El reto de la poesía contemporánea es, con los mimbres de la retórica y prosodia heredadas, hacer lo mismo y diferente: regresar a los temas de siempre desde ángulos imprevistos y no dejar que los viejos ritmos apaguen la voz nueva. Antonio Rivero Taravillo domina los recursos y los pone —música y hondura— al servicio de una poesía que busca emocionar, turbar, fijar lo que desaparece y rescatar lo ya ido. Poeta con oído y capacidad de observación, sus versos están colmados de epifanías y de voces que resuenan desde lejos y continúan reverberando en los lectores. Los hilos rotos, I Premio Nacional de Poesía Ciudad de Lucena Lara Cantizani, es según el jurado: «Un libro sólido, sin fisuras y que denota una voz potente y propia, estéticamente lleno de imágenes efectivas y plásticas».
***
Vivir
Si no es bisiesto,
un año se descompone
en trescientas sesenta y cinco zancadillas.
Por el contrario, una vida
se va —se fue— en un suspiro.
Lo que tarda en picar una cobra.
Lo que se toma una bala
en atravesar un naipe que es
en realidad una carta del Tarot.
La vida es haber eludido
tantos traspiés,
resbalar sobre el cartón satinado
y dejar de ser bípedo, un charco
de sangre que se va,
no de semen que viene.
Vivir es ensayar esa caída.
***
La menestra
Extraes del congelador
la bolsa de menestra.
En la encimera queda unos instantes
y, en silencio la casa, oyes muy cerca
el crujido del hielo más lejano.
En la cocina de Sevilla,
de pronto estás ante el Perito Moreno;
con seis horas de diferencia
y tras seis años,
esta mañana como aquella tarde:
el mismo ruido
del glaciar que se rompe.
Estrías azuladas resquebrajan
el fino oído de la memoria.
Te entran ganas de dejar la verdura,
y te domina
un hambre argentina de asado.
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En la barra de un bar
Picando frutos secos en la barra de un bar,
estás leyendo el mismo libro
sobre una playa, en su arena
delante de una espuma diferente.
Bajo el sol que cuelga de la viga,
oyes el oleaje de los versos
rozados en las yemas, mientras pasa
el tiempo preso en un reloj de sal,
polvo que no es polvo sino tiempo.
En el cristal del vaso, su esfera.
Minerales, las manos a sí mismas se entierran.
Las olas de tus huellas digitales
en su marea arrastran
guijas en que tropieza el tacto
sobre la duna lisa de la página.
En la arena, los poros, las esporas,
el polen
de plantas medicinales o venenosas,
su tinta.
Se va haciendo de noche, y persevera
aún el balbuceo frente al mar.
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Mambrú
Se fue a la guerra,
y allí debe de continuar
con pena y prisionero, haciendo guardia
de gala y uniforme de ropavejería
al pie de nuestra infancia caída sin repique
y enterrada sin salvas
ni honor.
Se fue: un cigarrillo consumido
cuando ni siquiera fumábamos.
Y sé
—los años anestesian—,
sin dolor, sin dolor ni pena,
que no vendrá.
Que no vendrá.
***
Clase turista
Las suelas de zapato en el avión,
quietas alas que vuelan,
no batiendo, sino inmóviles
sobre montañas,
carreteras y nubes.
Un hormigueo
en las piernas mientras, abajo,
hormigas de verdad
—mujeres y hombres—
caminan en hileras
o con su ausencia pueblan
los desiertos, las olas.
En el vaso de plástico, un hielo
padre en tamaño,
y también en edad,
de ese breve glaciar que dura lo que un sorbo
en el palmo de ancho de su mundo,
la ventanilla.
Porque el tiempo transcurre
oníricamente,
distorsiona y doblega la vigilia
enderezando el sueño.
Al despegar o tomar tierra,
dos manos que se anudan restañan
toda la separación de los continentes.
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Autor: Antonio Rivero Taravillo. Título: Los hilos propios. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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