Alejandro Zambra es un narrador y poeta nacido en Santiago de Chile en 1975. Ha publicado las novelas Bonsái (2006, Anagrama), La vida privada de los árboles (Anagrama, 2007), Formas de volver a casa (2011) y Poeta chileno (2020), el libro de cuentos Mis documentos (2014) y los ensayos No leer (2018) y Tema libre (2019). Sus libros han sido traducidos a más de una veintena de idiomas y algunos de sus textos han aparecido en revistas como The New Yorker, The Paris Review, Granta o Harper’s. Ha sido becario de la Biblioteca Pública de Nueva York y ha recibido premios como el English Pen Award, por la edición inglesa de Formas de volver a casa y el Premio Príncipe Claus de Holanda por el conjunto de su obra. Su prosa destaca por un fuerte componente minimalista y en su estilo predominan las narrativas del “yo”, como en la obra Formas de volver a casa, donde podemos afirmar que nos encontramos frente a un caso de autoficción, ya que la identidad del autor, narrador y personaje principal quedan establecidas como una misma implícitamente. También ha publicado los libros de poesía Bahía Inútil (1998) y Mudanza (2003, reeditado en 2017 por Ediciones Antílope). Actualmente vive en la Ciudad de México.
***
(1)
Me dijeron que avisara treinta días
antes me dijeron que avisara treinta
veces al menos me dijeron que al
menos avisara treinta veces y que
en días como estos no se debe
—no se puede— trabajar. Que me fuera,
que dos cuadras más abajo preguntara
si quedaba sopa para uno si quedaba media
botella para uno me dijeron que a medias
quedaba una botella
y tenían razón:
si te gusta te gusta
si no te gusta no te gusta no más
me dijeron que tenían razón y tenían razón:
ella es débil y blanca y tú eres
pobremente oscuro y eso es todo cuanto hay
no en el fondo sino encima de la cama
cuando besas y te besa.
Atardece, mientras cae
no la noche pero algo y en las fundas
una forma peligrosa que se mueve
como un bulto del que buscas la salida.
O te quedas, me dijeron, y decides caer
—como la noche— rendido a los pies de
los pies de la amante que duerme sin saber
que duermes a su lado. Y que duele el brillo oscuro
en los brazos noche arriba.
O abajo,
de izquierda a derecha, treinta
noches con sus días en las fundas
que nos guardan y nos cierran y nos
guardan, embalados en las cajas
que ellos abren muchas veces con
sus días y sus noches con sus veces
y sus días, hasta que ellos por si acaso
cambiarán la cerradura por si acaso
regresaras el camino ya no importa
que la llave se desfonde en el bolsillo
ni es preciso repasar la borra espesa
de la taza picada. No nos quites el
saludo, no nos quites el dinero
no tenemos más
cigarros porque en noches
como estas no se puede —no se debe—
trabajar, no se puede —no se pudo—
hacer favores ni hacer caso de las voces
que te dicen: ella duerme por las noches
a tu lado y no lo sabe porque duerme,
ella besa y tú la besas, eso es todo, era todo
cuanto había no en el fondo sino encima
de la cama embalada treinta días,
treinta veces me avisaron que dijera
que me iba y no volvía. No nos quites
los cigarros, que me fuera tan tranquilo y callara
si te gusta y cerrara la boca si no te gusta,
no te cuesta nada hacernos el favor
de sentarte con prudencia a la espera de noticias
tan tranquilo tan sentado mientras cae
no la noche pero algo y una forma
peligrosa se remueve en la memoria
como un bulto del que buscas la salida.
***
(2)
Ella viaja largas horas y no llega a su destino,
hay carteles con su nombre, hay personas
que esperaban un encargo y ella viaja largas
horas y no llega y eso es todo: fue la mano,
no era yo quien saludaba, fue la sombra
no era yo quien se escondía en los andenes
interiores y pedía urgentemente que bajaran
el volumen: ella viaja largas horas, hay
carteles con su nombre, le bajaron el
volumen al zumbido, muchas veces los
aviones o los buses se detienen por un
rato y acumulan combustible mientras
cenan o comentan los efectos especiales
y las manos enfundadas se acaloran.
Le bajaron el sonido a los motores
pero vienen en seguida según dicen
y comentan quienes miran los recuadros
de la prensa o revuelven con los ojos
la cerveza. Ella viaja largas horas
y no llega. Ella duerme mientras pasan
la frontera, nunca supo que trajeron
desayuno que ahora mismo cruzarán
la turbulencia, no era yo quien
saludaba atentamente quien pedía
que llenaran el estanque hasta el rebalse
porque en días como estos no se puede
—no se debe— hacer promesas en el aire
no conviene revisar la borra espesa
del café ni grabar las iniciales
en un libro que más tarde se
desfonda en la memoria, o en pizarras
con plumones que exasperan las
señales que se borran según dicen que
no vino, que ella duerme todavía sin saber
que cruzarán la turbulencia, ella viaja
tan tranquila sin llegar a su destino,
hay personas que esperaban con
carteles, con pizarras, no era yo
quien saludaba atentamente con
las cejas hacia el fondo ennegrecido
de personas que comentan las escenas
principales mientras llegan los encargos
las maletas, los plumones, los zumbidos,
los carteles, el destino y las cervezas.
***
(4)
(Fue la mano
no era yo
quien saludaba:
había una vez una mano
una mano sola
una mano y un brazo
había una vez un brazo
revisando a tientas
el fondo de una
bolsa.
Entonces la bolsa y el brazo
—y la mano—
hicieron un
compromiso.
Eso hicieron, un compromiso:
el brazo puede quedarse
con la mano y la bolsa
puede quedarse
con la mano y el brazo
si y sólo si
los vasos, las tijeras y las
resmas, si y sólo si el sol sale
prudentemente de la escena
si y sólo si los cigarros
guardan estricto silencio
si el café sigiloso se empoza
y los ojos sobre todo
los ojos se limitan
a observar
a las plantas que crecen
estoica anónimamente
mientras cae
no la noche pero
algo: una sombra peligrosa
que recubre de una vez
los pestillos
los pasillos y el autor
que revuelve la cerveza
—eso hace,
revuelve la cerveza,
saluda a la cámara,
dice ruido por decir algo
hace formas con la mano
y con las cejas
con el brazo consigue
los papeles revisa
las líneas que le tocan
y decide por ejemplo
limpiar los azulejos
revisar los mensajes
no enviados, comenzar
desde ahora con
minúsculas:
el brazo puede quedarse
con la mano y la bolsa
puede quedarse
con la mano y el brazo
pero la mano siempre termina sola
atentamente sola
pobre mano sola
que entonces saludaba
atentamente a quién.)
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