Pedro J. Plaza mereció el VIII Premio Valparaíso de Poesía con su opera prima de creación: el poemario Matriz. En la contraportada del libro, Ben Clark asegura que Plaza «ha construido un mausoleo hermoso que se derrumba» y que reflexiona sobre «las deudas del vientre materno». Y Azucena López Cobo apunta en su prólogo que estamos ante un libro «que sustenta un trayecto de dolor, el que recorre un adulto que regresa a su infancia a través de las aguas estancadas de su memoria».
En Zenda ofrecemos cuatro poemas de Matriz (Valparaíso), de Pedro J. Plaza.
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[2017]
XXII
EPÍTOME
Este libro que (re)lees en soledad, este libro que en el dolor has escrito,
sombra, no es el libro de la madre: es el libro de la crudeza, de la maternidad
fallida en el desguace de la existencia. Este libro es un ángel desangelado
y sus versos son la hiedra que por las paredes trepa de tu corazón. Este
libro es el ajuar de tu orfandad, es la casa vacía derribada a puñetazos,
es el estilete / el estoque: un sablazo que obstruye la herida. Este libro
es un fósil de tu otra historia, un depredador que sin descanso te persigue,
un purgatorio infinito que te flagela a cada trazo. Este libro es la ruina,
el escombro de lo que fuiste / una póliza de muerte / un ruego callado:
es la perseverancia de un rezo y el eco de un canto. Este libro es un nudo
sobre tus dedos / una película desvencijada / un intento inútil de remedo,
es una costura contratemporal / un zurcir de un viaje que, en el principio,
desteje —palabra por palabra— su final. Este libro es la matriz de lo que pasó,
de lo que pasa / de lo que está pasando: la matriz de lo que pasará.
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[2011]
XVI
Luzco, tatuadas en la mirada más honda, las grietas de mi infancia,
y el pozo anatémico de mis pupilas se dibuja con los recuerdos,
con los dardos de mi adolescencia fragmentada en los cristales del tiempo.
Soy una sombra, sí, pero fui un hijo, y la sombra que soy no es más
que un alma sin cuerpo. La sombra que soy lleva, bajo un manto
de tinieblas, oculta una daga; lleva oculta una llaga tan culpable,
fría y hermética como la noche; tan ingenua, templada y lúcida
como el día; y hoy es el día, madre. Hoy es ese día. He venido, solo,
por los mares vagando de la angustia y por los desiertos navegando
del amor. He venido, muerto, hasta la cortadura doliente de estos versos
para cantarte lo que nunca te he contado. Y voy a cantarte, al fin, que no
quise zarpar jamás del puerto de tu vientre, ni quise ahuecar de vacío
el nido antiguo de tus senos; mas lo hice, madre, lo hice, porque tus labios
y tus brazos me expulsaron de tan falso vergel; porque fui siempre
el embrión perdido, desencadenado de los ciclos; y tú no me salvaste,
tú me consagraste a la inmundicia de mi ser y de tu aliento. Y yo no quise,
madre, yo nunca quise nada de ti, por eso apostaté de mi fe y de tu nombre;
y sin embargo, aconteció. Clavándome en mí tu colmillo de sierpe negro,
entre cada vértebra y sobre la médula, sucedió tu milagro en mi condena:
y sin embargo, madre, sin ser más tu hijo, fui sombra, y también te quise.
***
[2005]
X
Pensaba que, al igual que en las películas que en mi infancia fugaz bebiese,
los hombres, con nuestro luto extirpado ya de sombras, la cargaríamos,
en silencio, sobre nuestros hombros desnivelados; y no, no sucedió así.
Pensaba que, como en los libros que con su leche constante amamantaran
mi adolescencia, la muerte me permitiría ser ese niño triste que llora
el cuerpo presente de su abuela, ensimismado; pero la vida, sin embargo,
tenía para mí otros planes trenzados en su movediza y asfixiante madeja.
Pensaba que, al igual que en las canciones que de melancolía nutriesen
mi juventud clausurada, sería mi padre, pese al miedo mutuo, fuerte,
y pensaba que, quizá, mi madre sería madre y sería conmigo solidaria;
mas ella decidió disfrazarse, rebosante de realidad, otra vez de pesadilla.
La llevamos, en un ataúd de madera de memoria, oración y sacrificio,
sobre las manos apenas, arrastrando el llanto sostenido por las baldosas
blancas de la plaza del pueblo de ahora, de la plaza del pueblo de siempre,
y con el peso de una avalancha desgarradora sobre las rodillas de cal,
rogando a lo invisible que la acogiera, quién sabe cómo, quién sabe dónde.
Aprendí, con las lágrimas negras paralizadas, o suspendidas entre la tierra
y el cielo, la burocracia inerte de quien se va, de quien se muere; y aprendí
la llamada matutina —en la lenta desesperación esperada— que no urge;
y aprendí la bienvenida que se da a quien no viene, en su viaje heráldico,
sino a despedirse. Mi padre sollozaba un llanto injustamente culpable
y sonoro, y hablaba sin hablar, y no hablaba hablando. Y mi madre…
mi madre me ofreció, como prenda, una afilada traición en un tribunal
de tinieblas y de horas, despojándome, sin sentirlo, de los últimos momentos
junto a mi abuela, en su sepulcro de recuerdos y de anécdotas, en su amor
eterno sin medida ni frontera. Aquella mañana de eclipse y de nieve
dije adiós, para siempre, a mi madre, que ni supo ni pudo ser madre;
que me enterró, bajo las nubes, con su crucifijo astillado de miserias.
Aquella tarde de dolor y de alegría se desvaneció, en un crematorio,
mi abuelita del alma querida, que sí fue madre, que sí me quiso; que será,
por siempre, la mujer que más me cuidara y amase; que es, al fin, una flor.
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[1999]
IV
Recuerdo unos ojos,
y cómo duele recordarlos.
Recuerdo unos ojos marrones,
melados, infantiles, profundos.
Recuerdo su luz aterciopelada,
y recuerdo la sombra suave
de su sueño cada noche.
Recuerdo unos ojos durmiendo
en la habitación de al lado,
cuando la vida era posible,
cuando vivíamos juntos.
Recuerdo unos ojos fraternos,
y cuánto, cómo los extraño.
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Autor: Pedro J. Plaza. Título: Matriz. Editorial: Valparaíso Ediciones. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
BIO
Pedro J. Plaza (Málaga, 1996) es graduado en Filología Hispánica por la Universidad de Málaga. Publicó, junto a Giovanni Caprara, su traducción de Cantos suspendidos entre la tierra y el cielo (Editorial Independiente, 2017), obra del poeta italiano Silvestro Neri; y, junto a Ángelo Néstore, la traducción de Dolore minimo (Letraversal, 2021), de la poeta Giovanna Cristina Vivinetto.
Se encargó de la antología Desde el Sur te lo digo, de Antonio Gala (Rafael Inglada Ediciones, 2019); y de la edición, junto a José Lara Garrido y Belén Molina Huete, de «En sí perdura»: Tradición y modernidad en la obra de Rafael Ballesteros (Renacimiento, 2022). Desde 2020 es director de la editorial El Toro Celeste y, desde 2021, editor, junto a Silvestro Neri y Lorenzo Cittadini, de los Quaderni Mediterranei. En 2021 ganó el Premio Málaga de Investigación por El poeta y el caleidoscopio: Lecturas múltiples en «El poema de Tobías desangelado» de Antonio Gala. Es miembro de la promoción XXI de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores.
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