Aitana Monzón (Tudela, 2000) cursa Estudios Ingleses en la Universidad de Zaragoza. Entre sus reconocimientos literarios destaca el XXXIII Certamen Gabriel y Galán, el XXX Certamen de Poesía Blas Infante y su puesto como finalista en el II Premio Nacional de Poesía Viva #LdeLírica. IV Premio ESPASAesPOESÍA, ha colaborado en antologías y revistas a nivel inter/nacional, así como en conferencias sobre literatura en la UNED de Tudela, y sobre poéticas exílicas en la École Nationale Supérieure de París. Ha cursado Literatura Comparada en la Universidad de Kent y es autora de los poemarios Dormir à la belle étoile (Amarante) y La civilización no era esto (Espasa). Actualmente investiga sobre ecopoesía, los límites performativos y el legado anglosajón.
A través del monólogo dramático de la voz, La civilización no era esto plantea una búsqueda por la belleza —que resulta ser pérdida, corrupción o ruina. La memoria nómada del individuo frente a los rescoldos de una ciudad ya mítica anuncia el carácter teatral del libro y son esas ensambladuras las que dan cuerpo a su estructuración. Dividida, pues, en cinco actos y sucesivas escenas (siguiendo un orden simbólico: 1-5-1-5-3), la obra oscila entre una hibridez de géneros donde predomina el acercamiento íntimo del yo, el dinamismo de los cuerpos y la musicalidad de la palabra. Todo esto, como si acaso siguiera esa estructura alegórica de las novelas peregrinas, presenta al poeta a la maniera del errante anglosajón despojado de patria o artificios.
Zenda adelanta cinco poemas del libro.
***
Acto tercero – Escena I
El poeta recuerda los sueños de los viajes
que tuvo con Justine. Escribe en el reverso
de un billete de tranvía:
«A J., ante la ciudad que conociste».
Morir en Venecia
entre ritmos y odas y teatros
debería ser oficio compartido
Borrachos y tristes, los que una vez amaron
tu forma de fumar, mujer,
tu forma de posar los labios
por la pendiente alejandrina, ahora te siguen
–tacones sobre piedras que se agrietan–
y buscan el calor de los volúmenes
que oculta la ciudad
Morir en Venecia
entre ritmos y odas y teatros
debería ser oficio compartido
[Morir;
pero no se dice de qué muerte]
Por eso,
mujer que cierras los ojos, espesos
como espacios derruidos –cruzada de cinturas
te diré cuando me agotes
que gestamos estas nadas en
heridas
Esto: que es la nada pero acaba en tus iris
Esto: que es la nada
pero acuña la eternidad
del agua por tus piernas
como si fueras hechizo fecundo
Por eso,
borrachos y tristes, nosotros
iremos al canal [ ] iremos hacia ti
iremos en la ruta de caminos
hacia tus versos como bardos
y mirándonos furtivos por una vez
recordaremos libres los pechos que se abrazan
olvidaremos
que la ciudad se derrumba
sin la memoria del otro
***
Acto quinto – Escena I
A Melissa
Pulchritudinem Morbidus
quiere decir:
No puedo acostumbrarme al canto,
pues tendré sed de tu palabra
[ toda la duda del hombre envuelve un sacrificio ]
Si una vez confundiste las historias de Justine
con la ciudad,
olvídanos
que no queda ya entre estos árboles
un bramido difuso / memoria en los perfiles
[ cuánto hubimos amado en esa vida ]
Ser dúctil o ser tempestuoso
son los castigos que habremos de pagar cuando nos venga
otra vez el hueco de tu infancia y de tu madre
[ lo que pasó lo guardo entre el peligro de aludirte ]
Mas si te hice ser alejandrina
vayamos al inicio de las cosas:
Espina en mi costado eso fuiste
espina que reniega el llanto y la ambición
espina que se agrieta –que te grita
[ tantas voces que ya no nos ocupan ]
Serviré tu silencio
[anillos de otra época]
todo parece estar caído ahora
entre patrones que no sirven y pies que no se besan
expulsaré de la pasión este…
tu fuego imposible
y con el duelo de mirarte
O costilla inútil / cuerpo en despedida
me atreveré a invocar desde este clima de cadáveres
tus leyes, los balcones, la ciudad nocturna y
esta sed que silva:
Toda la duda del hombre envuelve un sacrificio,
cuánto hubimos amado en otra vida…
Lo que pasó lo guardo entre el peligro de aludirte
–añicos de otra época–,
tantas voces que ya no nos ocupan.
***
Acto cuarto – Escena III
La talla decapitada de San Sebastián descansa
en una capilla vacía. Cada surco de flecha perfila
la libertad oscura del deseo / la libertad negada
de la culpa.
Estudio para una Crucifixión:
En la distancia salidas de la norma,
contrastan las figuras enjauladas
Detrás de ti
con toda la grandeza del nombre
se baten
–héroes alados–
la danza y los cuchillos
En las tragedias griegas se olvida la mitad
de las deformaciones el terror
la descomposición del ego y
tras el vacío,
se hiende serenísimo
el cielo en sus estacas.
Pero esta noche,
homosexual y masoquista,
revives la pasión
como en semilla seca de cigarro y de dientes.
–en una esquina / fuera de la norma,
contrastan estas sombras enjauladas:
un escorzo de músculos abiertos
unas manos que van hacia la herida
un símbolo de cruz
y de homicidio con lenguaje roto
como si el idioma no fuera nada
sino pedazos omp o
desc t
ues s
que a nadie ofenden
Pero desde aquí, desde esta habitación,
me duele la cortina de tus ojos
y se me abren
tus palmas derruidas
por clavos
–quién sabe– por agujas hipodérmicas.
Entonces,
embestida de cuerpos sin presente,
relato la luz de tus
costillas
–que dice demasiado–
como bueyes de Rembrandt
como expresión sangrada
del culto que se hiere.
Por eso
parece inverosímil tu desnudo;
por eso lo nombramos sacrificio
***
Acto cuarto – Escena II
IV
aquí la intimidad:
ese poema
que herido se hace vientre
que otorga nombres
temidos a las cosas
o ese romperse de la voz
en ínsulas extrañas.
Ínsulas-cuervo,
mandorla;
enjambre de palabras que no cesa.
Qué extraña la caricia
de quien ama,
rumor de todo cuerpo
que no dice
[Magdalena penitente]
***
Acto quinto – Escena II
DARLEY junto a la hija de Melissa.
Piensa: No hay lactancia en las urbes
ni hermanos de leche.
La última estación
será tu cuerpo.
Aquí descansará
–levitación rupestre–
el aire vaciado con su ruina.
La última estación
será dormir la leche de tu boca:
bífida sierpe rotunda en sus caudales.
Aquí diremos cuando el magma
ya nos haya nutrido
que nunca nos dolió tanta ternura,
que no pudimos ser hijos o hermanos,
que esa leche de Dios
no era copla
ni esa agua en el vientre
matriz animal.
La transmodernidad te besará
–como Caín–
los párpados.
Empuja, pues, el aire de las huertas,
que aquí ya sólo hay ciborgs:
la ciudad
se queda mansa de cantares,
de cántaros de entrañas.
La última estación
o el cuerpo en la nodriza.
La luz y qué chupar del niño y su lenguaje:
tan próximo a la herida
o a su limbo,
–llamémosle morada–,
tan próximo a su pueblo.
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Autora: Aitana Monzón. Título: La civilización no era esto. Editorial: Espasa. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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