Rodrigo García Marina es un poeta nacido en Madrid, en 1996. Estudió viola y Medicina. Actualmente estudia Filosofía y cursa el Máster en Teoría y Crítica de la Cultura. Ha publicado La caricia de las amapolas (Premio Saulo Torón 2015) Aureus (I Premio de Poesía Irreconciliables, Bandaàparte Editores, 2017) y Edad (I Premio Tino Barriuso, Hiperión, 2019) además de participar en numerosas antologías y festivales. Forma parte del colectivo de ciberpoesía «Aceleraditos».
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XXI
un cernícalo se llevó a nuestra tortuga no lloramos su pérdida
como cuando se murió el hámster de piel blanca y ojos rojos
–mamá decía que era un diablo– dentro de su merendero
guardaba las pipas en sus carrillos
así de sucio podía ser el deseo [1]
éramos niños muy fuertes, una panda de perdedores
parece importante destacar de nuevo que no lloramos
ni el frío hizo de sólido bronce al tiempo.
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[1] El autor quiere dejar constancia de que también existe asepsia en el deseo. Como aquel paciente que ingresó tras ingerir lejía pues la vida se le presentaba insoportable en su cochambre. Así podríamos discernir dos tipos de ser: el que desea limpiarse de vida y el que limpia los cuerpos obligados a la descomposición, tratando inútilmente de borrar su tránsito hacia lo que ya no es.
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XXVII
el absoluto es broncíneo, le crecen caspas
blanquecinas, despliega su barriga alimentada de siglos
dice: esto es
y así sea su voluntad en la tierra
y la tierra se despliega plana, finita por dragones y por cielos desbrozados
a la duda le brotan tallos y piernas,
cuando camina hace ruido con sus zapatos de goma
y por qué negarlo, resulta incómodo verla crecer en la lengua
que todavía es joven, y aún así
no puede negar la parte, no puede.
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Trece lecciones de urbanismo:
A Maryori, la amiga de mi tía Marta,
que se la llevó un camión cuando apenas alcanzaba los cuarenta.
Pues por mí que lo peatonalicen todo. Que empiecen por la Avenida Mesa y López y continúen por paseo de Chil hasta la casa del bueno de Ale que aún busca el amor debajo de las piedras. Y en las tinajas de vino pues que allí también peatonalicen la superficie para que nadie nadie pero nadie resbale o —lo que es más importante— se hunda. Que peatonalicen la entrada de la comisaría. Que esos hombres fuertes [y esas mujeres] hagan bocina con la lengua mientras corretean de un lado a otro buscando piratas. Que peatonalicen el risco para que así a las viejitas las carguen aupadas en las jorobas de todos sus nietos drogadictos pero que ningún coche les silbe [los drogadictos y sus huesos de luz, Lenore Kandel]. Que peatonalicen desde la ciudad baja hasta el hospital Militar y mis nenes relocos puedan bajarse al pasito hasta el parque Doramas a jugar al pañuelo pese a que tan rápido se cansen. Porque se cansan de cosas: de estar en el mundo. Que les peatonalicen la montañita entera donde tan apartados los tienen soñando [también te digo, casi mejor apartados que a puñetazo limpio en la escuela]. Que peatonalicen la envidia. Que de tanto peatonalizar las ambulancias se marquen un paso doble y un Espaliú, y estiben [así las enfermedades dejan de ocuparlo todo] en cadenas de procesionarias —esas orugas tan lindas— a los sidosos, a los relocos y a todas las mujeres a las que se les ataca el corazón al menos una vez en la vida. Que peatonalicen los corazones para alcanzar a todos los pibes que caminan con su chándal y entreabiertas las piernas. Y también a los pibes que se maquillan. Y a los que tienen panza en media luna y pelitos por toda la espalda [algunos tan suaves]. Y a los pibes con un coño precioso. Que peatonalicen la calle de Paula como cuando allí rodó Brad Pitt así cuando salgamos «piripis» [esta palabra debe resultar graciosa] no tengamos la tentación de subirnos en los capós de los Mercedes y gritar que el mundo no es suficiente. Que peatonalicen el anarquismo. Que peatonalicen aún más para que los padres de Ernesto puedan llenarlo todo de mesas de latón y cafeses con leche. Que si nos prohíben en las conversaciones de mesa no sea por no peatonalizar lo suficiente. Que a ningún paralítico se le diga «levántate y anda» sin ponerle el nombre de un bulevar o algo por el estilo. Que la calle se infecte de prótesis y lisiados. Que ya ningún coche pite a las putas de detrás de casa cuando cruzan en rojo. Que por mí se extingan los coches y los estegosaurios vuelvan. Y las aceras. Y los permisos de conducción: perdone, señorita ¿puedo tomar este carril? ¿justo este es el carril correcto? Y que de tanto peatonalizar no queden direcciones. Que se escriban primero manifiestos [después verdaderos paradigmas] sobre la fenomenología de la peatonalización. Que a la autopista también la peatonalicen y se pueda salir de las ciudades corriendo. Que —de hecho— se pueda salir de las ciudades sin que las vías que llevan a algunos sitios [siempre concretos/ados] prohíban otros tantos. Y que lo que quede en señal de un mundo que fue compartido [más bien disputado] por conductores y peatones, lo ocupen los que todavía cabalgan o cargan en borrico, los ciclistas torpones [ay, justo aquí el sujeto poético se incluye] y algún que otro monumento a las víctimas del holocausto atropellacionista. Pues es en el suelo donde los arbolitos [también las secuoyas] eligen vivirse. Que toda relación quede peatonalizada y así —como los capullos de la madreselva bajo la que crecimos— cualquier relación se abra y de lugar a todos los perfumes.
Pero sobre todo que vuelvan los estegosaurios y que traigan al mundo un olor nuevo [o muy viejo [es decir, tan viejo tan viejo tan viejo que haya sido olvidado] depende cómo se mire]: el olor a estegosaurio. Y que se abran tiendas de fragancias estegosaurias y en Halloween el truco o trato lo pidan disfrazadas de estegosaurio, en fin. Que por mí lo peatonalicen todo, [absolutamente todo].
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Quisiera ser uno de esos chicos: [1]
Quisiera ser uno de esos chicos que juegan a la pelota
con sus piernas torneadas por el chute
y —cómplices de todo— bajo las duchas chocan
sus manos; aún no tienen los dieciocho, pero ya se saben
tan seguros de cómo les seguirán sin dudas,
sin otro deseo, las futuras generaciones.
Quisiera ser uno de esos chicos que juegan a la pelota
y se desnudan en el vestuario
con sus piernas torneadas
y el cuello tostado del sol de mediodía.
Quisiera ser la rabia de uno de esos chicos
que juegan a la pelota
cada vez que pierden el partido
u ocupan la bancada al carecer del pie de Maradona
Quisiera ser el padre de uno de esos chicos
que juegan a la pelota
y un día invocaron al espíritu de Ronaldo
o detuvieron el mundo en sus manos pues
todo lo que importa está custodiado en la portería.
Quisiera ser el sueño del padre de
uno de esos chicos que juegan a la pelota
Desde la grada jalearlos —con sus piernas torneadas—
quisiera ensombrecerles con las frustraciones
de quien un día creyó que el caucho regalaría agua viva.
Quisiera ser la repetición que evoca al ancestro
el inviolable giro que atraviesa la escuadra.
El rito del epidídimo devolviéndome la imagen de un Hombre.
Y no este hombre sin reflejo [sin imagen ¿qué es la memoria?]
Crecer en las manos del entrenador de la manada
y aullar su primavera de piernas curtidas
Tener un mismo color, un mismo aroma.
Quisiera al menos ser el aire enmohecido que esos chicos respiran
o el olor a polieuretano roído de sus deportivas
Quisiera parecerme en algo ¿sus narices? ¿el abdomen?
¿quién los preparó para la selección natural?
¿qué abuela le sirvió la leche con gofio en el desayuno?
¿y qué mano curtiría sus calzoncillos sobre la pileta?
Quisiera parecerme al tacto de su semen evaporado
sobre los azulejos sin victoria.
Quisiera ser uno de esos chicos que jugó a la pelota
que invocó al espíritu de Ronaldo o al pie de Maradona
y que tan solo su amor —tan mediocre son los devotos—
les hizo seguir allí, arbitrando los sueños de esos nuevos
chicos que ahora juegan a la pelota.
Quisiera ser la tarjeta roja,
tener el poder para vedarles de algo
arrojarlos al mundo de las normas
que no sean dueños de cualquier cosa
o al menos quisiera advertirles
con la indolencia de lo que se lesiona
pertenecer al mecanismo de la citoquina que inflama el tendón
ser el puño de un portero de discoteca infame
ahorrarles el dolor con el genérico de cualquier comprimido
si al menos mi piel fuera de Xanax
o si mirando fijamente hacia el equinoccio de sus vidas
torrara sus antebrazos
¿y si fueran híbridos —café torrefacto— y nos bendijeran
con un cáncer de vejiga?
