Este volumen reúne dos libros fundamentales de Louise Glück (Nueva York, 1943), Premio Nobel de Literatura 2020: Figura descendente (1980) y El triunfo de Aquiles (1985). Si el primero de estos libros toma su título del lenguaje musical para referirse a una suerte de viaje órfico que, según la propia Louise Glück, podría definir toda su obra («mis poemas son verticales, aspiran y ahondan, no se expanden, no explican ni amplifican»), el segundo supone un hito en su trayectoria al recurrir en mayor medida a la máscara de las figuras clásicas y bíblicas que constituirán el hilo vertebrador de sus libros posteriores. Ligados especialmente a la pérdida, a su miedo y reconocimiento (en el amor o en las relaciones familiares), los poemas aluden frecuentemente a un cuerpo que es identidad al tiempo que una carga, en los que la experiencia del hambre y el despojamiento es equiparada por la autora con su proceso de escritura. Un cuerpo que sabe, por otro lado, del riesgo y la fragilidad de permitirse amar aquello que es efímero («¿Por qué amar lo que vas a perder? / No hay nada más que amar»), de afrontar un deseo que es a la vez una promesa de unión y una condena al aislamiento.
Zenda adelanta 5 poemas.
***
El miedo al amor
Ese cuerpo tendido junto a mí como una piedra obediente:
una vez me pareció que abría los ojos,
pudimos haber hablado.
Por aquel entonces ya era invierno.
De día el sol se alzaba con su yelmo de fuego
y también por la noche, reflejado en la luna.
Su luz pasaba sobre nosotros libremente,
como si nos hubiéramos tumbado
para no dejar sombra alguna,
solo estas dos marcas superficiales en la nieve.
Y el pasado, como siempre, se extendía ante nosotros,
inmóvil, complejo, impenetrable.
¿Cuánto tiempo estuvimos echados allí
mientras, codo con codo, con sus capas de plumas,
los dioses descendían
de la montaña que construimos para ellos?
***
Retrato
Una niña dibuja el contorno de un cuerpo.
Dibuja lo que puede, pero está todo en blanco,
no es capaz de rellenar lo que sabe que está ahí.
En el interior de la línea sin sustento, sabe
que falta la vida; ha recortado
un fondo de otro. Como la niña que es,
recurre a su madre.
Así que dibujas el corazón
en el vacío que ella ha creado.
***
Primera despedida
Ya puedes reunirte con los demás,
cuerpo que no deja descansar a mi cuerpo,
regresar al mundo, a las avenidas, a las ordenadas
profundidades de los parques, como grandes terminales
que nunca se apagan: una extraña te espera
en cien habitaciones. Regresa ahí,
al incremento y la limitación: cerca de la rosa centrada,
la observas pelar una naranja de manera
que la cáscara seca cae en forma de pétalos sobre el plato.
Esto es maestría, cuyo modo
activo es la disección: la luz impuesta
reluce en el cuchillo. Más tarde o más temprano
empezarás a soñar conmigo. No te envidio
esos sueños. Puedo imaginarme el aspecto de mi cara,
así de ardiente, afligida de deseo —rebajada
cara de tu invención—, cómo la boca traiciona
la aislada avaricia del amante
cuando magnifica y luego destruye:
no te envidio esa aparición.
Y las mujeres allí echadas: quién no las compadecería,
la forma en que se giran hacia ti, la forma
en que luchan por ser visibles. Te hacen
un sitio en la cama, una blanca excavación.
Luego el sacramento: vuestros cuerpos ensamblados,
agitándose, agitándose, hasta que el calor los abandona del todo…
Más tarde o más temprano pronunciarás mi nombre,
un grito de pérdida, un equivocado
grito de reconocimiento, de atajada necesidad
por alguien que existe en el recuerdo: ninguna voz
conduce a ese reino.
***
El reproche
Me has traicionado, Eros.
Me has traído
a mi verdadero amor.
En una alta colina forjaste
su mirada limpia;
mi corazón no era
tan duro como tu flecha.
¿Qué es un poeta
sin sueños?
Estoy despierta; siento
carne de verdad en mí,
tratando de silenciarme…
Fuera, en la negrura
sobre los olivos,
unas pocas estrellas.
Creo que este es un insulto mordaz:
que prefiero recorrer
los enroscados senderos del jardín,
caminar junto al río
resplandeciente de gotas
de mercurio. Me gusta echarme
sobre la hierba mojada de la orilla,
para escaparme, Eros,
no abiertamente, con otros hombres,
sino discreta, fríamente…
Me he pasado la vida
adorando a dioses equivocados.
Cuando observo los árboles
del otro lado,
la flecha en mi corazón
es como uno de ellos,
se mece y tiembla.
***
Pena adulta
Para E. V.
Porque fuiste tan tonta como para amar un solo lugar,
ahora eres una indigente, una huérfana
en una sucesión de albergues.
No te preparaste adecuadamente.
Ante tus propios ojos, dos personas envejecían;
te podría haber dicho que dos muertes se acercaban.
No ha habido nunca un padre
al que mantenga vivo el amor de un niño.
Ahora, por supuesto, ya es demasiado tarde;
estabas atrapada en el romance de la fidelidad.
Seguías regresando, aferrándote
a dos personas que apenas reconocías
después de lo que habían soportado.
Si alguna vez tuviste la salvación a tu alcance,
ahora ese momento ha pasado: estabas obstinada, patéticamente
ciega al cambio. Ahora no tienes nada:
para ti, el hogar es un cementerio.
Te he visto apoyar la cara contra las lápidas de granito:
eres el liquen que trata de crecer ahí.
Pero no crecerás,
no te vas a permitir
borrar nada.
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Autora: Louise Glück. Título: Figura descendente y El triunfo de aquiles. Editorial: Visor Libros. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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