Los poemas de este libro son como las fotografías de la serie Flesh Love, del japonés Haruhiko Kawaguchi, que en su estudio-apartamento de Tokio envasó al vacío a las parejas que se prestaron a ello. Los voluntarios se sometieron a una operación de plastificado con sus ropas y objetos fetiche. Unas enormes bolsas para envasar envolvieron los cuerpos, y de las cuales el oxígeno fue extraído. Era la expresión de un hecho o de un sentimiento preservado así para siempre, un registro de la fusión temporal de cuerpos y de almas. Y eso hace la escritura de María Codes. Construir con imágenes o con palabras la secuencia desnuda de lo real: «el impacto violento / de la luz que secciona / el aroma atosigante / del sudor de los cuerpos, / con la precisa ironía / de un autorretrato ridículo / y su innegable efecto subversivo”.
(Del prólogo de Antonio Ortega)
5 poemas de Conservar al vacío, de María Codes
Herramienta de Madoz
Ponga un cuchillo en su vida
con regla selectiva para cortar prejuicios
para cortar por lo enfermo, al milímetro
un agujero en la nada.
Aquel del surtido futurista
que no brillaba por el borde,
el que melló los colores célibes
hasta convertirlos en perfil de llaves.
Cortar lo que sobra de todo un hombre
los fundamentos del comercio internacional
las encuadernaciones y las miniaturas
de la fiesta que va por dentro.
Rogamos lea las instrucciones
no se equivoque al empuñarlo
y, sobre todo, no se lo ponga al cuello
puede morder.
Agradecimiento
Por el lamentable estado del cuello
sangriento se deduce
que ayer hubo festín de buitres.
Una víctima cándida de torpe lengua
sin duda alguna
por no imaginar su despiece
y desamparo.
Ignoraba la mala entraña
el icónico riesgo del deambular
en lo tocante a los campos de reyerta
y la noble labor de guillotina necrófaga.
Suturar la cabeza desmembrada
los flecos del escote
no dar el brazo a torcer
y declarar
con la boca llena de hormigas
que tiernos órganos vigilantes
de mamífero hembra
ofrendarán el cadáver
al voraz apetito público
que muestran los carniceros de mujeres
en mitad de una mano.
No es nimia la tortura
de reconstruirse, trozo a trozo
de acomodar el cigarrillo en la boca
y echar a andar errante en páramos
sin remedio ni pomada
como convicto fantasma holandés
a la busca estéril del resto propio
de la perpetua sombra intolerable.
El asesino del chico que se movía demasiado
(a JLAA)
«Nunca he sido detenido antes
ni sancionado, ni procesado.
Vivo con mis tíos y cuatro primas.
La situación económica de mi familia
es desahogada.
Sí, claro, estoy estudiando
el graduado escolar.
No, no milito
en ningún partido político
ni central sindical.
Estuve en Fuerza Joven,
rama juvenil de Fuerza Nueva.
Aquel 13 de septiembre acudí al Retiro
junto a otros nueve conocidos
a una acción de hostigamiento.
En varias ocasiones
habíamos sido asaltados
por gentuza que nos robaba
lo que llevábamos encima.
Los bateadores nos habíamos unido
por nuestras ideologías de derechas
pero no teníamos ningún fin político.
Cuando acudimos al Retiro
a realizar la limpieza
no pensamos que pudiera resultar muerta
una persona, y supongo
que, debido al nerviosismo,
nos cegamos y no llegamos a ver
el alcance de nuestro acto.
Eran como los mangos
de los instrumentos de labranza.
Los teníamos ocultos
bajo el balcón de un primer piso
en unos bloques de viviendas
de la calle Poeta Esteban Villegas.
Subimos por una rampa
y avanzamos hacia una cuesta
que da al paseo de Coches del Retiro.
Cuando yo llegué
el chico ya estaba en el suelo
recibiendo golpes de todos.
Ignoro en qué sitio del cuerpo le pegué
se movía continuamente.
Hubo un golpe final
no sé si mío o de otro
hizo que se convulsionara
repentinamente
y quedara inmóvil.
Llevo guantes negros hasta en verano.
Las manos me sudan.»
La noche se ata alrededor
de las farolas del Retiro
su aura nívea retiene el vuelo
de los insectos infernales.
[Ahora vivo en Greenwich, 11]
La desintegración de la mitad norte
continúa hoy día en la grieta media
colisiones en curso pueden indicar
la creación de un nuevo subcontinente.
Tras la orogénesis, el reloj de cuatro patas
se desplaza hacia la cama y, de pronto,
en otra dirección, ante la mesita del desayuno
separadas masas continentales
se conectan por un solo brazo albino
terminado en garra que empuja sobre un hombro.
De rodillas, ante Marasia,
la desintegrada parte sur.
[Ahora vivo en Greenwich, 14]
El acto ajeno es carnada sangrante.
La mujer traga saliva atrapada
en el arrebato de lo que sucede
—algo relevante e íntimo—
tras la cerradura, en el otro cuarto
habitado del hotel:
la inminencia del mediodía.
Un momento de espera inalterable
adopta el contraluz crepuscular de los sueños.
La absorta inmovilidad
denuncia la obsesión cruel
por el acoplamiento
noble coito de una mantis de atávico
instinto destructor.
Conversan dos menhires en la isla
sobre la dócil tierra de labranza
donde descansa el féretro infantil
enraizado, invisible y espectral.
Suenan las campanas del Ángelus
a golpe de riñón.
Asida la carreta con dos manos
la cabeza desnuda
un lazo de vida invisible y seminal
como una repetición insensata
de piernas de mujer
y del delirio.
María Codes es licenciada en Historia del Arte y máster en Creación Literaria por la Escuela de Letras de Madrid. En 2017, su novela Los intactos (Pre-Textos) obtuvo el Premio Juan March Cencillo de Narrativa. Otras novelas suyas son Control remoto (Calambur, 2008, Premio Río Manzanares), La azotea (El Brocense, 2009, Premio Cáceres) y La peluca de Franklin (Menoscuarto, 2014), además del ensayo Intriga y suspense. El gancho invisible (Alba, 2013).
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Autora: María Codes. Título: Conservar al vacío. Prólogo: Antonio Ortega. Editorial: Trea. Venta: Todostuslibros y Amazon
Versos que al menos, a mi, nada me dicen, mero juego de palabras…