Ángeles López hace del exceso virtud y destila su cólera contra los tibios, los agradecidos, los biempensantes. Si el mayor novelista del siglo pasado nos enseñó que, entre la pena y la nada, hay que elegir la pena, aquí se nos invita a que, entre la carne y cualquier otro accidente de la vida (olvido, negligencia, cobardía), hagamos del cuerpo refugio y parapeto. Así, desde esa trinchera incómoda y procaz, la poeta dispara sin reparos, sin vergüenza y sin indulgencia. Quizá porque “el amor no es lo que pensamos: siempre es otra cosa”. Algo dañino e impuro, cierto, pero irrenunciable. Algo que merece siempre celebrar, por más que duela, y que este texto entre el Bataille de El azul del cielo y el Grande de Las rubáiyatas de Horacio Martín nos recuerda con devoción y desgarro. (Ricardo Menéndez Salmón)
Zenda reproduce a continuación 5 poemas de Ángeles López incluidos en Las ocho y carne.
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I
Repito tu nombre de sonido abrasador,
tumulto de monedas de cobre,
y también de escocida tonalidad avellana
—aspirante a alcanzar la mansedumbre—
que habla por ti y por todos nosotros en nuestra más
[elevada industria.
Un día hiciste una elección: ser doliente
para que el mundo no te mereciera.
Como las comadrejas acechan los ojos de los ahorcados,
así aguardas tu inhumano turno
hecho de exceso de ceniza insensata y
conteniendo la respiración con todo el aire residual de
[tu infancia.
Aroma a glicinas en el viento del norte
cuando ya no hay leche caliente en los pechos de tu madre
ni hay celdas sin ventanas que den a mar alguno
II
Las ocho y carne
en el dialecto de tus dientes
mientras te afanas en tomarle el pulso
con inacabado gesto
a caducifolios y abetales.
Con miedo de otro tiempo y vagamente amenazada
por el fantasma del invierno… Me siento mercenaria del dolor,
malagusto, siempre… Cocino con esmero heridas de otros
tiempos en los que jamás estuve.
¿Y si, entre líneas,
y bajo la dramática luz de Caravaggio
queda entre nuestros nadies
un irreparable e hipotético vacío?
III
No sé qué he hecho
porque rara vez lo he hecho,
sólo sé que lo he hecho.
Una y otra vez, hecho está, sin quererlo.
Sin desearlo, avanza como algo hecho.
Si hecho está, lo haré de nuevo
lo haré hasta el final,
hasta el límite umbrío del tránsito eterno,
vacío,
límbico.
Por tanto, no sé qué es lo hecho pero se ha hecho
alguien, que no soy yo, lo hizo
alguien que soy yo, lo ejecutó premeditadamente.
Hecho. Sin des-hecho posible.
Y si al final no lo he hecho… Juro que lo haré
IV
Notorio macho:
Ante el fondeadero de tu mirada dramática te devuelvo
[mi salvaje sumisión
entre el sudor y la emergencia
como regalo para ti, varón inconvocable,
que no haces pie ni entiendes nada,
ni siquiera escuchas el gran coro de las cosas.
Es una rareza tu falta de oficio en el mirar
pero
me consuelo de tu desatención,
como animal caliente,
con los físicos trabajos de las manos y el tiempo.
¿Sabes, acaso, que hay cuerpos que duelen?
Deudora de tu gusto arcaizante de saliva, pelo, cuerda
[y sable
me asilo de la costumbre de entregarte mi belleza
[inconveniente
con aquello que le resta al idioma:
Ipsismo.
…Ante el choque de trenes de tu cimarrón miembro
V
Bien sé que entre tú y yo no sucederá
esa obscena necesidad de meternos el uno dentro del otro
y hacernos daño a fuerza de abrazos
…Porque todo se quedará en un territorio mental.
Protesta mi imaginación y
mis miembros también protestan,
porque ya te he dicho que hay cuerpos que duelen.
Rebaso el crédito de mi turbación para preguntarte,
si lloverías dentro de mí
mas no obtengo respuesta,
como una nueva clase de nada, salida de tu apesadumbrada
[boca.
¿Eres cobarde, eres santo?
¿San Simón el estilita, eres?
¿…O para mí no eres con toda tu lumbre?
El silencio también es una geografía
aunque conduce a errores metalúrgicos
de inmoderado sufrimiento
y no ayuda a comprender por qué no te me quitas de las ganas.
Me sorprende necesitar tan pocas cosas
ante este alfabeto nuevo de la espera, las nieves,
la piedra de Bolonia
y las cartas que no llegan
pues murió el cartero en el intento de traerlas.
Tus miradas que adelgazan problemas
las palabras que se quedan en la carne de tu paladar.
Todo ello se perdió.
En las nieves.
Junto al zurrón del mensajero.
Mientras, yo, albacea de mi presunta inteligencia,
he tenido los músculos bien educados para la espera
[semanal
pero, sin duda, he sido ciega, guiada por la pasividad
[de otro ciego voluntario,
incapaz de redenominar el orden interno de la carne.
…El amor no es lo que pensamos, siempre es otra cosa.
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Autor: Ángeles López. Título: Las ocho y carne. Editorial: Huerga & Fierro. Venta: Todostuslibros
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