Los versos de Maribel Andrés Llamero nos hablan con la voz milenaria de los poetas helenísticos y dialogan con la enfermedad y el tedio de las salas de espera de los hospitales. En palabras de su editor Ben Clark, “como el ejército del primer emperador de China, estos poemas han permanecido un tiempo —años, quizá siglos o milenios— enterrados, custodiando la memoria de la melancolía”.
En Zenda reproducimos cinco poemas de 80.000 soldados de terracota, de Maribel Andrés Llamero (Isla Elefante).
***
LA BESTIA
Nos viene mordiendo los pies
una bestia que ha reptado
desde su angosto y húmedo nido.
Imaginábamos ruidos de cristales,
gemidos desgarradores,
animales huyendo con pavor,
pero es el suyo un rumbo espeso
que avanza larvado, con el murmullo
sigiloso —así crecen las plantas—
de la erosión irreversible:
el fin avanza siempre callado.
Y ya viene, papá, ya va llegando
a lo vivo desde el suelo.
Nos viene mordiendo los pies
una bestia con las fauces abiertas.
Notamos que es ella porque abrasa
con su lengua la tierra, las huellas
del regreso, mengua los senderos,
parece que quiere entrar en este hogar,
parece venir a buscarnos
—nos viene mordiendo los pies una bestia—
y tú dices,
aunque la mesa está lista,
tú dices, saldré al camino a detenerla
—qué será de nosotros
desamparados—, debo ser yo quien lo haga,
es mejor así. Y cuando cae la noche
en la ventana, vuelves
—no sirve el golpe en el cráneo de la bestia—,
de esta salida aún vuelves,
no llores, me pides malherido,
o nos encontrará antes.
Pero está el zarpazo y la sangre ya es
el rastro y la puerta que necesitaba.
Se están agitando los cimientos
—visiones de un hogar devastado—,
porque ha dejado su señal
indeleble en nuestros muros,
tú eres el lugar de la grieta.
En tu estómago algo empieza a palpitar,
aullido más fuerte que tú mismo,
con más vida, piedra que crece,
se alimenta de ti
y no se puede detener.
Mantenemos firme el abrazo,
vendamos la mordedura
y cerramos los ojos para no ver,
para no ver su rastro en tu piel,
para no ver cómo se mancha el cuarto,
para no ver a la bestia
cuando eche abajo las paredes,
para no ver,
para no ver cada noche cerramos los ojos,
para no ver
cómo trepa por ti el silencio
del que pronto
estaremos cercados.
***
la felicidad de los enfermos
Los muy vivos tienen pena de nosotros,
la pena de los que habitan el tiempo
y no lo sienten.
Tres años he registrado en tu agenda
la próxima revisión, mirando de reojo,
tres años,
cómo te vistes para ir al hospital,
aspirando el perfume que usamos,
tres años,
para convocar buenas noticias,
tu sonrisa, ¿estás?
estar es siempre el verbo,
yo estoy, papá,
y tú estás.
Tenemos horas por delante
en esta sala de espera para conversar
de cualquier cosa —dime
si esto no es vivir y la mejor noticia—;
no me beses tanto aquí,
qué pensará la gente,
pensará que te quiero.
Y somos dichosos juntos de vuelta a casa,
porque estamos juntos volviendo a casa.
Los muy vivos sienten pena de nosotros,
porque no entienden que aquel
al que se le pone la noche
en los ojos descubre el sol
de una manera nueva,
que no percibe la repetición,
ni lo sobreentendido,
que escucha una armonía
que solo pueden oír
los que saben
estar en silencio.
El sentir es incomprensible
y nadie puede negar que rozamos
pese a todo contigo
la felicidad.
Hemos vivido, papá, tan cerca del final
que después de mirarle el rostro a la sombra,
nos hemos topado con toda la intensidad
de la deslumbrada alegría.
***
“ODISEA”. CAPÍTULO X
Cada quince días vuelves a aguantar
en la sala de quimioterapia
sin lamentos y sin quejas
todas las fatigas, pidiendo a tus arterias
que aún soporten más, amarrado
sin remedio al mundo
por los afectos.
Te tiendo la mano y mientras tú enfrentas
la que es única opción para la vida,
yo me sumo en la tristeza más profunda
y bajo entre tinieblas hasta el Hades
porque, como aquellos que más aman,
sé que también yo he de morir
dos veces.
***
LA NOCHE Y LO IMPERECEDERO
Las lágrimas caen desde la noche.
Cuando cierro las obligaciones,
y despido a los que me observan
con sus ojos de luto,
me acerco a ti y vence el día.
Solo desde tu paz llega el descanso.
Y es cuando me entrego,
sin rigidez y sin conciencia,
cuando vienes siempre
y yo vuelvo a tu pecho,
te abrazo
y unos días te explico
como no lo hice entonces
lo que te está pasando,
lo que ha de ocurrir.
Hay veces que aún vives
en silla de ruedas y celebramos
torpes e intensos el error
de la ciencia: sigues siendo nuestro;
otras te digo aliviada cosas como
he soñado, papá, que te morías;
hay ocasiones en que me llamas
con tu voz, he venido,
es la misma e idéntica voz,
y te pregunto
cómo es posible que regreses,
yo no pude mirar
pero sé que hubo una hoguera,
yo conocí el peso de las cenizas,
yo te sostuve en el aire,
y antes de perderte
de nuevo al amanecer
—te pierdo tantas veces—
me dices, y qué feliz me siento,
que podrás visitarnos
de vez en cuando,
como si alguien te retuviese
lejos de mí y existieran
los permisos.
Me invade,
Perséfone,
una alegría de primavera.
Así son siempre ahora mis sueños
más reparadores:
los que vienen para corregir
con tanta fe
la vida.
No solo tú estás más vivo
cuando duermo.
***
REGRESARÁS
Siglos después, la lava deja
fértil la tierra que abrasó.
Te has ido y regresarás
serenamente
un día
cuando hayamos sido capaces
de organizar y colocar
todas las alegrías,
todas las tristezas.
—————————————
Autora: Maribel Andrés Llamero. Título: 80.000 soldados de terracota. Editorial: Isla Elefante. Venta: Todos tus libros.
BIO
Maribel Andrés Llamero (Salamanca, 1984) es doctora en Filología Hispánica y licenciada en Filología Hispánica, en Filología Portuguesa y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Trabaja como profesora de literatura en el departamento de lenguas modernas en la Universidad de Salamanca. Como creadora ha representado piezas breves de dramaturgia, ha publicado artículos para El País y ha participado en recitales poéticos y antologías. Ha publicado los poemarios La lentitud del liberto (Ed. Maclein y Parker, 2018), Autobús de Fermoselle (XXXIV Premio Hiperión de poesía, ed. Hiperión, 2019) y Los inútiles (Isla Elefante, 2022).
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De bueno a muy bueno pero bueno bueno es bueno en el fútbol se dice es bueno y no es fácil escribir poesía después de charles baudelaire bendito poeta no sé por qué el profesor y filósofo hermano de mauro z que tiene un apellido con muchas consonantes y pocas vocales se empecina en llamarlo maldito la única palabra del castellano que tiene cuatro letras consecutivas ordenadas alfabéticamente es estuvo