, vacío sentimental porque, desde pronto, sabemos que ya no existe eso que se nos está contando, Kairós se ha ido, siempre lo hace, es el dios del momento.
En realidad, Kairós es un intento de buscar la identidad, tanto personal, Hans y Katharina redefinen sus miradas a través de la mirada del otro, como decía Salinas:
“Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio”.
La comprobación del otro por la mirada, garantes rilkeanos de la soledad del otro, la definición ontológica de lo amado a través de la mirada. Y donde Erpenbeck nos hace sentir espectadores al otro lado de la cuarta pared.
Y también, una definición del ser en cuanto pueblo, a qué mundo pertenecen los amantes, en qué parte de la frontera se quedan los que se aman. El amor no es tan distinto, es sorprenderse a uno mismo ante el espejo y no ver tu desnudez, sino la del otro.
Hans y Katahrina atraviesen fronteras, del Este al Oeste de un Berlín que está a punto de engancharse al capitalismo, y comprobar, como hace Katarina, que existe la pobreza al otro lado, pero no es capaz de darse cuenta del engaño de esa historia de amor, de una relación desigual. La joven mujer que es capaz de ver y analizar el engaño político basado en la posesión de la riqueza sin más, pero le falta experiencia para darse cuenta de que a su corazón lo están engañando.
La búsqueda de la esencia alemana en la otra Alemania occidental, todo aquello que pudimos haber sido resulta que no es tanto como decían al otro lado, de hecho, Katharina, en su vuelta de Colonia al Este, está deseando regresar para volver a ver cuanto antes a Hans, de vacaciones en el Báltico.
La necesidad del amor le hace desear la vuelta, desear el lugar de donde muchos quieren escapar, así el deseo íntimo se opone a la Historia, lo íntimo se contrapone a lo épico, desdice el ansia migratoria de un joven corazón que quiere ocupar su lugar en el mundo. Y esa es una de las grandes bazas de la novela, la pequeñez casi ridícula de los personajes frente a los grandes movimientos políticos e históricos.
La voluntad del deseo es mayor que la fuerza histórica, y en eso sí recuerda a los vaivenes de Doctor Zhivago o a la maravillosa película de Pawel Pawlinoski, Cold War (2018), donde se mezclan por igual, el deseo íntimo de los personajes, mezclados con la fatalidad de la historia reciente en una Centroeuropa en blanco y negro.
“[…] Podría ir hasta el Báltico, y darle una sorpresa […] El viejo y cansado Estado ha confiado en la joven y la ha dejado marchar […] tiene de pronto el poder”.
El tiempo pasa, las cajas cambian, en la segunda parte, Intermedio, se abre otra, más notas, diarios, cuadernos, citas donde se va reconstruyendo una historia cualquiera ante el escenario decadente de un Berlín que ya acusa menos las diferencias entre lo soviético y lo occidental. Se incluye en esta segunda parte una mayor reflexión sobre ciertos autores representativos y sus paradigmas reflexivos, lo que sustenta a Hölderlin, la grandeza de Goethe, la actualidad de Hannah Arendt, la alienación de la burocracia como correlato de la caída inminente del muro. Erpenbeck relata con detalle ese momento histórico, las revoluciones, las desobediencias, los cambios leves que acabaron con el error de la separación durante décadas en un Berlín desvaído.
Se producen los movimientos, una especie de ballet improvisado, separaciones, viajes, agrupamientos y distancias, la violencia durante el sexo también crece como la propia incertidumbre entre ambos. Se mezclan otros personajes en escena, irrumpen con furia sus pasiones, se mezclan y redefinen el amor. Ahora ya se duda de todo, van pisando hielo fino, todo se rompe. Como la historia, se mezcla la épica del momento con la frustración sentimental del sujeto sufriente.
Viajan a Moscú, pasean, se aman, se recuerdan a sus amantes respectivos, Hans no deja pasar la oportunidad de hacer sentir mal a Katarina por haberle engañado con Vadim. Todo se desequilibra, hace tiempo que Kairós se ha marchado, ya no queda nada de la alegría cotidiana, la celebración del instante del que ahora solo queda ceniza.
Conjuga Erpenbeck con sabia mano una historia de amor que supera los espacios amenazados, la tierra hostil de donde también puede surgir una hermosa historia de amor condenada al fracaso. Kairós es la música final del espectáculo de la historia reciente.
Telón.
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Autor: Jenny Erpenbeck. Título: Kairós. Traducción: Neila García Santiago. Editorial: Anagrama. Venta: Todostuslibros.
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