Bruno Pólack es un poeta y ensayista nacido en Lima, Perú, en 1978. Cofundador del Festival Internacional de Poesía de Lima (FipLima) y de las editoriales Lustra y Magreb, en el año 2000 fue editor de la revista Evohé. En poesía ha publicado (Alegorías hiperbólicas) o las ruedas del beso de Reinaldo Arenas (2003), El pequeño y mugroso pólack (2007), Poemas médicos (2009), Universal/Particular (2013), fe (2016) y ¡Ars fascinatoria! (2018). En ensayo ha publicado El último virrey del Perú (2017) y Las mujeres que forjaron el Perú (2020). Es magister por la Universidad Autónoma de Barcelona y codirige la revista web y la editorial Vallejo & Company.
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[Recordando a Antonio en un paseo al parque del Retiro]
Antonio ha muerto el día de San Bruno.
Nosotros hemos jugado toda la mañana a
escondernos detrás de las adelfas y de los gruesos troncos.
De los árboles, de las ramas de los árboles.
De los libros, de las hojas de los libros.
Debajo de la sombra del limonero donde
he descifrado antiguos sueños/
donde el musgo húmedo se ha tomado todos los
días del invierno
para desplazar imperceptiblemente una pequeña piedra.
Diría que igual es un acto heroico. Diría que
me canso de esperar a ser encontrado y
me apoyo a la sombra posterior del tronco.
Detrás de las adelfas, en el ala izquierda del lago.
Donde una bandada de zorzales ha ensombrecido
las bancas familiares/ donde
los perros y los gansos alzan el cuello y ladran.
Poetas rusos han llegado a descubrir que el perfume
de los lirios es el alma misma de los lirios.
¿Quién descansa en el parque, en la casa,
quién lee, quién juega a pasar del sol a la sombra,
de lo imaginado a lo no imaginable,
quién dispara flechas de papel crepé a los rayos del
sol como si fuera al propio sol al que hiere,
quién duda en el pórtico, quién lo cruza,
quién no se da cuenta
que entre uno y las cosas reales
siempre hay un pórtico real y
otro pórtico soñado?
¿acaso nosotros hemos,
acaso ellos han,
leído al menos El Infierno?
Yo te vi contestar el teléfono y mirar el lago/
mirar los nenúfares girando como astros en una
galaxia transparente sobre el espejo del lago/
y yo miro la estela brillante de los caracoles
sobre las hojas ensombrecidas,
y allá va la tristeza del marinero que juega con su
hijo sobre la plaza de tierra,
porque
detrás de todo ese mediodía y de todo ese
brillo enceguecedor están las estrellas.
Pero estos árboles, no son nuestros árboles, viejo amigo.
Esta ciudad no es nuestra ciudad acuática, ni nuestro barrio.
Este es un poema que se disuelve como si sopláramos
un diente de león a favor del viento.
Y ya no existe un solo marinero que
salga a cubierta,
y que para enrumbar su nave,
levante los ojos y descifre las estrellas.
Y veo las sombras de cientos de zorzales que se adentran en
el reflejo quieto del limonero
(tomo la piedra heroica del musgo y la estrello contra los
cristales prístinos de mi infancia)
y explota la sombra del
limonero sobre el camino desierto y sobre la
plaza de tierra.
¿Quién duerme entre la hojarasca,
en los patios interiores,
quién canta,
quién prende una flor,
o una gota de agua,
o un ramito de jazmín,
en el saco de un hombre dormido/
cuál de nosotros sigue el vuelo de la abejas
por el enramado del bosque,
quién dispara flechas de papel crepé contra el
el relente del rocío como si hiriera al propio bosque,
o al propio rocío,
quién descansa en el parque, en el pórtico,
quién lo cruza, quién dobla la calle sin conciencia de hacerlo,
cuál de estas sombras hermanas
erra
sobreviviendo a su objeto?
Antonio ha regresado a la casa materna
y muerto el día de san Bruno.
Un indio piel roja me ha descubierto
apoyado en la parte posterior del limonero/
tú lo observas desde el lago
(separando la vista de las adelfas
y del Universo)
sacar una flecha de papel crepé del
carcaj de tela y tensar el arco.
Tan sólo el silbido de la flecha es cosa letal
para un corazón humano/
[fe]
Ya de noche y tumbados en la cama /cada uno/
detrás del pinar puede oír el sonido de su propio río.
Desde una ribera del mío veo en la otra ribera a
un niño despidiéndose
con la mano alzada mientras se interna en el bosque.
Todo sueño nace de un mendrugo encendido, nace del canto
de la urraca que atraviesa,
como una flecha,
ese mendrugo encendido/
la barca de Virgilio y Dante que hoy llevan un salón de ruidosos niños al
campamento de verano.
Porque hoy debemos dibujar un tomate con tanta intensidad que nos
haga creer que es el propio tomate el que nos da la vida a nosotros.
El carpintero coronado de laurel
la maestra coronada de laurel
el peletero, el tipógrafo, el agente vitivinícola/
yo tuve una vez un sueño espléndido que olvidé
y tuve que dejarlo escurrir entre mis manos hacia el suelo de tierra.
Hoy el silencio es el sonido tenue de
un violín que proviene de lo denso del bosque
/hoy el silencio es el santo grial de la poesía y de las amas de casa/
Recuerdo que muy joven
echaste tu sombra luminosa a
un hoyo que cavaste durante toda la noche
al borde del río/
pensar que siempre la nuestra es la otra ribera del río
pensar que aquí nuestra sombra se confunde con la sombra oscura
de una bandada de pájaros
resistirse siempre a no quedar fuera del
círculo del exceso,
de la vagancia desmedida, de la contemplación desmedida,
pues en el mejor Goya está representado Dios haciendo explotar el universo/
pues todo lo que pensemos o logremos imaginar apoyados en los
árboles de esta ribera es parte del mundo posible,
todas las hojas secas que quepan en esta mochila
servirán para rehacer los sueños recobrados.
La poesía es este hilo luminoso que de árbol a árbol cruza el cauce del río
(y al medio, en la parte más convexa, se roza suavemente con el río)
en este verso, por ejemplo, solo hay una silla abandonada en la otra ribera
en este otro verso solo existe el rumor de una urraca que ha partido
este otro verso es un verso vacío
/hontanar de agua limpia, corazón humano tallado en alabastro/
paz al alma de los ceibos, paz a las hormigas que cruzan el
mantel de la mesa
(de los cuadrados rojos a los cuadrados blancos), y
Paz /dios de los gitanos/ a la tumba de Federico/ al pie de los olivos.
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