Los poemas de Barruntar construyen una cosmogonía de la intimidad, una narración del cuerpo y de nuestra relación visceral con la naturaleza y con el otro. Nadia del Pozo trabaja la imagen con manos de pastora y de orfebre, «como si de mis uñas fueran a extraer la leche de las difuntas», sabiendo que en el poema debe caber la historia de todas las hijas de todas las islas, de todos los pueblos. Barruntar es el verbo, es movimiento, es oralidad, es la recuperación, a través de la poesía, de las antiguas enseñanzas del cierzo.
En Zenda reproducimos cinco poemas de Barruntar (Isla Elefante).
***
Las manos espesas de tocar perros flacos
huesudos que agachan la cabeza
se esconden de los hombres
aguardan en la orilla pedazos de tripa
como algas los embriones se deslizan
por las rocas hasta sus dientes
Están todas las placentas sobre el limo
círculos de párpados cerrados
revientan bajo las llantas
de los hombres que no saben del silencio
no saben que el dolor es viscoso y se adhiere
(se pudre en ellos)
y he llegado con los ojos en llamas
a este hogar repleto de sombreros
hormigas en fila pasándome por encima
y ella que me mira desde la tierra
señala mi herida
acuéstate en el piso
si miro hacia arriba sus pechos goteantes
su piel oscura su boca entreabierta
Tibia en el lagrimal
Tibia en las comisuras
Tibia por el cuello las gotas recorren
¿así o un poquito más?
Un poquito más
Sé bien cómo son las montañas de palma
¿así o un poquito más?
Un poquito más.
***
Hoy la acosté con las uñas llenas de olivas negras había quedado la mesa negra los dientes y los labios negros de olivas negras. Estamos solas, nadie nos vigila, nadie se abrasa las manos por las prisas de las hijas que solo tuvieron una hija como no tener ninguna. Solo con genio puedes volverte loco. No hay nada malo en tirarse al piso, evadir las voces que quieran levantarte, ocultarse bajo un pañuelo manta trapo, arañar las paredes buscando qué hay detrás, analizar la silla de ruedas, desatarse, huir. Atizar es distinto golpearse o golpear escupir pellizcar agarrar al otro por el sexo para robarle a los no queridos. Su vagina es una cueva donde pueden verse las recogidas de azafrán, las longanizas de la matanza colgando como piernas amputadas y toda la sangre que se escapa después incontenida una fiera que hace mucho que distingue entre sombras.
***
En qué momento di a luz un huevo
lo expulsé por dónde si
su cáscara estaba limpia
quedó flotando en el aire
en lo alto parecía
un gigante perfecto.
Era justo en el sendero que une mi casa
con los contenedores de basura
en ese tramo en ruinas
temí que estuviera podrido
deshecho en líquido maloliente
había que abrirlo pero ¿no la rompen
ellos desde adentro?
El huevo entero ocupando el paisaje
la visión del pueblo
ni piedras verdes ni cielo con buitres nada
nada de mí misma.
Una grieta dibujada lo partía por la mitad
dejaba a la vista una bebé carnosa
y mientras la forzaba a comer
a alimentarse de mis senos secos
guardaba el rastro de su primer nido
suplantaba ese del que no tengo recuerdo
por este silencio lleno
de estraza
Mientras no tengas hambre de mí
tengo de sobra para las dos.
***
Cuando crujen los caracoles
debajo de mí su concha deshecha
es un semblante lloroso
cuarteándose en montaña verde
en llano pálido de escombros vecinos,
kilómetros que me separan desde niña
de mis niñas otras.
Algunas mañanas los lavo en el caldero
mis quemaduras son las de madre y las de
la yaya morada cuando se lanza
contra los cantos de las mesas sin puchero,
todavía no caemos sobre lo rebosante
chof chof con bisaltos y salsica
pero probamos con la cuchara
mientras se extienden por los techos estos
lentos reservados.
Sé que no guardáis lo que os digo,
olvidamos reír al sacarles
reír por algo más que el gozo
de hacer rancho con su pena
reír antes de que el miedo por la enfermedad
ya no justifique el insulto
olvidamos honrarles con algo distinto a la amargura
Imaginemos hoy entre las luces de la parra
que las tonalidades de la frente y la ojera
se quitaran con un baño de buena baba muerte
***
No quiero yo llenarme de agua
y la volcaba en la fregadera
ponía la mesa sin vasos
a veces solo platos, es lo que había visto.
Bebe yaya, mea, bebe, a ver si sale más claro
el cuerpo ¿por qué nunca tenemos
sed yaya? ¿No notas la navajica ahí abajo?
Primero se nos cerrarán los bronquios
ni la voz tiene sed de sonido
notaremos la punzada en el costado izquierdo
y con voluntad caeremos en el suelo frío
empujaremos con el pie la alfombra
alumbraremos un riñón menudo
(ocupado por cicatrices)
en el centro de este salón donde está ahora
la cama el retrete portátil de plástico blanco
de paso a la cocina calmaremos
el hambre
pero antes mea, yaya,
bebe y mea.
—————————————
Autora: Nadia del Pozo. Título: Barruntar. Editorial: Isla Elefante. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
BIO
Nadia del Pozo, mallorquina de sangre aragonesa, trabaja con la fotografía y la palabra en proyectos sobre la memoria y la vida rural, la violencia y el sentido del hogar. Ha participado en documentales en México y El Salvador, publicado en El País, Washington Post, Negra Tinta, Quimera, Slate, Vice, en antologías literarias de viajes o en piezas artesanales de poesía y arte. Su obra se ha mostrado en México, Argentina, El Salvador, Estados Unidos, España o Francia. En su libro Vientre ahonda en los vínculos y contrastes entre la crueldad y la belleza, el deseo y las diversas facetas del apetito en relación con la familia, la tierra y los animales. Barruntar es parte de esa exploración.
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