La editorial Papeles del náufrago acaba de publicar el poemario de Dionisia García Somos descuidos, Autorretratos 1976-2022. A continuación, reproducimos el prólogo a esta obra escrito por Antonio Lafarque y cinco de los poemas incluidos en este libro.
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AÚN
Hay escritores que convierten la fidelidad a la vida en uno de los motivos centrales de su obra. Es el caso de Dionisia García. En los autorretratos, en las evocaciones del pasado y en las reflexiones sobre los momentos del presente conmemora ser parte del mundo, con especial énfasis en las dos últimas décadas de su producción. De aquella niña que necesitaba y deseaba conocer el mar —al igual que Antoine Doinel, el joven protagonista de Los cuatrocientos golpes—, saber de la alegría azul del Mediterráneo mientras disfrutaba de los ardientes veranos punteados de faenas agrícolas en su paraíso rural, la poeta conserva intacta la felicidad de existir. Ahora, la experiencia le proporciona serenidad y templanza para observar la realidad, que no es otra que el tránsito del calendario, siendo consciente de que los años luminosos quedaron muy atrás y el tiempo de la penumbra es hoy. Por eso el adverbio «aún», como sinónimo de esperanza, brilla con la intensidad de una supernova en su universo poético: «celebro el aún», «nos redime aún», «el amor que aún vive», «un resplandor aún»… Para Dionisia García, vivir es todavía.
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El árbol paraíso
El árbol paraíso nos acogía
entre el huerto y la casa.
Sus cenicientas hojas
parecían tocar la media luna,
el firmamento, tan a la mano entonces;
y las estrellas, vivas,
a nuestros ojos de niños pueblerinos,
acercados a la naturaleza.
Recuerdo los atardeceres
bajo el árbol y su aroma,
donde un día me anunciaron
la entrega del arca
con los vestidos de mi madre,
a quien no conocí.
*
Aceptación del silencio
El despertar es siempre una manera
de advertirnos a tiempo, evitar la locura
de ese primer instante que descubre
desvanecidos sueños y nos priva
del espacio feliz del abandono.
A ese momento temo, y lucho por salvar
algunas alegrías que cobijan un resto de ilusiones
y dentro de nosotros van encendiendo luz.
No más clara por ello, la verdad presentida,
porque también lo oscuro ampara la mirada,
y el andar vacilante, casi a ciegas,
puede impulsarnos más a lo escondido.
Habito en el silencio, casi me siento cómplice,
y por eso me avengo a la mudez,
al jugo de tu nombre: te deletreo, Dios,
te deletreo.
*
Aún
Las noches ya son largas y cede la memoria
para traer de atrás el jugoso delirio,
que fue flamante acopio de un tiempo lento y claro,
precisa referencia que al recordar nos dice
del anticipo fiel del pensamiento.
Levantarse no duele, es caer en la cuenta
de que estar y no estar ya viene a ser lo mismo.
Importan los susurros, las voces que te amaron
y acuden sin cesar en el silencio.
Todo se mueve y cesa al descender la tarde.
Le sonrío a la urgencia del ansiado crepúsculo
y celebro el aún, mientras mis manos palpan,
y me llevo a la boca, con sosiego,
el crujiente espesor de una manzana.
*
Caer en la cuenta
Qué hago aquí perdiéndome la vida,
el rosado color de una luz que se apaga,
su brillo sobre el agua, y la expresión ausente
siguiendo el recorrido de la pluma
acercada al pasado sin cesar,
a esa explanada muerta que nos nutre,
mientras desperdiciamos el frescor del instante,
la belleza fugaz y su secreto.
*
Lenguaje
Comprendo tu reproche al ver el libro
originario y cándido, que acaba de salir
con los mismos clamores palpitantes
de Petrarca y Virgilio frente al lago,
frente a la primavera o el otoño.
Es cierto cuanto dices de lo escrito:
somos lentos cantores monocordes.
Habría que aprender otro lenguaje,
inventar un azul para otro azul
y desnudarlo luego de vocablos.
Comprendo tu silencio ante mis versos:
no quieres expresar tus aflicciones,
decir que somos nudos de nostalgias,
estructuras volcadas sobre el tiempo
donde permanecemos en congoja
y zozobrante plagio ondulatorio.
No tenemos más armas que la voz,
la percusión del címbalo, la lira.
Otros seres aguardan: consolamos
con los cansados signos del cantar.
Enséñame el lenguaje consistente,
velado para mí desde su origen.
Quisiera poseerlo y aparecer primicia,
ser música de nacimientos nuevos
y a esta orilla acampar sin miedo alguno.
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Autor: Dionisia García. Título: Somos descuidos. Editorial: Papeles del náufrago.
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