Fernando Valverde (Granada, 1980) fue elegido por críticos de más de un centenar de universidades (Harvard, Oxford, Princeton, la Sorbonne y Columbia, entre ellas) el poeta más relevante en lengua española nacido después de 1970. Su obra ha sido traducida a diferentes idiomas y publicada en más de una decena de países. Es profesor de poesía en la Universidad de Virginia en los Estados Unidos.
«En la poesía de Fernando Valverde encontramos la coherencia de una disposición bondadosa hacia el mundo. Por su profundidad y transparencia, por la claridad de sus imágenes, por su deslumbrado trato con lo real, por su luminosidad y acosante ternura, la obra de Fernando Valverde nos recuerda que frente a los mundos arrasados de la historia, la poesía tuvo también que inventar la bondad, tuvo también que inventar el amor, para que nos quedase el atisbo de una esperanza».
Raúl Zurita
Zenda adelanta cinco poemas de Desgracia, su último libro, publicado por Visor.
***
La vida quema
No vas a estar aquí cuando se acabe,
entra tu voz moviendo las cortinas,
puedo escucharte andar aunque no sepa
dónde pones los pies, dónde amaneces
con esa luz que ocurre en el pasado
iluminando casas y estaciones.
La vida se termina,
no vas a estar aquí cuando las sombras
me lleven hasta el mar, lejos de todo.
Ahora, paso a paso,
cada palmo es el mundo deshaciéndose,
voy a cruzar la noche,
no te voy a negar que tengo miedo
y que me siento solo,
no parece la cima salvo por el vacío,
soy como el caminante frente al mar
en una habitación
lejos de todo aquello cuanto amaba.
He caminado solo hasta la cumbre,
he subido a lo alto con esfuerzo,
gasté mi juventud persiguiendo la gloria,
tendí cada poema en una cuerda
esperando que el viento tocara las palabras
como si fueran música.
Pero al final, la sombra,
un miedo antiguo al fin me reconoce,
soy apenas la altura
del niño que pedía
ser el primero en avistar la costa
en la última noche de la tierra.
Ahora puedo decirte
que he sido prisionero de todas las renuncias,
que avanzar fue alejarme
porque fueron finitas las posibilidades
y las vi deshacerse
y las vi despedirse
vestidas con sus trajes
cada día más pobres y más solas.
He amado la belleza como la luz del mundo,
es todo cuanto tengo, la disculpa,
sé que no es suficiente,
por eso escribo estas palabras tristes,
para alcanzar tus ojos y salvarme,
para que abras los brazos
cuando no quede nada que abrazar
y al fin habré logrado
un lugar al que ir a despedirme
de mi cuerpo y el tuyo.
Qué encantadoramente hermosa
podría ser la vida,
no vayas a creer que culpo a nadie,
si tuve sed
encontré agua,
si tuve hambre
hallé la mesa puesta,
y aunque a veces la suerte se mostró caprichosa
no lo fue más que yo,
errante y vagabundo por la pena
como migran las aves
persiguiendo los días de verano
para cruzar el frío sin heridas.
Es la vida rompiéndose,
el tiempo se apresura
y te da la razón.
Quién iba a imaginarlo,
un día, de repente,
fue demasiado tarde para todo
y entonces pensé en ti
llorando por las posibilidades
infinitas quebrándose
igual que lo hace un vaso contra el suelo
sin importar la sed.
Puede ser que me hayas perdonado,
o habrá sido peor,
nadie temblará ahora
donde habita el recuerdo
siempre con su inexperta irreverencia
como la vida nueva.
Puede ser que me hayas olvidado,
montaña deshaciéndose al final del camino,
nadie canta al amor cuando es dichoso,
nadie sube a una piedra que muestra su estatura.
Qué encantadoramente hermosa
te ves después de todo
en la imaginación o en el recuerdo,
son la misma materia:
una orilla perdiéndose,
este amor siempre triste imaginándote,
puedo verte contando las posibilidades
infinitas pasando ante tus ojos
camino de la sombra.