O sencillamente Minotauros custodiando.
Quisiera ser el chico pelirrojo que desde la grada contempla
el valor del diente de león sobre la explanada
esperando el azuce de una boca
la fruta desparramada en la comisura de uno de esos
chicos que juegan al vuelo vencido del vencejo
o a sortear al cocodrilo de los estimulantes.
Quisiera ser arithmós
en su hora de espalda y bíceps
desbordarme: contarles que los sin-reflejo
siempre fuimos ilímite
siempre estuvimos más allá de cualquier repetición
siempre proferimos aquello de contemplar al narval
y olvidamos el rito de la caza
y olvidamos la recolecta —circuncidarnos—
olvidamos con el adobe izar la casa.
Nuestros testículos acudieron yermos al mundo
desparramando la voz de Asterión en los gloryholes.
Si yo no soy Baruch Spinoza
si yo no soy uno de esos chicos
los que siempre tuvieron a alguien con quien bailar
y quizá por eso tan poco disfruten del tecno
a los que nunca les hizo falta comprender
pues nunca existió la falta [cómo entonces hubo deseo]
¡Cómo alcanzar a un gamo! para retenerlo sobre la sábana
si tan solo el hardcore nos remueve
guardarlo dentro como mitomicina intravesical
¿duele tanto expulsar a un Hombre del paraíso?
Si un día sudan ¿podré al menos enseñarles que también sudamos?
Cuáles serán sus cruces: las razones por las que entregarán la vida
¿sus abuelas que tantas veces les zurcieron los descosidos del chándal?
¿un contrato millonario?
¿caerán en la desgracia de desconocer la entrega?
¿y sus deseos más oscuros?
al fin y al cabo, además de soñar con el Hijo,
¿les comerán los pies a sus mujeres?
¿suplicarán —vergonzantes— un dedo índice en el culo?
[¿Es esto un verso ridículo?
¿Son nuestras vidas algo menos ridículas si nos mutilan?]
¿dormirán bocabajo?
y el párpado ¿titilará como una rama cuando se acabe la broma infinita?
¿cuál de todos se matará en una carretera de interés general del Estado?
¿Nos piensan permitir a los sin-reflejo amortajar su cadáver?
Después de todo está incluido el amor
que viste con sus brazos cada uno de los olores ciegos.
Quisiera ser un objeto que vaya con ellos
un botón, el llavero, el hilo del remiendo de sus toallas
espiar cada paso que se vuelve a dar sobre lo dado
sin mostrarles a quienes viven con lo puesto.
O aquella conferencia tan bella de Heidegger sobre lo Mismo.
Heidegger
quien temía porque el Hombre
fuera indistinguible del objeto
hizo amantes a sus mejores alumnas
y probablemente jamás escribiera ningún poema.
Quisiera no querer
Quisiera lo indistinguible
lo cósico
lo infrahumano
lo superlativo
ser lluvia dorada
lo alcanzable solo si se pone en práctica
la teología negativa.
Por qué no hay manta ignífuga que nos apague
Si tantas veces lo intentaron
Si aún no se han parado a reponer fuerzas
tras XXI siglos escribiendo la Historia
¿Qué es lo que excede a su Espíritu?
y en qué medida desborda lo inmedible:
Para nosotros los ilímite
que tanto performamos, es decir,
que con el cuerpo hacemos de la significación, contingencia.
¿Alguien nos tiene reservada la objetualidad?
¿O estaremos siempre bajo el velo?
Como hallazgos de interés científico
en el curso de lo que queda aún por descubrir
abriendo el circo siempre con el espectáculo del Otro
tan llenos de semen y mierda
de mierda y semen
¿habrá escotilla o bandera blanca
o arena movediza u orificio por donde escapar de los hombres crueles?
Uno de esos chicos que juegan a la pelota
con sus piernas torneadas por el chute
y —cómplices de todo— bajo las duchas chocan
sus manos; aún no tienen los dieciocho, pero ya se saben
tan seguros de cómo les seguirán sin dudas
sin otro deseo, las futuras generaciones.
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Me encanta Rodrigo Garcia Marina
A mi me gusta la madre de Nieto ♥️