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5 poemas de Daniel Saldaña París

Daniel Saldaña París es un escritor y traductor nacido en Ciudad de México en 1984. Es autor del libro de poemas La máquina autobiográfica (Bonobos, 2012; Los Libros de la Mujer Rota, 2019), de las novelas En medio de extrañas víctimas (Sexto Piso, 2013), El nervio principal (Sexto Piso, 2018) y El baile y el incendio (Anagrama, 2021, finalista Premio Herralde de Novela). También ha publicado el libro de ensayos narrativos Aviones sobrevolando un monstruo (Anagrama, 2021). En 2020 ganó el Premio de Literatura Eccles Centre & Hay Festival. Presentamos una selección de cinco poemas inéditos.

***

Siempre es demasiado tarde: un escalofrío
como un recordatorio. Luna eclipsada.
No supimos amar como es debido,
perder sin mirar, mirar sin arder, quedarnos.
La piel explica el calor que no contiene:
escapa, capitula, rinde
las armas rotas del dolor, su duplicado.
Atrás quedó el vapor, las ruinas ciegas
del atardecer, los ruidos
de la doble canción del acabose.
Una intuición despierta: no se vuelve
del duelo circular. Camina.

***

Dime que vas a venir
después de haber quemado la razón
para abrazarme y luego
vamos a darle vuelo a la osamenta
—un tres allí, junto a los calcos
de la tímida voz que ya vacila—.
Dime que todo va a estar bien,
que el viento es vil pero amilana,
dime que nunca nada, ni por asomo,
nos va a partir de nuevo.
Aunque no sea verdad.
Aunque la sangre pese
y pase
a despedirse.

***

Dame la opción de ser,
pese a los años, otro:
un yo más quieto en su tersura,
que sepa quebrarse contra el muro
del mundo cruel y mercenario,
una versión de mí sin la mentira,
la sed de ser amado por cualquiera,
el modo triste de esconder la cara
cuando la tarde escupe su canción de cuna.
Dame un final alternativo:
un baile agarrado que se alente
hasta quedar suspendido —pura estatua:
árbol de savia sin manar.

***

En el anverso de esta tarde hay otra:
un sábado tocado por la gracia
donde somos, al fin, lo que pudimos ser:
ondas concéntricas en el estanque,
ritmo sin profusión, alquimia.
Pero la muerte tocó a la puerta con sus uñas largas de adornado acrílico
—tamborileaba, perra, una tonada mía—
y luego fuimos sombras laceradas,
ramilletes de nervios esculpidos
con la forma sinuosa de las pérdidas.
En el anverso de esta tarde, un hijo
corre descalzo sobre la hierba.

***

Un duelo dual desde el lugar del miedo,
una dócil manera de ser uno
sin arrastrar el peso de la falta,
pero también sin risa y sin ternura,
sin la abrasión del beso,
sin la tristeza subvertida del domingo
escondidos del mundo entre las sábanas.
Un duelo dual y recurrente,
la fatigada ola del deseo
que no desiste,
que azota y sala y va mermando
la poca claridad del horizonte.
Un duelo dual por un amor perdido
y otro dejado al mar, entre la arena.

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