Manuel de la Fuente Vidal (1959) nació y creció a poco más de cien metros de la Plaza de Oriente y escasos cinco minutos andando de la Iglesia de San Ginés, donde se casara Lope de Vega (su poeta español preferido, junto con Cirlot, Luis Rosales y Carlos Edmundo de Ory), y donde, como Quevedo, recibió las aguas bautismales. Madrileño de toda la vida, sus bisabuelos desventraron caballos mamelucos el Dos de Mayo, y lloraron de alegría el 14 de abril cuando triunfaron la esperanza y la República. Hizo la Transición y la Movida y estuvo con Rimbaud en los infiernos trasegando absenta. Con estos antecedentes, su poesía tenía que ser urbana, desolada, rebelde (con causa), desasosegadora y rocanrolera, pues no en vano Dylan y Springsteen son otros de sus profetas líricos y vitales. Apunta la leyenda que adora el western, es del Real Madrid, le encanta Blade Runner y que en sus ratos libres (cuando no está en la psiquiatra) devora la Biblia y el Paraíso perdido de Milton, escuchando a los Byrds y los Doors o fumándose las Hojas de hierba de Walt Whitman, mientras discute con Ginsberg de Los vagabundos del Dharma. “El único poeta beat y whitmaniano de España”, dice de él Luis Alberto de Cuenca. Y el único que ha trabajado 27 años en la Sección de Cultura de ABC.
Como Robert Mitchum en La noche del cazador, de Charles Laughton, ¡Hallelujah! (editorial Los Libros del Mississippi, 2020), libro en prosa poética, cuenta la finisecular lucha entre el Amor y el Odio, a través de las palabras de los viejos profetas y de los viejos poetas, un paseo por el amor y la muerte, por los recovecos del Bien y del Mal. Una travesía tormentosa y atormentada en la que pocas veces la calma llega después de la tempestad. Un camino repleto de minas antipersona, pero igualmente de manos que acarician y labios como bíblica tierra de promisión. El cariño, el beso, el sexo, el abrazo, la ternura… frente por frente con el Príncipe de las Tinieblas, la ira, la furia, la rabia, la venganza. Una lucha tan antigua y remota como el mundo, trazada en apasionada prosa poética, cruel dibujo de este mundo que hoy más que nunca se descompone y que parece abocado a que el Odio, ya sin ninguna esperanza entre nosotros, sea quien lo salve, quien lo mantenga en pie. Aunque al final, y como sueño anhelado, el Hombre pueda exclamar y gritar a los cuatro vientos ¡Hallelujah!
Zenda reproduce 5 poemas de ¡Hallelujah!, de Manuel de la Fuente Vidal.
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¡HALLELUJAH!
«Oí que existía un acorde secreto. Que David tocaba y complacía al Señor» ¡Hallelujah!, de LEONARD COHEN.
«Sean consumidos de la tierra los pecadores, Y los impíos dejen de ser. Bendice, alma mía, a Jehová. Aleluya» La Santa Biblia.
Que las madres del terror y del desánimo queden para siempre yermas, ¡Hallelujah! Que los vientres de las princesas pérfidas queden para siempre estériles, ¡Hallelujah! Que el silencio y la desdicha abandonen nuestro asiento, ¡Hallelujah! Que caigan de su trono los reyes ensoberbecidos, asesinos y sombríos, altaneros y fatuos, ¡Hallelujah! Que la oscuridad y las penurias desalojen nuestro reino y nuestra hacienda, ¡Hallelujah! Que se siembre la discordia entre los que permiten el desabastecimiento y la hambruna de las naciones, ¡Hallelujah! Que los poderosos y los impíos vean cómo se agostan sus cosechas y se empozoñan sus sembrados, ¡Hallelujah! Que los explotadores vean un puñado de rayos homicidas caer sobre sus hirsutas cabezas, ¡Hallelujah! Que se rasguen las vestiduras, se mesen los cabellos y las barbas los que nos acosan día tras día con su cruel codicia, su latrocinio y su avaricia, ¡Hallelujah! Que desaparezca de nuestras 85 horas el viento del desconsuelo y la penumbra, ¡Hallelujah! Que crezcan rosas y lirios en el jardín de nuestros pequeños alevines, ¡Hallelujah! Que huyan con el rabo entre las piernas quienes comercian con nuestras penas y pesares, nuestra desolación y nuestro desamparo, ¡Hallelujah! Que arda por los cuatro costados el ejército de la desolación y la ignorancia, la gleba de lo paupérrimo y la tiniebla, ¡Hallelujah! Que se resquebrajen las ciudades donde reina su imperio de pecado y desvergüenza, ¡Hallelujah! Y que por fin y hasta el fin de los días Padre, Hijo y Espíritu Santo nos acojan en la gloria de su seno, ¡Hallelujah! ¡Hallelujah! ¡Hallelujah!
