Inicio > Poesía > 5 poemas de Alejandro V. Bellido

5 poemas de Alejandro V. Bellido

5 poemas de Alejandro V. Bellido

Con su poesía al aire libre, Alejandro V. Bellido demuestra que, a pesar de su juventud, o quizá debido a ello, posee una mirada fresca de poeta que aún conserva toda una vida por delante, y sin embargo ya comienza a vislumbrar el paso del tiempo (con mayúscula) como un enemigo invisible contra el que uno no puede defenderse”. (Jorge Barco Ingelmo (fragmento texto de contraportada).

Alejandro V. Bellido (Huelva, 1993) es graduado en Filología Hispánica y Estudios Ingleses por la Universidad de Huelva y Máster en Estudios Hispánicos Superiores por la Universidad de Sevilla. Su primer poemario es La muerte en Cyterea (En Huida, 2018). Ha realizado recuentos de la literatura joven en su provincia como en Antología de Poesía Joven Onubense (Niebla, 2015) y ha participado en antologías como Luz nueva del suroeste (En Huida, 2015) y Piel fina. poesía joven española (Maremágnum, 2019). Ha sido director y locutor del programa de radio especializado en poesía contemporánea La Arcadia Onubense y ha trabajado como editor en Apuleyo Ediciones. Es colaborador habitual de la revista Maremágnum.

A continuación, reproduzco 5 poemas de Alejandro V. Bellido incluidos en su obra La oculta esperanza.

******

PALABRAS PARA CÁNDIDA

Cándido, da 

1.. adj. Ingenuo, que no tiene malicia ni doblez.

  1. adj. poét. blanco.Color cándido. Nieve cándida.

 

Te llamas Cándida,

y no por ese nombre que heredaste

como un vestido viejo

que se ajustase mal a tu figura.

Porque eres cándida:

blancura sin malicia ni doblez,

lo dice bien la RAE, pero tus gestos

lo dicen aún mejor:

es cándido tu rostro cuando asientes atenta

a la cosa más nimia que sale de mi boca

y culminas la charla cifrando la ternura

con una sonrisilla que recuerda

a tiempos que ahora son ceniza.

Me asomo a tu oficina y veo la candidez

en tu ceño fruncido y en tus manos

que se baten en duelo con facturas,

o en el rubor que sube a tus mejillas

cuando me asomo y te sorprendo

tecleando ensimismada

—pasos

todos estos de baile que conforman

una coreografía de la inocencia—.

 

Pero esa candidez

tiene los días contados porque el tiempo

no sabe de clemencia ni de misericordia.

Por eso, para cuando la vida se abalance

sobre ti como un Hummer H2,

dejando bien marcadas sus ruedas de veinte

pulgadas en el centro de tu blancura incólume

y tristemente te despojen

de tu nombre, aquí, Cándida,

te dejo tu epitafio.

 

PETICIÓN

A la vida le pido pocas cosas

no quiero ya más fuegos de artificio,

no le pido regalos, no le pido

nada;

que no se entrometa y que deje

que el robo se produzca poco a poco.

Como tiene que ser: sin prisas,

que deje que las cosas sigan su curso.

Y encontrarme pasado el tiempo

desconsolado, viejo, solo.

Que la muerte me halle

con una vida llena de vacíos,

como una escoria informe

que pida a gritos que la tiren

a la basura.

Y engalanarme

con la mejor de las sonrisas

que puedan concederme aquellos tiempos

cuando oiga sus nudillos en la puerta.

 

TOKYO, 14:22

En un paso a nivel

me dijiste que me amabas.

 

Llegamos como siempre como cada

tarde al salir de clase

y esperamos el lento

pasar del tren.

Yo empecé a hablar de la dichosa juventud,

de cómo de rápido se nos va

de las manos, de cómo en unos meses

habíamos cambiado la certeza

del uniforme del colegio

por la inseguridad de la ropa de calle

—supongo que el principio del fin—.

Te dije que mi abuelo se marchitó en una tarde,

ese buen hombre que me daba

la merienda y la buena cosecha

de valores que obtuvo de sus padres,

puros como las copas nevadas de Sapporo.

Y que yo no quería que la muerte

me saliese al encuentro y me pillase

con la mochila llena

de vacío, teníamos

que rebosarla de experiencias;

había que darle la vuelta a la tortilla,

aprovechar los miles de minutos

que se nos van por el desagüe

en estúpidas colas para subir al metro,

en consensuadas esperas como esa

frente al paso a nivel;

esperas que asumimos

como domesticados perros que tras cumplir las órdenes

reciben su golosina correspondiente:

 

la vida.

 

Que teníamos, dije, que enamorarnos

en las esperas, vocear —en su defecto—

los nombres de los chicos a los que amamos.

O lo que sea: hacerle un fuck you al sistema;

cagarnos en los muertos de este mundo

tan lleno de injusticias,

de terrorismos cotidianos,

pensar en un proyecto que nos diese

fuerzas para dejarlo todo, para dejar en la cuneta

a ese padre que veo en los morados de tu espalda

cuando te cambias en el vestuario.

 

Durante el paso del convoy

 

teníamos que incendiar nuestras vidas;

quemarnos a lo bonzo y cruzar como un rayo

persiguiendo ese nuevo horizonte.

 

Entonces, me dijiste que me amabas,

y te miré a los ojos

 

mientras pasaba el siguiente tren.

 

EL ABRAZO

En estos versos pongo —aquí se queda—

la caricia que nunca te daré,

aquí pongo los besos

de fuego que te encienden en las calles

de mi imaginación

—de los que no tendrás noticia nunca—;

aquí también las sábanas

que nunca rozarán nuestros cuerpos desnudos

y tu sonrisa,

aquella que no lleva

mi nombre la pondré

—tan luminosa, tan

pequeña— justo

aquí.

Aquí, dejo estas líneas

que —torpemente— tratan

de darle a la tristeza un cuerpo

que me abrace esta noche.

 

AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA LITERATURA

Sentado en la parada del bus veo de improviso

pasar un gran camión de un blanco reluciente

como un bello corcel de un elegante

caballero trotando por praderas

grises de duro asfalto.

Me fijo que en el morro del vehículo

bajo la ventanilla hay unas letras

metálicas, enormes, en las que, rutilantes,

bajo un tórrido sol

de tarde de verano, dice: «GORDI».

Y me imagino al conductor un día en el taller

diciéndole a su amigo

que quiere sorprender a su parienta,

que son ya cinco años y no tiene

ningún detalle nunca y que ella

se lo merece todo, así

que ponle —me imagino que le dice—

en esta parte bien en grande, que se vea,

las letras que te he dicho,

que le quede bien claro a la gordita

que estoy loquito por sus huesos como

si fuese el primer día.

 

Y lo veo venir y me impresiona,

en esta carretera tan mediocre,

en un pueblo perdido de la mano de Dios,

en un camión, en cinco letras —no poco vulgares—

la palabra escrita

y el mismo amor que empujó a Dante

a escribirle a Beatrice la Divina Comedia.

—————————————

Autor: Alejando V. Bellido. Título: La oculta esperanza. Editorial: Sonámbulos ediciones. Venta: Todostuslibros y Amazon

4/5 (42 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios