Izaskun Gracia Quintana ha seleccionado y traducido 118 poemas de la obra tanto publicada como póstuma de una autora, Christine Lavant, cuyo trabajo ha sido descrito como místicamente religioso y arcaico. Pero, en realidad, si algo caracteriza a esta escritora austríaca es la transformación contínua, puesto que, en su poética, nada es estático o definitivo.
En Zenda reproducimos cinco piezas de Poemas (Libros de la resistencia), de Christine Lavant.
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Sus poemas han sido descritos como «casi místicamente religiosos» y «arcaicos», pero su hermetismo no responde a un deseo de crear misterio o incomprensión per se, sino a que su manera de entender el mundo y de «narrarlo» es completamente diferente a la nuestra. Así, desde el poder que le otorga esa forma única de ver y experimentar el mundo, la poeta es capaz de mostrar los cambios que en ella y a su alrededor se producen. Porque algo que caracteriza el universo de Lavant es que cambia continuamente y se presenta como una transformación constante, nada en él es estático o definitivo.
Por todo esto, más que confirmar su hermetismo, habría que reivindicar la poesía de Christine Lavant como revolucionaria. Porque se vale del lenguaje para luchar contra el propio lenguaje, porque toma la soledad y el rechazo como arma para enfrentarse a aquello que le aporta tanta felicidad como sufrimiento. Porque el principio y fin últimos de su amor y su rechazo son ella y su existencia. Todas las ellas y todas las existencias que, como su universo, no dejan de girar, transformarse y multiplicarse, como las lecturas e interpretaciones que podemos hacer de su poesía, y todo lo que puede llegar a hacernos sentir.
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El halo de la luna nunca ha sido tan grande,
en el sur combate la temporada de lluvias,
el Señor tiene preparada su cólera
y, determinado, suelta a los perros
en cuanto empiezo a soñar.
El viento cálido mueve salvajemente
los manzanos del vecino,
la bola de cristal se agacha ciega
en el bosque amarillo de las malvas.
Las estrellas que me ayudaron
mientras albergaba esperanza
significan ahora un año de muerte
y enfermedad, enemistad, pesar.
Mi corazón soporta con asombro silencioso
el mal tiempo y bebe en soledad
el cáliz amargo de los temores.
¡La noche es la más larga!
¿Acaso un gallo no va a volver a cantar?
La luna se marchita como un diente de león,
ha perdido su halo.
Mi sueño no nacido cae
en la mano del empeño de Dios,
no derramo ni una lágrima.
En mis ojos, la arena cruje
como cien dientes de perro.
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Apenas apago la lámpara,
se me ponen los ojos como platos
y un ratón roe debajo de la cama.
Pero entonces nadie atraviesa la oscuridad,
como ocurre con mis hermanas, y pregunta: ¿Estás triste?
Y nadie me pone trampas para ratones.
Y la gente se sorprende de que mi ventana
suela estar iluminada hasta el amanecer.
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En estas vítreas tardes,
pájaros irremediablemente poseídos
salen zumbando hacia montañas
emergidas bajo el sol trémulo.
Inquietud amarilla en cada arbusto.
Febriles aguzan el oído, sobre colinas pardas,
con sienes rojas los bosques.
En las orillas recoge un viento extraño
hojas de sauce y zarcillos de lúpulo,
la balsa clara se desliza temerosa
en la tiritante agua negra.
Nadie le habla a la tierra.
Entre bandadas de pájaros poseídos,
muda, comprende la noche.
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¡Ten piedad! Mi cuerpo lidia de forma extraña
con mi estado de atontamiento;
ahora deberías saber qué necesito.
Es cierto que ambos estamos en manos muy oscuras
y un poder cuyo nombre y esencia desconocemos
nos tienta y domestica
según su propósito de despedirnos y encontrarnos.
Del libre albedrío no sabemos mucho.
Pero querido, querido, tú, mi queridísimo,
dile a tu mano que me dibuje
una pequeña cruz, un corazón,
un pajarito o una rosa y, si eso es difícil,
entonces, sólo una línea en una hoja de papel.
¡Envíamelo! Pero recuerda: Apenas vivo
aquí en la Tierra, todo es tan apático
como si ya me hubieran emparedado.
El infierno, sabes, sería soportable,
pues hemos sobrevivido a más de uno.
Pero este estado, desde que callas con amargura,
me vuelve marioneta para lo que no tiene nombre.
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¿Quién inventó esos miedos?
Lanzo la frente de este a oeste
y dejo que los ojos giren
todo lo que puedan.
Pero no hay alivio,
toda mi piel se ha vuelto un infierno
mientras el corazón tintinea de frío
y la lengua se anuda valerosa
para que ningún grito pueda alcanzarte.
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Autora: Christine Lavant. Título: Poemas. Traducción: Izaskun Gracia Quintana. Editorial: Libros de la resistencia. Venta: Todostuslibros.
BIO
Christine Lavant, nacida como Christine Thonhauser (Wolfsberg, 1915-1973), fue una poeta y novelista austriaca. Nacida en una familia de mineros muy pobre, su vida estuvo marcada por la enfermedad, que evitó incluso que terminara sus estudios. Tuvo que quedarse en casa de sus padres y se dedicó a pintar, escribir, leer y bordar. También sufrió de depresión y en 1935 fue ingresada en un sanatorio de Klagenfurt, cuya experiencia plasmó en la obra Notas desde un manicomio (Errata naturae, 2018). Siempre en una situación financiera difícil, incluso después de su matrimonio con el pintor y antiguo terrateniente Josef Habernig, nunca dejó de escribir. Aunque su primer libro publicado fue la novela Das Kind (1948), alternaría publicaciones de prosa y poesía hasta su muerte en su ciudad natal, donde había vivido recluida casi la mayor parte de su existencia.
Te comparto el último Haiku que escribí
El rojo aletea
La rama se calcina
Nada será igual.
HCL
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