LAS PLAZAS DEL ABANDONO
Para una vieja amiga, la Flaca
Tú y yo hemos vivido en las plazas del abandono y de la angustia, hemos viajado a miles de kilómetros por hora a través de las galaxias del olvido y hemos visto de cerca la cara de la muerte en las autopistas de la desolación. Somos viajeros sin destino y sin cuaderno de bitácora, somos asfixiados transeúntes por los territorios de un cansancio bíblico, que asumimos nuestra pena como cuando el mismísimo Noé cobijaba a sus criaturas y el Diluvio era tan Universal como el silencio y el terror de las gacelas. Y sin embargo y quizás gracias a eso, hoy podemos amarnos con la fe, la esperanza y la caridad de una manada de búfalos, buscando el fresco rocío del amanecer, la escarcha de tulipanes que crece entre tu boca y en la mía cuando como arcángeles heridos nos besamos, y yo, con mis dedos de náufrago, pongo en tu boca el fraternal Signo del Pez. Ay, amor, que no me falte la espuma de tu dicha, ni el asombro de tu risa, ni el poema de tus labios, ni el huracán de tus caricias. Ay, amor, santifícame en el nombre de la vida y los cometas, cántame tus dulces canciones al oído, que sea tu voz el Universo que me colma, y tus caricias la penúltima nana que me haga dormir de una vez y para siempre entre las estrellas de Orión. Amén.
EL REGRESO DE UN SOLDADO
Vuelvo de la guerra como un cruzado malherido, perdí la Jerusalén de tu mirada, perdí el alazán de tu sonrisa, perdí las banderas y los ríos, perdí las riberas y los bosques, perdí el estandarte de tu sagrado amanecer. Y hoy camino por mi vieja patria saqueada, por las ruinas de ermitas y de iglesias, y rezo en monasterios de los que Dios huyó abochornado. Mi vieja yegua de combate gime, y las golondrinas llevan en sus ojos un doliente aire de tristeza, y vuelan en círculo enloquecidas por el desgarro y el desamor. Ésta no es mi tierra, estos no son mis árboles, éstas no son mis rosas ni mi brisa, estos no son mis castaños ni mi aliento, y ni siquiera veo las estrellas de mi cielo. Nadie me espera aquí, no hay un cuerpo que deba colmar, ni amigos a los que abrazar, ni querubines a los que mecer, tan sólo tres gatos que son las mejores personas que conozco. He llegado aquí y tú no estás, he llegado aquí y la ropa de tu armario huele a olvido, he llegado aquí y de las ventanas sólo cuelgan crespones de dolor. Tan sólo soy un soldado que saborea la derrota.
MI EXILIO
Paseo entre las brumas de mi exilio, las brumas de una ciudad perdida en la galaxia, las brumas de una ciudad en la que fuimos felices. Paseo con las manos en los bolsillos de esta vieja chupa comprada en un mercadillo de Babilonia, aquel día en que los asirios perdieron la fe y se entregaron al suicidio, como caballos enloquecidos y salvajes. Eras mi ruiseñor, mi gorrión y mi paloma, la Cruz que me salvaba y que yo acariciaba con las yemas de mis dedos, fuiste mi patria y sus banderas, fuiste mi sexo y su república, fuiste mi adolescencia y su estallido, fuiste el clamor de mis ciudades, fuiste el gol de la victoria, en el descuento y de penalti. Recuérdame, gacela, mientras vivas, recuérdame, arco iris, mientras respires, recuérdame viento del norte, cuando beses, recuérdame, jacinto y suspiro, mientras bebas, recuérdame, ángel y clavel, mientras suspires, recuérdame, flor y guepardo, cuando suene el último acordeón en los confines de la Mar Océana. En la patria insomne de mi exilio.
METRALLA
«Al galope y siempre con las cabelleras
del enemigo en la mochila»
ANTONIO BENICIO HUERGA
Metralla, como en los viejos tiempos. Metralla, metralla, metralla. La metralla de tus ojos, por ejemplo. La metralla de mis días al borde de ti, la metralla de tu boca sobre mi boca, la metralla de mis inolvidables días en los acantilados de tu risa, metralla, metralla, metralla, como en los viejos tiempos. Metralla en mis bolsillos, metralla en tus caderas, metralla en los rincones del mundo, metralla en las viejas ciudades, metralla en las aldeas, quiero metralla en mis palabras, quiero metralla en las banderas, sueño con metralla entre mis piernas y ansío la metralla entre tus ingles. Metralla, metralla, metralla, como en los viejos tiempos. Sólo metralla en las librerías de mi barrio, metralla en las postrimerías de mi empeño y metralla en los olvidados rincones de tu desilusión, en los jirones de tus vaqueros ajustados que te arranco como si yo mismo estuviera poseído, y metralla también en los putos callejones del olvido, en los jodidos, vastos y cernudianos jardines sin aurora. Metralla, metralla, metralla. Como en los viejos tiempos. Metralla en la aquiescencia, metralla en las pilas bautismales y en las cafeterías, metralla en la tarde y metralla también al mediodía, metralla en los paseos marítimos, en las verdulerías, entre los vencejos y las golondrinas, metralla, metralla, metralla, como en los viejos tiempos. Metralla que hoy, aquí y ahora te ofrezco como el delicado narciso de mi rebeldía, como la flor atribulada de mi melancolía.
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Autor: Manuel de la Fuente Vidal. Título: ¡Hallelujah!. Editorial: Los libros del Mississippi. Venta: Todostuslibros y Amazon
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