Sam Elliott no siempre lleva mostacho (llamarlo «bigote» no alcanza), pero cuando lo lleva resulta impresionante, y nunca más que cuando lo luce en una del Oeste, género en el que lleva apareciendo desde los años 60. Cuando se estrenó la serie se metió en un jardín cuando criticó El poder del perro calificándola de «pedazo de mierda» llena de «alusiones a la homosexualidad» y hecha por «una mujer de por ahí abajo [la neozelandesa Jane Campion] que qué coño sabrá del Oeste americano». Afortunadamente, se disculpó después y podemos así disfrutar, después de un western «revisionista» como el de Campion, de esta miniserie de pioneros hecha si no al estilo más clásico de anteayer, sí muy parecida a la de su resurrección moderna a finales del siglo XX.
Elliott interpreta a Shea Brennan, un veterano de la Guerra de Secesión, que tras perder a su mujer, a su hija y las ganas de vivir, se enrola en el que puede ser su último trabajo, guiando a una caravana de emigrantes europeos desde Texas hasta Oregón, en medio de forajidos, indios, alimañas, viruela, disentería, tornados, ríos en plena crecida y calores y fríos extremos. El marco geográfico es incomparable, pero la serie huye de la postalita estilo La casa de la pradera para reflejar sin timideces lo peligroso del intento. La serie es oficialmente la precuela de Yellowstone, la serie que ya lleva cuatro temporadas en la Paramount, y en la que Kevin Costner interpreta a un ranchero del siglo XXI, sexta generación desde los fundadores (a cuyos avatares asistimos en 1883), pero puede verse independientemente y, es más, así no hay destripes en cuanto a saber de antemano quién sobrevive.
[Aviso, sin embargo, de destripes de carromatos demasiado cargados en todo el texto]
Como ya dijimos al hablar de Sin perdón, la década de 1880 resulta un tanto tardía ya para el western. Los colonos blancos ya habían alcanzado y se habían asentado en el Pacífico, la Fiebre del Oro había ocurrido treinta años antes y los ferrocarriles ya cruzaban mucho más cómodamente buena parte del continente. Muchos territorios ya habían sido convertidos en estados de la Unión, y ya no regalaban tierra al primero que llegara allí con una estaca. Sin embargo, la «frontera» aún existe, y el Oregon Trail, el camino de Oregón (el equipo de baloncesto de Portland se llama los Trailblazers por eso), en busca de ese lugar paradisiaco ni demasiado frío ni demasiado seco, aún hay que hacerlo al viejo estilo, pasando penurias durante meses y sin garantías de éxito. Un veterano que sepa lo que se hace vale su peso en oro (o al menos en billetes verdes), y Brennan acepta el encargo porque, a sus 75 años de edad, le parece una forma de dejar de fumar tan digna como otra cualquiera.
Sin embargo, en realidad quienes deberían ser los protagonistas son los Dutton, padre, madre, hija e hijo, que intentan poner cuanta más tierra de por medio mejor, tras una vida miserable en Tennessee (el padre estuvo tres años preso durante la guerra), y no les es suficiente siquiera que el tren los lleve hasta Texas. La pareja, por cierto, que también lo es en la vida real, está interpretada por Tim McGraw y Faith Hill, que son realeza viva de la música country norteamericana contemporánea, y la verdad es que dan el pego, continuando a su manera el camino a caballo entre los dos medios (la música y las pantallas), en el que ya los precedieron gente como Kris Kristofferson, Dolly Parton, Willie Nelson o Reba McIntyre. O Taylor Swift y Miley Cyrus, para quien estas les suenen más.
En contraposición a renovaciones, es este un western al estilo antiguo, en el que los principales personajes son varones blancos que hablan con voz ronca y casi ininteligible (incluyendo toda la reata de inmigrantes, que llegaron mezclados en el mismo barco procedentes de Alemania y los Balcanes principalmente). Hay un solo personaje negro, pocas pero bien escogidas mujeres de gran entereza, y apariciones casi míticas de los pocos nativos que van quedando. En este sentido, la promoción de la serie patinó un tanto al llamarlo «una historia de ese Oeste que aún permanecía indomable»: los indios ya lo habían domado muy bien, muchas gracias, por mucho que tampoco fueran unos santos. Sin embargo, se nota que se quiere intentar un acercamiento de admiración por la bravura de las tribus que iban quedando acorraladas sin remedio, pero sin llegar tampoco al lamento generacional que fue Bailando Con Lobos. A propósito de la cual no solo Kevin Costner provee un lazo de unión con 1883, sino también Graham Greene, que fue Pájaro Guía (Kicking Bird) en aquella película y aquí es el jefe de los crow de Montana que ceden a los Dutton unas tierras, no sin vaticinar que siete generaciones después se las pedirán de vuelta, entuerto con el que tendrá que lidiar Costner en Yellowstone. Premio, además, para quien sea capaz de encontrar, debajo de diversas barbas y bigotes, a Tom Hanks y Billy Bob Thornton, dos ganadores del Oscar, que han debido de pasar por lo menos una hora de maquillaje por cada frase dicha en sus respectivos cameos de meros segundos de duración.
