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5 poemas de Colección de piedras robadas, de Natalia Jaramillo

5 poemas de Colección de piedras robadas, de Natalia Jaramillo

En este libro, y por puro instinto, Natalia Jaramillo ha hecho exactamente lo que Rilke le recomendó a Kappus: ha escarbado dentro de sí misma, ha revolcado sus hallazgos y ha llenado la vida con su poesía. Le ha puesto a su escritura toda su fuerza natural, su facilidad para comunicar, y además le ha añadido el hecho de conocerse bien. Tiene a su haber publicaciones previas que dan cuenta de cómo la poesía ha sabido retener a una autora desde hace muchos años, haciéndola dueña de una obra madura y pulida. 

Zenda comparte cinco poemas de Colección de piedras robadas, un libro de Natalia Jaramillo (Angosta Ed.).

***

LO QUE HAY

Hay una espera voraz de carne.
Un infinito cielo
que solo quiere que seamos menos divinos,
un camino solitario
en el que amanece más temprano.
Hay un vínculo perdido que no tiene vuelta atrás.
Una ventana que le exige al pasado
dominio perfecto del olvido,
un circuito para pies descalzos,
escaleras sin retorno.
Hay una espalda que detona saliva.
Una palabra por decir,
una calle llena de escombros
un dosel con telarañas
un desierto perdido.
Una mujer que no sabe nada
y le teme a los años.
Hay un tal vez que trae esperanza
y que no termina con este poema.

***

VÍA LÁCTEA

Uno se puede volver camino
y llenarse de piedras, acumular polvo
coleccionar huellas de caminantes que no permanecen
o adornar sus veredas con amapolas y margaritas.
También se puede volver calle
y atravesar corazones enteros llenos de esmog
dejar de sentir deseo
o brillar de neón en la noche para desmentir olvidos
como bailarinas exóticas.
Uno decide si es más avenida o autopista
depende de la velocidad con la que se navegue al abismo
o lo presurosa que sea la llegada al mortuorio destino.
En fin, yo prefiero ser vía láctea, agonizar entre átomos incontables
no entender de rutas ni de bifurcaciones
expandirme sin miramientos entre los designios del universo
y entretejer paso a paso un lugar sobre el que pueda posar
mis brazos y ver más allá, solo eso.

***

LA SEÑORA QUE VISTE DE GRIS

La señora que viste de gris
ignora que las palomas no volverán.
Dejaron de existir en su justa medida.
Volaron hacia el horizonte de las mentiras
el mismo al que pertenezco yo.
Las piedras del camino desaparecieron también,
por eso todavía ronda el parque,
busca palomas para alimentar y piedras para caer.
Desconoce que ella tampoco existe,
por eso nadie la saluda y se queja todo el tiempo
al sentirse sola e ignorada.
No quiere darse cuenta de que dejó de existir en su justa medida,
que hace parte del horizonte de las mentiras,
transita por las rutas de los desaparecidos,
su límite es difuso.
La señora que viste de gris
vive sus días en las bancas de esos parques con dueños de sal,
extraña cantar y el aleteo de las palomas,
saludar con desdén a las vecinas.
No hay descanso para esta señora,
no hay tierra que le sea leve,
no aquí, en estas calles de hombres oscuros,
de demonios de carne, de parques sin palomas.

***

FLORES DE VERDAD

A veces creo que no tengo derecho al amor,
que eso solo les pertenece a las muchachas
que no son de calle.
Tanto cemento lo deja a uno gris, extraño, taciturno.
Hace tiempo un muchacho se enamoró de mí,
me regalaba flores de verdad todos los domingos,
no me importaba que fueran robadas a la muerte.
De mi cintura salían colores y sonrisas limpias,
creí que por fin iba a ser esa la palabra
que no puedo decir.
Pero la vida cambió los besos que me daba
por todas las lágrimas que ya no tengo.
Esas flores de verdad fueron presagio de un destino fúnebre.
El amor acabó por unas manos más precisas
y un cuchillo más grande.
Últimamente, sirvo tinto todas las mañanas
en una cafetería de La Playa,
pago la pieza,
compro lo necesario para la comida y una Coca-Cola.
Le llevo flores de verdad al muchacho que me quiso.
Ojalá que alguien las robe y le paguen con besos el delito.

**

PLAZA

Camino por las calles de Envigado buscando
lo que falta para el almuerzo.
En ninguna cuadra encuentro nada,
porque soy yo la que está vacía
aunque en este pueblo siempre hay de todo.
Llego hasta la plaza de mercado a comprar tomates y ajo.
Lamento no tener suficiente para seguir alerta
y comprar la lotería, por ahora ni amor, ni azar, ni plata.
Un silbido incesante avanza por el cielo,
me recuerda que la vida sigue
a pesar del miedo
y del aviso tenue del vigilante,
del alcohol que espolvorea y se diluye con la mugre
como quien tacha un garabato
o aleja una mosca en el plato de sancocho,
no hay un interés real, solo costumbre.
No va a llevar moras, me pregunta el vendedor
y solo pienso en que así de rojo debe estar mi corazón
de tanto lamento, de tanta tristeza, de tanto él.
No, hoy no, le digo
y camino pensando que sería bueno comprar cebollas
a ver si por fin lloro todo lo que le debo a la vida.

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Autora: Natalia Jaramillo. Título: Colección de piedras robadas. Editorial: Angosta.

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Clarisa
5 ddís hace

Una autora estupenda que apenas conocía. Una delicia leer estos versos propuestos. Gracias.