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3 poemas de Manual de eternidad, de Arturo Marcelo Pascual

3 poemas de Manual de eternidad, de Arturo Marcelo Pascual

Fulgencio Pimentel rescata un poemario que, según palabras de la propia editorial, “parece surgir de la nada para aspirar apremiantemente a la categoría de clásico”. Su autor falleció hace ahora ocho años, pero su obra regresa a las librerías con este volumen.

En Zenda reproducimos tres poemas de Manual de eternidad (Fulgencio Pimentel), de Arturo Marcelo Pascual.

*** 

CARTA DE MAREAR

Veinticuatro barriles de cerveza,
cuatro tinas de oporto, treinta jarras
de ponche con limones, aguardiente,
lácrima christi, ajenjos, marrasquino,
vino abocado y vino atabernado,
sidra verde, coñac y más cerveza
degustaron morosa y juntamente
Rodolfo, rimador a la deriva,
y Telmo, bien anclado consejero,
en el transcurso de cuarenta noches
que halló abrigo el poeta en la apacible
rada del preceptor:
una mínima casa entre nogales.
De la filosofía y la vigilia
fieles hermanas son las libaciones
y padre es el insomnio
y madrastra la quiebra.
¡Fecunda sociedad caldo y doctrina!
¡Alegre ocupación sin ley ni asunto
candente o postergado!
Telmo, viejo maestro, apaciguaba
la honesta sed con pulcra compostura
y asiduidad tranquila jamás vista,
eterno demorarse en el carnoso
apéndice la gota y la palabra.
Rodolfo trasfundía los licores
de atolondrado modo, retorciendo
la boca juvenil llena de dientes
con gran afán; su estado en estos versos
es entusiasta, célibe y romántico.
Una rara instrucción va a relatarse;
siendo los dos actores principales
de tal pedagogía contrahecha
a su manera incautos y tenaces,
resulta prematuro establecer
quién será corruptor, quién corrompido.
El juglar y el astrónomo:
donde hallamos la luna los mortales,
uno contempla el ojo de Afrodita
y el otro la razón de las mareas.

***

PACTO DE DESTERRADOS

Telmo anunció radiante:
henos aquí sin patria ni herederos
por los que sucumbir sea preciso
o por ellos salvarse. Desprovistos
de méritos tan graves, aconsejo
perseverar en esta negligencia
manteniéndonos pródigos y solos:
ciegos ante las miras elevadas,
sordos a los clarines del deber
y mudos en el trance ineludible
de tomar la palabra.
Nadie nos embaraza con el fardo
de un destino cautivo que requiera
inagotable cálculo y melindres.
Me declaro, por tanto,
radical partidario de este instante
liviano, cuyo fin no se vislumbra,
tan reanimador y estimulante
como esas emulsiones de colores,
llamadas combinados,
que bebéis los modernos en probetas
donde crepitan mínimas burbujas.
Bebamos pues, Rodolfo. Si callamos,
sea sin turbación, y cuando hablemos,
hagámoslo eludiendo cortesías
y necias suspicacias de fanático;
dejemos que desborden las palabras,
espuma rebosante en nuestras jarras,
el recipiente humilde
de un pensamiento tímido.
No temamos herirnos como aquellos
infelices esposos palaciegos:
en la noche de bodas, perturbada
por sus anhelos de delicadeza,
ella creyó su cuerpo de cristal,
segura de romperse en mil pedazos
al mínimo contacto o gesto brusco;
él, no queriendo ser el instrumento
del destino de añicos que acechaba
a su princesa, optó por respetarla
e hízose taciturno:
ambos languidecieron sin tocarse.

***

BENDICIÓN

Charlemos sobre dioses almorzando.
Memorable o juicioso hallé muy poco
en los sagrados textos que no fuese
la ciencia revelada del gran susto.
Bajo un haz de luz, huérfano y remoto,
el hombre al que persiguen conjetura
un trueno primigenio,
la mayúscula voz. Es congruente
reputar por supremos los pavores
más vastos, naturales, no políticos.
Una ley fantasmal desautoriza
al gobierno precario de los tibios
e infunde una misión en los iguales.
La raza, el rey, la hembra, el territorio
conocen y declaran a su dueño.
Un libro lo consigna: existen dioses.
Apenas si me basta una semana
para considerar el vaso griego
de todos los ingleses el más dulce,
y ellos crean el orbe.
Serán simples los fines y al alcance
del caudillo elegido, pues no escupe
en el pan que amasare el panadero.
Dicen escuetos de su criatura:
es paciente, es alegre, desconfía,
su descendencia será venturosa.
Y parecen decirnos: no estimamos
otro conocimiento necesario.
Una vez almorzados te declaro
que son los libros santos oportunos
para llevar sosiego a los espíritus
colmados de alimento los estómagos.
Yo como tú, Rodolfo, he preferido
contra los dioses verbos torrenciales,
de tonos el sinnúmero y la glosa;
esto es técnicamente reprobable
en poesía y harto inconveniente
para la sobremesa.
Verdades cristalinas y escuetísimas
sean feliz preludio de una siesta.

—————————————

Autor: Arturo Marcelo Pascual. Título: Manual de eternidad. Editorial: Fulgencio Pimentel. Venta: Todostuslibros.

BIO

Arturo Marcelo Pascual (Logroño, 1958 – Barcelona, 2016) fue ante todo escritor, en la más amplia acepción del término. Cursó estudios universitarios de periodismo y filología en Barcelona, donde se instaló en 1975, y pocos años después comenzó a trabajar en Bruguera como director de publicaciones periódicas y guionista de tebeos, aunque pronto ampliaría sus colaboraciones, con textos de diversa índole, a todo un espectro de editoriales barcelonesas. Autor de un único libro de ficción, la colección de relatos El siglo estéril (Montesinos, 1996), el grueso de su obra la componen abundantes artículos, traducciones (de cómics de Roger Leloup, Bob de Moor, Riviere y Floc’h), ensayos sobre literatos como Neruda, Borges, Hemingway o Joyce, y monografías en torno a los mitos y las religiones.

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Sabrina Analia Cabrera
Sabrina Analia Cabrera
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