Cruzo la incertidumbre y siento miedo,
no se parece en nada al paraíso,
debajo de mis pies las cordilleras,
la vida se termina y estás lejos.
***
La profecía
Deberías saberlo.
Te lo han dicho las noches más largas que la vida,
te lo han dicho las sombras,
las ciudades que evitas en los mapas,
la lluvia deshaciéndose en sus muros.
Deberías saberlo.
Te lo han dicho los grandes diluvios y las arcas,
te lo han dicho las bocas que queman como soles,
te lo ha dicho hasta el cielo.
Búscalo en los bolsillos,
hay una nota dentro, hay un poema;
deberías saberlo.
Lo has escrito en los márgenes,
lo has escrito en la piedra y lo repiten
los milenios, los bosques, las corrientes,
te lo han dicho los truenos
con su terror de aguja,
te lo ha dicho la nieve debajo de otra nieve
por millones de años
a los pies del desastre,
lo has leído en los bordes dorados de la cúpula,
lo has leído en las lápidas,
estaba en los poemas:
deberías saberlo
la mujer que gritaba
la ruina de tu nombre,
la inquina solitaria,
tu estirpe miserable.
Puedes abrir la tierra con las manos,
puedes sacar la arena de tu pecho,
puedes romper las cosas que están rotas,
puedes gemir de rabia,
pero no va a cambiar.
Te lo han dicho hasta en sueños.
«No vayas a matarme», repetías,
y al final despertabas.
***
El elefante
Rompe su piel un río
dibujando una sombra
pintas un elefante
que atraviesa el desierto
sobre llanuras blancas y amarillas
sus pasos son la sed porque la arena traga
el vientre de la lluvia
y los reptiles saben
esperar el momento más propicio
donde mueren los ríos
pero aquí en el desierto
las noches son tan frías
como el último paso
del mar
del elefante
de la mujer que cruza el laberinto
abriéndose los cielos
nadie intuye el final
cruza su piel un río
se levanta
como una cordillera
regresando a la lluvia
el amor es tan húmedo
que se vuelve borroso
podría ser la arena
cruzando un laberinto en el desierto
un puñado de polvo oscureciéndose
ahora suena un disparo
y los pájaros huyen hacia el cielo
es un día cualquiera
ha muerto un elefante
era tu amor cruzando un laberinto
era tu amor desierto junto al mar
tu lapidado amor que está llorando
***
α
Son las de la serpiente estas palabras.
No había yo nacido,
señor de los espíritus;
el árbol de la vida,
tierra, soles y lunas en esferas.
El mundo ya había sido destruido
antes de la creación,
mucho antes del hombre,
varias veces.
Yo no pedí nacer.
Un espíritu había en la serpiente.
Yo juzgo por los frutos
que han de nutrirme por una culpa ajena.
Como la vida debo,
¿acaso justo pago no es la muerte?
El humilde pastor reúne a sus rebaños.
Caín, dame tu mano,
son las de la serpiente estas palabras.
Nadie canta más alto que la muerte.
***
Messolonghi
La libertad empieza por las manos,
la libertad persigue sus motivos
hasta el umbral del cuerpo.
La plaga coloniza las goteras,
la enfermedad descubre la grieta necesaria
como el agua revela
la puerta del naufragio
con su llave dorada.
La peste se reparte con las manos
que traen placer o muerte o alimento,
la libertad admira su destreza,
no importa que su precio sea la vida,
bien vale el sufrimiento más terrible.
Deja que mi cadáver se quede donde caiga.
En el camino de la libertad,
muy delgada es la línea que anuncia la locura.
No para de llover en Messolonghi,
no ha sido el enemigo con sus dientes,
no han sido las culebras,
la muerte se reparte con las manos,
ofrenda o sacrificio,
no hay dioses que reciban
ni al hombre ni al poeta.
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Autor: Fernando Valverde. Título: Desgracia. Editorial: Visor. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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