Las memorias en verso del poeta de origen indonesio y nacionalidad estadounidense Li-Young Lee son toda una lección de amor a través de la paternidad. De hecho, este libro tiene cinco destinatarios: la patria del exilio, el padre, la pareja, el hijo y los migrantes. A todas estas personas dirige el poeta unos versos en los que la melancolía se mezcla con la belleza de lo cotidiano.
En Zenda ofrecemos cuatro poemas de La ciudad donde te amo (Vaso Roto), de Li-Young Lee.
***
Levántate y baja
No fue el dobladillo brillante de la túnica del Señor
lo que rozó mi cara, haciéndome abrir los ojos
para ver en la hendidura de una roca Sus nalgas;
es una avispa posada en mi mejilla izquierda. Mantengo
los ojos cerrados y me quedó completamente quieto
en el jardín hasta que me deja en paz,
no para contemplar cómo este siglo
termina y el siguiente empieza sin que ningún
conocido haya visto a Dios, sino para preguntarme
por qué atravieso buena parte de los días intacto, aunque
vivo en una época en la que podría ser de otro modo,
y cada día me quedo más huérfano de padre.
Durante años he llegado a conclusiones
sin la ayuda de mi padre, descubriendo
por mi cuenta lo que sé, lo que no sé,
y viendo cómo lo uno cancela lo otro.
Me he vuelto un erudito de las cancelaciones.
Aquí, me detengo entre las rosas de mi padre
y veo que lo punzante supera en número a
lo que consuela, la crueldad y la ternura nunca
hacen las paces, aunque una escale, aunque una descienda
pétalo a pétalo hasta el terreno oculto
que no pertenece a nadie. Observo aquello
arrebatado por violencia o persuasión.
La rosa anuncia en la tierra el reino
de la gravedad. Un pájaro lo cancela.
Mis párpados cancelan el pájaro. Cualquier cosa
podría cancelar mis ojos: la distancia, el tiempo, la guerra.
Mi padre dijo, Nunca apartes ambos ojos
del mundo, antes de mecerme.
Toda la noche esperamos la señal
que habría significado, Estamos a salvo, vengan ahora;
habría significado huida; no llegó nunca.
No inventé el mundo que te dejo,
me dijo, y luego, siendo pobre, me dejó
sólo este mundo, en el que hay siempre
una familia que espera aterrorizada
antes de desgarrarse, este mundo donde un hombre
podría levantarse, bajar, y andar por un camino
y detenerse, inclinándose ante las rosas, rosas
criadas por su padre, y admirarlas, por un momento
incapaz, gracias a Dios, de ver en cada una
de las flores al mundo que se cancela a sí mismo.
***
Mi padre, en el cielo, lee en voz alta
Mi padre, en el cielo, lee en voz alta
para sí mismo salmos o noticias. Ahora medita sobre
lo que ha leído. No. Escucha buscando el rumor
de niños en el jardín. ¿Eso era risa
o llanto? Tanto depende de
la respuesta, pues o bien seguirá leyendo
o bien correrá a salvar de la tristeza el día de un niño.
Como en el cielo, así también en la tierra.
Ya que mi padre caminaba sobre la tierra con una cadencia
grave, decidida, mis hombros se dolían
con su mirada. Ya que los hombros de mi padre
se dolían de manejar los remos, mi vida ahora se mueve
con un poderoso ritmo de ida y vuelta:
nostalgia, especulación. Ya que
me hizo recitar un libro al mes, olvido
todo tan pronto como lo leo. Y el conocimiento
sólo viene cuando estoy a medio camino en
las escaleras, o perdido un momento en la avenida.
Una decepción evidente para él,
soy como cualquier persona que llega tarde
al milenio y es incapaz
de quedarse hasta el fin de los días. Los orígenes
del mundo me son inescrutables, sus desenlaces
inaccesibles. No entiendo
de dónde viene la luz de las estrellas, o a dónde va.
Y ya un año más se desliza
y pierde el equilibrio. Pero no menosprecio a los eruditos;
mi padre fue uno de ellos y lo amé,
empacó una vez sus libros y todas nuestras pertenencias,
y se sentó para esperar instrucciones
de su dios, sí, pero también de una radio.
En el umbral, lo observé y de pronto
supe que él era como yo, que aprendí
bajo un dintel; era uno de los desvalidos,
y el conocimiento llegó a él mientras estaba sentado
entre maletas, cajas, viejos periódicos, hilo.
No decidió paz o guerra, hogar o exilio,
escapar por tierra o escapar por mar.
Simplemente esperó, como la gente espera
siempre, lejos, cerca, aquí, allá, para descubrir:
¿el siguiente instante oculta alabanza o lamento?
***
Este cuarto y todo lo que hay en él
Quédate quieta
mientras me preparo para mi futuro,
días difíciles que me esperan,
cuando necesite lo que ahora sé con tanta claridad
Estoy empleando
lo único que aprendí
de todas las cosas que mi padre intentó enseñarme:
el arte de la memoria.
Estoy haciendo que este cuarto
y todo lo que hay en él
represente mis ideas sobre el amor
y sus dificultades.
Dejaré que tus gritos de amor,
esas notas abiertas
de hace un momento,
representen la distancia.
Tu aroma,
ese aroma
a especias y a herida,
dejaré que represente el misterio.
Tu vientre hundido
es la taza diaria
de leche que bebí
de niño antes de rezar por la mañana.
El sol en el rostro
de la pared
es Dios, el rostro
que no puedo ver, mi alma,
y así, cada cosa
representa una idea distinta,
y esas ideas forman la constelación
de mi idea más grande.
Y un día, cuando necesite
decirme algo inteligente
sobre el amor,
cerraré los ojos
y recordaré este cuarto y todo lo que hay en él:
mi cuerpo es extrañeza.
Este deseo, culmen.
Tus ojos cerrados mi extinción.
Ahora he olvidado mi
idea. El libro
en el alféizar, removido por el viento…
las páginas pares son
el pasado, las páginas
nones, el futuro.
El sol es
Dios, tu cuerpo es leche…
inútil, inútil…
tus gritos son canto, yo no soy mi cuerpo…
no tiene sentido… mi idea
se ha evaporado… tu cabello es tiempo, tus muslos son canto…
tenía algo que ver
con la muerte… tenía algo
que ver con el amor.
***
Un cuento
Triste es el hombre al que le han pedido un cuento
y no se le ocurre ninguno.
Su hijo de cinco años espera en su regazo
El mismo cuento otra vez no, Babá. Uno nuevo.
El hombre se frota la barbilla, se rasca la oreja.
En una habitación llena de libros en un mundo
de cuentos, no es capaz de recordar
ninguno y pronto, piensa, el niño
perderá la fe en su padre.
El hombre ya vive allá adelante, observa
el día en que este niño se irá. ¡No te vayas!
¡Escucha el cuento del cocodrilo! ¡El cuento del ángel una vez más!
Te encanta el cuento de la araña. Te da risa la araña.
¡Déjame contártelo!
Pero el muchacho empaca sus camisas,
busca sus llaves. ¿Eres acaso un dios
grita el hombre, para que yo enmudezca ante ti?
¿Soy acaso un dios para que no pueda decepcionar nunca?
Pero el niño está aquí. Porfa, Babá, ¿me cuentas un cuento?
Es una ecuación más emocional que lógica,
más terrenal que celeste,
ésa que postula que las súplicas de un niño
y el amor de un padre, sumados, dan por resultado el silencio.
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Autor: Li-Young Lee. Título: La ciudad donde te amo. Traducción: Elisa Díaz Castelo y Adalber Salas Hernández. Editorial: Vaso Rato. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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