Luis Carlos Mussó es un poeta nacido en Santiago de Guayaquil, Ecuador, en 1970. Ha publicado una docena de poemarios, entre ellos Minimal histeria (2008), Evohé (2008), Geometría moral (2011), Alzheimer (2013), Cuadernos de Indiana (2014), Mea Vulgatae (2014, premio Jorge Carrera Andrade) y Mester de altanería (2016). También ha publicado las novelas Oscurana (2011) y Teoría del manglar (2018), Épica de lo cotidiano (2013, ensayo) y Rostros de la mitad del mundo (2015).
Telegrama
de indiana. a tantos de tantos.– En este naufragio sin olas, punto. Quise asentadas las huellas, punto. Pero no están las lumbres en la pupila ni en el húmedo azogue, punto. Y tanto ya no están, que en su lugar creció la demencia como idioma cuyas ramas fabrican una pizarra desbarrancada, punto. Y hallo un zodiaco que se remienda con exterminios negados a la derrota abierta, punto. Maestría y desamparo en este calidoscopio de pesadillas acuclilladas, punto. Aunque la amenaza del bufón sea el crimen más ligado a tu aliento –a la escasez de estas alforjas–, punto. Extenuados, un par de ángeles oscuros cierran mis ojos, punto. Les ha dado por medrar conmigo, punto
rememoración
[cfr. historia de la eternidad]
Después de aquella noche –la de luna preñada, por más señas– en que pronunciamos al unísono el dolor y la herida en nuestros cuerpos, y en la que anegamos una terrible canción en ciénagas y resuellos –aferrados, ambos, con los dientes–, me negaste siete veces.
Recordé los hielos escandinavos. Esperé a que los lobos engulleran al sol y a la luna y pisé fuertemente el puente de la nave que me llevaría lejos –muy lejos–. Aquella nave construida con uñas de muertos y con pretensiones de trasatlántico o trirreme. Sentí la fuerza quebrada en mis rodillas, un humor vacío en el sexo y dos marcas color marrón –una en la nuez de Adán, otra en el hombro– que me estrangulaban. Pisé fuertemente sobre el puente de la nave, la que sería un abismo dispuesto a abrirme su secreto. Y viajé en aquella nave. Aquella nave pesada como tierra curada con uranio. Aquella nave construida con mis propias uñas.
II epístola a los habitantes
de la ciudad 1 – 4
11 hay algo de acetileno en las palabras que escupo a granel. algo de flama atravesada por un arco-iris que luego se derrama en un charco de vinagre. palabras desconocidas para la agonía pero que la agonía recupera en canastas de mimbre. canastas de palabras armadas en blues de maltrechas piezas de lego:
[el amor es el lugar del excremento,
juan ramón dixit]
2 porque el amor post mortem me hace descansar de la ceguera, de la pasión anciana / y el amor post mortem me libera de la fiera dulzura de las ciencias exactas / el amor post mortem penetra mis sienes/ hígado/ sexo con su bendita manera de hacerme callar / el amor post mortem atenaza mis tendones hasta hacerlos lucir como lúcida pedrada contra la vitrina en cuestión.
3 porque trabajar cansa, pero también escribir estos poemas / desear la palabra que pueda llevarse la mitad de las neuronas / oprimir a los prójimos / enumerar sus defectos / olvidar todas las plegarias / fingir que no deseo matar a mis enemigos / ocultar la magia que no me pertenece / negar[se] / negar a todos los que comparten esta ciudad. cansa respirar. cansa dejar de respirar.
4 la ciudad de Santiago es un amasijo de nervios como cuerdas de tender la ropa después del lavado / el porro con que la virgen se inicia en la faena de la pesadilla / un símbolo húmedo que caderea al ritmo de salsa / es el tablero donde ganamos y perdemos / un soberano ardor que nos tatúa su sabia ruina de luz / esta ciudad es la silueta de la bestia / esta ciudad es la casa de los reptiles.
12 en el andén de estos relatos musicados cimbran las escalinatas que van donde asesino la luz para inventar nuevas siluetas.
2 un cilicio de silencio me sofoca todos los días donde las calles intrincadas son la patria de la habladuría / Un cilicio de silencio me toca en el lugar exacto del deseo.
3 porque mil abuelos antes que el mío, yo ya miraba al cielo para adivinar una cartografía / así fuera la estrella de la sangre / la estrella del ajenjo / los lejanos quásares de la muerte.
4 aquí los gallinazos se emperchan en las ramas de la acacia como frutos negros.
5 aquí hago inventario de mis huesos, empezando por mi clavícula cuarteada.
6 aquí mis manos obscenas le dirán al mundo lo que han tocado.
7 aquí arrasa mi edad una parvada de sonidos.
13 nunca supe para qué me humilló de aquella manera este sol que se pone tras las planicies del seductor oeste, si yo gozo mejor que el dueño. mis amigos, repletos de cerveza, se espolvorean la nariz para ser más fuertes.
2 se me ocurre el amarillo ocre como la mejor manera de entonar miles de gargantas y afinarlas para la victoria.
3 podría decir que el acetileno funde mis barrios con su indignación florida, pero preferiría no decirlo.
4 podría cortarte la mejilla con esta cuchilla oxidada que es mi lengua, pero preferiría no hacerlo.
5 podría cobijarme entre los muslos de mi ridícula especie / hacerme a un lado para evitar la línea roja de tu mirada láser que hace de mi frente su blanco perfecto, pero preferiría no hacerlo.
6 podría intercambiar las aguas nutricias de un vientre cualquiera o las costas de corfú por este estero salado en que me baño junto a mi padre y mi perro, pero preferiría no hacerlo.
7 podría decirte la forma en que vamos a morir, pero preferiría no hacerlo.
4 lección de vértigo
1 cóncavo me resulta este asunto de recordar los nombres de mis amantes. cóncava y desflorada, esta lección de vértigo:
[el amor es el dislate crispado
en la orilla de las tripas
madre dixit]
2 y se incendia mi casa en el pescuezo de mi cerveza.
3 traficante de la memoria abierta como un árbol, sé que el vértigo me viene todo de los trenes.
4 en la locomotora, la neurosis me hunde en la algarabía de su largura / en la cuadratura de sus ventanas / en el vagón comedor / las luces de bengala me acribillan a babor y estribor / y yo colgado del cabuz, desconociendo las condecoraciones que me atropellan.
5 apenas pronuncio la región del discurso que menos importa: en el silencio están la carne y el hueso.
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