La humana cosa es una antología que recoge muestras de todos los poemarios publicados por Jaime García-Máiquez desde sus inicios como poeta. Su obra ha sido siempre una búsqueda incesante de lo bello. El libro cuenta, además, con un prólogo de Luis Alberto de Cuenca.
En Zenda reproducimos cinco poemas de La humana cosa (Renacimiento), de Jaime García-Máiquez.
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OTRO CANTAR
Mi mundo no es de este mundo.
Lo supe desde la infancia,
aunque no ha sido hasta hoy mismo
en que lo pienso en palabras
cuando lo entiendo, y lo asumo
cómo esas cosas que pasan.
El agua tiene sus mundos:
el de la nieve encantada,
el peregrino del río,
el de la ola en volandas,
el ermitaño de un pozo,
el de las lluvias de plata,
y otros muchos, y de todos
el que prefiere esta alma
es ese frágil y alado
de las nubes. Son metáforas
de una existencia tranquila,
inútil, nómada y trágica.
Fijaos en una nube
de las redondas y blancas,
con sus volutas pletóricas
y con sus formas extrañas…
Y cuando pase, esforzaos
en intentar recordarla.
Es imposible, y qué hermosa
refulgía en la mirada.
Y ahora, ¿qué estará siendo?,
¿dónde estará?, ¿en qué montaña
o en qué ciudad, mar o charco
irán sus gotas románicas?
Que la vida son dos días
es una máxima clásica
que una mínima experiencia
especifica y aclara:
un domingo por la tarde
y un lunes por la mañana.
Casi nada vale mucho
y al final todo se pasa;
nuestro dolor, nuestra dicha,
nuestras valientes batallas
en el fondo, ¿a qué engañarnos?,
no tienen mucha importancia.
Una canción, por sí sola,
puede valer… lo que valga
–no sé de cálculos fríos
ni de medidas exactas–
pero nunca valdrá tanto
como el hecho de cantarla.
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LA ROSA DEL DESIERTO
A mi madre
No sé qué clase de escultor te hizo
pero, entre golpes de cincel, él supo
acariciarte y darte aquel aroma
que no requiere de piedad escrita
para seguir oliendo tras la muerte.
Brotaste del fulgor de la tormenta,
del beso enajenado de la ira,
con la soberbia majestad de un símbolo
y el lejano sonido, como seco,
del solemne oleaje de las dunas.
Tú eres la hermosa rebelión de pétalos
que no se atreve a sujetar un tallo,
el fruto misterioso que combina
desdén de flor con humildad de piedra,
arena viva y polvo florecido.
Tú eres la rosa helada que nos canta
un himno de esperanza en el silencio,
la música callada que estremece
los más tristes cimientos de la tierra
porque hay amor también en el desierto.
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PAN DURO
A mi hermano Enrique
La madre de mi madre se tomaba
el pan del día anterior o el de hacía dos días
para desayunar, con su café manchado.
Era un gorrión, y emocionaba ver
a aquella señorita de Alicante
con más de ochenta años de ternura
besar el pan, y luego
nutrirse despacito, allí sentada
en su sillón como si fuera un nido.
Mi madre sonreía al verme alucinado
contemplando a su madre, en una casa
cuya despensa inmensa
se parecía a un bodegón de Snyders.
Y alguna vez, para explicarme aquello,
me dijo llanamente:
«No te preocupes Jaime, es por la guerra».
Dos décadas después, y a casi un siglo
de la Guerra Civil, ahora soy yo
el que coge el pan duro
y lo besa despacio
y se lo come haciéndolo migajas
con un café cortado.
Mi mujer no da crédito, y se queda
alucinada cuando le contesto
completamente en serio que no le dé importancia,
que lo hago por la guerra.
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LA NO CASA
Nunca tendrás “tu casa”.
No tendrás ese mínimo espacio en el que puedas
decir sólidamente
éste es mi sitio, éste
mi lugar en la vida y en mi pequeña historia.
No habrá un portal, un ascensor de ébano
de amarilla luz trémula,
una escalera de peldaños pétreos
pulidos por el uso,
ni una ventana sabia de mirar tantas lluvias,
que tú sepas que es tuya
y de los tuyos.
Tus libros no tendrán su biblioteca.
Tus cuadros, sus paredes.
No habrá un patio encantado de silencios,
ni habrá jardín, ni higuera centenaria
ni mucho menos.
Jamás tus hijos, cuando ya sean viejos,
contemplarán con lágrimas dichosas
docenas de ladrillos apilados
y un balcón a la calle,
que eso al fin y al cabo es una casa.
Tu destino será -ya es- vagar de piso
en piso, malgastando
un soberbio alquiler todos los meses,
y sufriendo mudanzas.
Por supuesto que esto
es por culpa de no tener dinero
tan sólo, como todo. Es el destino nómada
del 16 % de la gente en España.
Cuando muera, y me cambien de tumba siete veces,
setenta veces siete,
por fin mi pobre polvo tendrá una casa: el mundo.
***
INVENTARIO
Andar descalzo sobre césped artificial.
Un lápiz bien afilado, con cúter.
El olor a pipa. La niebla.
Las chimeneas desprendiendo un hálito
de vida inteligente.
Las nubes trashumantes.
El humo a contraluz de las calderas.
La luna llena que lo absuelve todo.
La lluvia torrencial. Un pueblo en fiestas.
Apple, perfecto como una nevada.
Las sombras contundentes. Las luces indirectas.
Las bolsas de papel. El pan de oro.
Un árbol de navidad en mitad de la noche.
Llegar exhausto a la cama; recostarme despacio.
Un niño completa y absolutamente dormido.
Los dibujos brutales de los niños.
El museo pequeño. El café radiactivo
de un bar de carretera. Las antenas
destartaladas sobre un horizonte
cubista de tejados.
Las cosas que aparecen un día en los bolsillos.
El reencuentro con una canción que me gustaba.
Emocionarme al comulgar en misa.
Tomarme unas croquetas U2 en Casa Julio.
Los libros agotados. La edición revisada.
Todo lo viejo, lo oxidado y pobre.
Guardar silencio en las comidas familiares.
Ese vacío intenso
cuando de pronto uno se queda solo.
Pensar que ya estoy muerto.
Recordar que estoy vivo. Saber que es un milagro.
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Desde 1997, Jaime García-Máiequez trabaja en el Departamento Técnico del Área de Restauración del Museo del Prado, investigando el proceso creativo de los pintores. Ha escrito ocho poemarios, obteniendo premios como el Premio Cernuda (2000) o el “Arcipreste de Hita” (2006). Pertenece a esa “poesía arraigada” y tradicional, y destaca por la creación de heterónimos como los que aparecen en esta Antología. Ha aparecido en la antología La Búsqueda y la Espera (2001), primera recopilación de los poetas del Grupo Númenor.
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Autor: Jaime García-Máiquez. Título: La humana cosa. Editorial: Renacimiento. Venta: Todostuslibros.
Realmente me gustó su forma de relatar la vida de un modo muy particular.
Dios mío, ¿pero es que todavía hay alguien que escribe poesía como mi tatarabuelo Enrique el doliente?
Dios mío! Por fin poesía que parece poesía…