Fotografía de Sandro Aguilar.
Mario Pera es un poeta, diseñador gráfico y abogado nacido en Lima, Perú, en 1981. Dirige la revista web Vallejo & Co. y la editorial del mismo nombre. Obtuvo el Premio Ilustre Municipalidad de Cuenca en el Festival de la Lira (Ecuador, 2013). Ha publicado en poesía Preparaciones anatómicas (Perú, 2009), Ruido Blanco (2011; 2015 y 2016), The Most Natural Thing. New American Poetry (junto a David Keplinger, 2016) e Y habrá fuego cayendo a nuestro alrededor (2018); en antología De este lado del cielo. Nueva antología de la poesía peruana (Chile, 2018); y en ensayo Fare l’America or learn to live in it? Italian immigration in Peru (2012) y Comunicaciones marcianas. Revista Amauta, a 90 años de la vanguardia peruana (junto a Roger Santiváñez, 2019).
***
El emisario de Dyaus Pitar
¿Qué harás, Señor, cuando yo muera?
Soy tu cántaro (¿y cuando me quiebre?)
Soy tu bebida (¿y cuando me agrie?)
Soy tu traje y tu oficio;
conmigo pierdes el sentido.
Rainer María Rilke
Cada mañana,
cada octubre de feria y procesión
rezos y símbolos sagrados evidencian que
el hambre y la sed no se marchan con una alabanza,
no te liberan
nunca,
del abrazo desnudo de la muerte.
Allí donde la ira de Dios duerme ahíta
y oscila
como una barcaza que muerde las aguas con frenesí,
dejo reposar tímidamente mi cabeza
deseando pausar tanto dolor,
tanta desolación
que con cada crepúsculo
camina a rastras,
encadenada
bajo el dintel de mi pecho.
¡Oh Padre!, tú lo sabes bien
he sido la oveja más obediente del rebaño,
tu hijo predilecto,
el ángel mas pulcro y eficiente;
el canto que arrullaba a los cadáveres
cuando éstos despertaban hambrientos
picoteados por los buitres.
Incluso creé para ti
un paraíso guarecido
al interior de un duro roble,
lavé la sangre que tú esparciste
sobre las baldosas del edén,
¿y qué obtuve?,
¿cuál es mi recompensa?
Una retahíla de nonatos a quienes debo ahorcar
con una cuerda oxidada,
que tensa y estéril
azota las yemas de mis dedos.
Por ello, con cada sol cuento miles de cuerpos
que yacen tendidos en mi patio trasero
clamando venganza,
anhelando ser
la gota de ponzoña que me paralice;
el sable que
me fragmente y esconda
del amor de tus labios.
Es ahora que a ti acudo mi creador,
habiendo rendido mi entereza
permitiéndole descansar
a mi ego de ángel,
¿y cómo te encuentro?,
¿cómo es que me agradeces?
Observándome displicente sobre tu hombro
dándome la espalda y besando
a tu nuevo hijo querido:
Mashit;
y soy yo quien nuevamente
debe decidir la manera de ultimar
a aquellas ánimas sin carne,
y debe ejecutar fielmente
aquello para lo que tú usas finos guantes.
¿Qué he de utilizar entonces?
¿La espada?,
¿la seda?
Tras tantas muertes, ¡Oh Padre!,
puedo decir que por ti soy
hermano de la muerte.
***
MUJERES Y ANIMALES SE OBSERVAN
Pietka, la madre, ingresa al dormitorio.
Su hija lleva días observando,
a través de la ventana,
al viejo gallinazo.
De los brazos de la niña se escurre
una desgastada materia, y se forma
un río ahogado en una entrecortada respiración.
La hija se desvanece,
y flotando lentamente, sin obstáculo,
aterriza envuelta en su último aliento.
Pietka rompe en gritos,
sus anillos caen y crepitan
y el viejo gallinazo huye espantado.
El animal incólume, vuelve a posarse frente a la ventana.
La madre, con la lengua hecha flamas,
acude dubitativa a ver al ave.
Dos plumas rojas
son el centro de su pecho.
La hija despierta agobiada por una llovizna
que incesante ingresa a la estancia por la ventana;
muy tarde,
aprecian que el nuevo día no trae sol;
el dormitorio, a los ojos del animal,
se presenta como una inmensa jaula de fuego.
Madre e hija llevan días observando,
a través de la ventana,
al viejo gallinazo.
***
Aleppo
(las cuerdas del corazón)
Extiende los brazos para desempolvar la espada
la encuentra más dura y hambrienta que antes
han transcurrido veinticinco años
desde la última vez que la embreó
y aún siente
entre las llagas de sus manos
la hoja de hierro danzando
ebria y torrencial
sobre la misma sangre que lo hizo héroe.
En su natal Aleppo
banquetes y agasajos han querido borrar
el recuerdo de ver a su primogénito abatido
abierto su cuerpo a la luz del día
en el vientre de la batalla
este aguijón infinito
que continúa engarzado a su pecho
y nuevamente ve a su hijo pálido
sin gestos
hundiéndose en la humedad carmesí
del barrizal.
La espada cae estrepitosa a sus pies
el recuerdo contrae aún más su corazón
haciéndole sentir el peso de sus huellas
sobre la orilla del abismo;
entonces desprecia su valor y descubre
que en su pueblo no hay dios que no se nutra
de los rezos por el alma
de los hijos caídos.
De rodillas desanuda de su garganta
un grito mudo que escuece la hiel
que ha agarrotado su lengua
hasta extenuarla.
Su corazón deja de tañer
a lo lejos
sus nietos liberan el filo de sus espadas
mientras el ejército de Aleppo
se alista eufórico para la batalla.
***
Brecht entre clavellinas
I
Sentado y con las manos sucias
pensó que era un viejo estúpido
una más de aquellas lozas de mármol de la plaza
que pudieron ser talladas con mejor arte para lograr un David
una Venus
u otra diosa de senos sutiles
y nalgas abultadas
pero en algún momento su destino sufrió un desvío
su divinidad tropezó en el pico del cincel
y con cada crujido su piel fue burilada
como un tótem incapaz de profanar su propio culto.
Aquel revés se hizo indeleble
y con el paso del tiempo tuvo que conformarse con ser
un bloque más de la plazuela o
el ignorado detalle
donde cagan las palomas.
II
Sentado
observó el asfixiar del día en el ocaso
y deseó guardar sus dudas
en la felicidad de otros
en la ruma de palabras que año a año
nombró como algo importante, casi urgente
el eterno espiral de preguntas
que talló en la memoria de su boca
la matutina barbarie de una frase:
Tú que me diste la palabra
ahora solo estorbas mi lengua
cada vez que la invocas.
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