Eduardo Herrera Baullosa es un poeta, narrador y médico nacido en La Habana, Cuba, en 1973. Sus publicaciones más recientes, Despedida en La Habana como si fuera Ítaca (2016) e Impertinencia de la Dípteras (2018), fueron lanzadas en las Ferias Internacionales del Libro de Miami y de La Habana. Ha publicado poesía y narrativa en Cuba, USA, México, España y Brasil y participado en las ferias internacionales como la de Miami, São Paulo o La Habana, así como en el Encuentro de Jóvenes Escritores de Iberoamérica y el Caribe (Cuba). Su obra aparece en revistas como Ekatombe, LIJ Ibero, Conexos, Caritate Magazine, Culturamas o en La Razón. Algunos de sus libros de poesía son La Muerte es una Cosa que se Estira, Pequeñas Estatuas Transparentes, Ciudad, Sexo y otros Bichos, Los Animales que Hablan por mis Manos o Despedida en La Habana como si fuera Ítaca.
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Desde atrás y hacia ninguna parte
Es triste estar aquí escondiendo horas en un saco,
único en el mundo: incluso agradecido del efusivo golpe que me pateó en la boca.
Es triste el filo, la intemperie que amarra un gato en (sobre)salto
como cuerpo empecinado que no sabe marcharse.
Es triste (re)partir sin sacar beneficios del modo más incomodo que pueda
como una mancha rosa en aguas de maría,
como niña que muere lejos de su casa.
Es triste estar aquí a lo largo de uno mismo, último esfuerzo del hombre ante el espejo, del niño frente al tiempo, desde atrás y hacia ninguna parte.
Es triste fumar en los rincones, fumar am(puta)do, fumar pisos, semáforos,
ombligos-trapecistas
y dejar a mis muertos que nadie toca percutir como teclas de una forma extraña.
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Bola de estambre
Alumbrados con linternas, mi gato y yo jugamos con bolas de estambre. Aún así me (a)burro, y la razón estriba en que no tengo gato, nunca lo tuve, nunca llegó para alimentar lo poco con la punta de los dedos: simple y viable.
Mamá no quería nada que oliera a muerte fácil. Le gustaba sentarse a fumar sin comentar: sin discutirlo con nadie.
Mi gato y yo, jugamos ¡facetados! mar(i)machas. Mamá no lo sabía, pero me gustaba mirarla con el gato sentado en mi hombro, escucharla así, callada, separada de la casa: silencio en creci(miento).
Me pregunto si ella alguna vez lo vio moverse ––al gato digo–– como un globo mal inflado ocupar el vacío que dejó mi padre.
Mamá tenía un moño hermoso, uno como un puente, uno dentro de otro con nombre propio, soft-sofl como estambre de gato.
También a mí me ha crecido uno, se estiró largo, muy largo: incomprensible.
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Rogación de una cabeza
Nada en mi cabeza recuerda el agua de coco: nada pasa,
vuela el Ibú-Kolé, vuela la mujer que eres, el aura que soy y nada pasa;
aun así dejo que Iyalosha empuje mi cuerpo dentro de otro: ––adimú,
rogación de una cabeza como último recurso,
bi(loca)ción de las damas solitarias en la lengua de todos los hombres
como una anemia de agua.
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Una mano toca la otra y las dos escuchan a Debussy
Mano: cada vez que escucho a Debussy tú te apareces
te sientas sobre la mía y la muerdes un rato mientras escucho el Arabesgue # 1.
Me gusta escuchar. Prefiero escuchar a dar trompadas.
Una vez pedí a alguien que me partiera la boca: ––ni siquiera lo dudó.
Es difícil escuchar de lunes a lunes si tu mano suda sobre la mía,
suda y me parte la boca.
Escuchar a Debussy toma su tiempo, pero no me pagan por vivir ni a ti tampoco.
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