La poesía de Antonio Carvajal se caracteriza por su singularidad. Construida a la contra de la crítica, la moda y el mercado, su obra se alza como un ejercicio de humanismo comprometido que reivindica antes la dignidad humana y la tradición literaria que cualquier otro asunto secundario.
En Zenda reproducimos cuatro poemas de Nos diferencia el cuerpo (Antología 1968-2022), de Antonio Carvajal.
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MEMBRILLO
Ni débil, ni vencido, ni antes de tiempo muerto:
ascendido en la luz con plenitud de esencia.
Aquí estás, aquí pones tu olor de blanco huerto
y hay un mundo de gozo detrás de tu presencia.
La mano no te oprime, pero eres fruto cierto
con lluvias y veranos cuidando tu existencia,
oh, corazón de otoño tranquilamente abierto,
por donde fluye un río de aroma en transparencia.
Mirarte no es mirarte, que es ver la luz del cielo,
el agua de la acequia, la alegre membrillera,
el campo soleado donde el aire se tiende.
Estás para los labios, estás para el anhelo;
pero nadie te toque para calmar su espera,
pero todos te gusten cuando la sed se enciende.
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[«No mires hacia atrás: ya nada queda…»]
No mires hacia atrás: ya nada queda:
la casa, el sitio, la ciudad, el soto,
escombro, hueco, ripio, humo remoto
o acaso turbia y leve polvareda.
Mira adelante, aunque te retroceda
el ánimo: el futuro no está roto:
si oscuro, intacto; fértil, porque ignoto.
Quiera tu voluntad, tu ánimo pueda.
Pero si te has vendido a las pasadas
sombras; si esclavitud tasó tu precio
en dos o tres monedas sin sonido,
teme a la libertad, pues no eres recio;
teme a tus fuerzas, pues están gastadas;
teme al futuro, pues será tu olvido.
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UNA FIGURA HERIDA
Eran ojos ingenuos y cándidos que ofrecían una visión más pura, más nítida, un paisaje recién estrenado, como si la creación se hubiera verificado en aquel instante.
José Mercado,
Piezas de armar
Anoche vi su rostro. Fue un instante
total, de esos que cuentan los que saben
del alma de los hombres que equivalen
a una vida completa. Tuve tiempo
para buscar sus ojos y mirarlos
y proyectar en ellos
toda mi soledad, todo mi desamparo,
todo el desasosiego
de no saber, de no esperar, y abrirme
en ellos y encontrar esa ternura
que no sabemos nunca si procede
de una mirada amiga, pero vemos
que nos envuelve y nos consuela y hace
un arroyo de luz en nuestro pecho.
Necesitaba tanto esa ternura,
necesitaba tanto su consuelo,
arrojarme en su luz, dejar un llanto
largo, mas sin gemidos,
manar, fluir, lavarme,
correr por sus mejillas,
que me dejara limpio de memoria,
limpio de mí, que apenas
entreví su mirada.
Me miraba,
lo sé, bajo mis propias lágrimas,
sin alterar su paz, como dejándome
su paz en mi abandono.
Y yo me abandoné, me abandonaba
a su caricia quieta,
a su presencia inmóvil, a la plena
certeza de su gozo.
Fue un instante
total, de esos que cuentan los que saben
del alma de los hombres que equivalen
a una vida completa, aquella vida
que encuentra su sentido y nunca acaba,
y nunca acabará sin su consuelo.
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HOSPITAL EN SILENCIO
A Manuel Urbano
Tocar un cuerpo no es tocar el cielo,
mas puede ser un sobresalto, el alma
sorprendida, hacia noches o mañanas,
plácidas siestas, tardes sin desmayo.
Tocas el otro cuerpo y te conoces;
sabes que ese dolor, que esa sonrisa,
son tu sonrisa y tu dolor. Y sabes
que ese vuelo de pájaros, el suave
discurrir de la fuente, es aleteo
del alma, borbollar de tus arterias.
El alma es la presencia.
Miras el monte, el olivar, las calles
blancas y prietas, las estrellas fijas,
los densos muros que el dolor contuvo
como piedad, como melancolía,
miras el duro hueco en la espadaña
que la campana evoca y enmudece,
y te sabes pinar, oliva, roca,
ventana o puerta, y llaga, y llanto, y viento
que la gárgola ahorma y no resuena.
Nos diferencia el cuerpo;
el otro es cuerpo de tus propias almas,
de tus suspiros y rencores; yace
o camina por ti, sin ti, sin darte
sensación ni memoria de tu vida,
pesar o gozo de tu propia historia.
Como las nubes, como las mareas,
como la luz del alba o del ocaso,
el alma es una y su promesa envuelve
toda la sed, todas las esperanzas,
el adiós, los exilios, los retornos:
el girasol y el pájaro, ese pájaro
que dice todo y no pronuncia nada;
esa corola blanda y amarilla
que cerca el fruto múltiple y distinto,
que ofrece mil por uno y dobla el tallo
—añoranza de luz, sed de rocío—,
el alma pueden ser, jamás el cuerpo.
El cuerpo es el olvido.
Nos promete otros frutos siempre inciertos,
nos promete otros vuelos, nos promete
una consolación, una mirada,
y, cuando queda envuelto por las sombras,
nos niega, nos destruye, y abandona
el alma al viento, el alma a los silencios,
sin lugar y sin voz y sin sentido.
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Autor: Antonio Carvajal. Título: Nos diferencia el cuerpo (Antología 1968-2022). Editorial: Cátedra. Venta: Todos tus libros.
Me gustaron los poemas!!