El hilo de la historia, sin embargo, lo lleva Elsa (Isabel May), la hija de los Dutton, cuyos monólogos en off resultan la parte peor lograda de la serie, a no ser que se hayan escrito así de grandilocuentes porque los guionistas piensen que de esa forma es como escribían las chicas de 17 años en el siglo XIX. Aparte de eso, sin embargo, la chica, a la que apodarán Rayo Rubio (Lightning Yellow Hair) se muestra como una joven remangada, sin miedo, que todavía, por su juventud, puede permitirse ver el viaje como aventura emocionante más que como valle de lágrimas. También es de las que cambia rápidamente el vestido por los pantalones de montar y se arrima a los hombres que le gustan, por poco que a sus padres les plazca. En eso ha salido a su madre, y ninguna de las dos exagera el gesto de que para sobrevivir haya que convertirse en una imitación de un hombre. Pioneras del Oeste fueron las mujeres también, y la caravana también está llena de madres, hijas y esposas que dan el callo tanto o más que los varones, e incluso de espíritus libres pero no solitarios, como la gitana Noemi.
Resulta imposible no volver a Elliott como lo mejor de la serie, junto al diseño de producción y a las secuencias de acción, que no intentan llegar adonde por tiempo y presupuestos no pueden, pero que logran extraer drama y suspense de sucesos como el peligro de cruzar un río o el obligar a descargar a todos los carromatos del excesivo peso que traen. Es cierto que si eres pianista y llegas a Oregón sin tu piano no podrás ganarte la vida allí con la música, pero también lo es que si se te lo lleva el río, y a ti con él, los peces del fondo tampoco serán buen público. Brennan es el que se las sabe todas, el que pone las reglas, el que elige los caminos, y quien se salga de la raya marcada o se va solo por su cuenta o más le vale seguir a la caravana tan por detrás que no lo puedan ver.
Brennan y Dutton son sin duda los machos alfa de la historia, y a pesar de que uno fue unionista y otro confederado, eso nunca se convierte en un problema entre ellos. Cuando están en desacuerdo es por las decisiones sobre el viaje o la forma de tratar a unos inmigrantes que carecen de las habilidades necesarias para sobrevivir por sí solos a una tierra tan salvaje y sin piedad. Thomas, el antiguo buffalo soldier negro amigo de Brennan, tampoco parece molesto en absoluto en compañía de un, oficialmente, partidario de la esclavitud. No es fácil saber si quiere evitarse controversia o camuflarlo todo con un simple «a cada uno le tocó lo que le tocó», pero al menos eso va con el carácter taciturno y sin florituras, que no sin sentimientos, de los personajes.
El western fue uno de los primeros géneros que triunfó en la televisión estadounidense, con series como Hopalong Cassidy, El Llanero Solitario, Rin Tin Tin, El Zorro, Bonanza y muchas otras que no adquirieron fama fuera del país, estableciendo y reforzando la leyenda de los vencedores, a la vez que convertía en familiares por todo el mundo los nombres reales de Davy Crockett, Daniel Boone, Jesse James, Buffalo Bill, Wyatt Earp y otros muchos. Luego la cosa decayó, y probablemente será difícil llegar a las cotas que escaló Deadwood a principios de este milenio. Pero para quienes les guste el western con aroma a lo que fue, o ha sido hasta hace poco, esta serie es probablemente de lo mejor desde Lonesome Dove.
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Me parece bien que Sam Elliott pidiera disculpas, pero en estos tiempos de censura y autocensura todavía me parece mejor que soltara lo que pensaba. Ya hay demasiados eunucos.
Pues para mi, precisamente los monólogos en off son lo que hacen grande esta serie. Sobre todo, para aquellos que creemos que Dios es la Tierra y nosotros somos los demonios que la habitan.
Totalmente de acuerdo, los monólogos son magistrales!