José Antonio Pérez-Robleda es un educador, poeta, filósofo, papá y empecinado cocinero nacido en Sevilla en 1980 . Accésit del premio Adonáis (2014) con su poemario Mitología íntima (Rialp 2015). Actualmente es conductor y presidente de el noticiero de poesía (https://www.elnoticierodepoesia.com) Todo lo demás puede verse en sus redes ft tw ig @perezrobleda
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We are on air
Antes de que la luz roja se encienda
Un cometa sin nombre
habrá alcanzado su perihelio
y emprenderá el retorno
(Tardará unos 5 mil millones de años).
Cuando llegue,
quizá,
ya no habrá nadie aquí:
ni Anna, ni Dariya,
ni mucho menos Zoya.
Pero, el político mira a cámara
y parpadea
y suspira.
Antes de que la luz roja se encienda
Un dron sin nombre
habrá comenzado a recorrer 876 km
(Tardará unas 3 horas).
Olena, se habrá preparado para un largo parto,
y Lesya, habrá amarrado su bicicleta.
Antes de que la luz roja se encienda
Un misil sin nombre
habrá comenzado a recorrer 11 mil km
(Tardará unos 42 minutos).
Iryna, habrá vendido todas sus acciones,
y Klara, habrá contratado un nuevo ingeniero.
3, 2, 1
now
We are On Air
y la antena emite una señal de televisión
y el sol emite un haz de luz
(Ambos, tardarán unos minutos).
Para cuando nos iluminen
el misil, el avión y el cometa;
Anna y Dariya,
y sobre todo Zoya;
habrán emprendido
un viaje sin retorno.
We are On Air
El sonido se desplaza en el aire 331 m/s.
Es irrelevante el tiempo
que tarda una palabra
en salir de la boca
y llegar al micrófono.
Pero, antes de acabar,
el discurso del político
habrá dado la vuelta al mundo.
We are On Air
La guerra se declara
en segundos;
el miedo es casi instantáneo.
Pero, la muerte
carece de tiempo,
se prolonga
por toda la eternidad.
***
Es domingo en el refugio
de animales rescatados,
una niña con caireles
llega a elegir un juguete.
Nosotros
estiramos las patas
ponemos derechitas las orejas
y movemos amistosamente la cola
dentro de nuestras jaulas
De repente,
Suena una alarma
o la niña de los caireles se
acerca al perro equivocado
y comienza el caos:
Un perro comienza a ladrar
Otro da giros en su jaula
Otro tiembla en un rincón
Otro muerde los barrotes
y otro escarba el suelo de metal
hasta sangrar por las patas.
Cada quien tiene su trauma.
La niña se va sin su juguete
y el cuidador calma a los perros
En el coche, la niña ha decidido
que quiere un videojuego
No sabe,
que ahí fuera,
También estiramos las orejas
y movemos la cola
y nos perfumamos
y entregamos tarjetas de visita
llenas de ficciones
Que también hay alarmas
y gritos
y disparos
y expectativas defraudadas
y gente a la que no conviene
acercarse demasiado.
Cada quien está dañado a su manera.
Sólo que no hay jaulas
y el cuidador
es el primero que muerde.
***
Tengo un nombre
no lo diré, por supuesto.
tengo reputación
un trabajo que me gusta
y dos docenas de camisas
con mis iniciales bordadas
entre el tercer y cuarto botón.
tengo tres blazers
que siempre
uso con jeans,
tengo una tarjeta oro
un club exclusivo
y un scotch con más años que yo.
tengo un futuro por delante,
aún soy joven.
voy a comprar una apartamento
a alquilarlo
a invertir en otro apartamento
aún más grande.
Voy a tener un hijo
que jugará con el perro
e irá a la universidad gracias al fondo de ahorro de interés asegurado.
voy a tener otro hijo, que también irá a la universidad.
Pero hoy,
estoy en un sillón
solo
delante de la tele
tratando de ignorar que hay algo podrido ahí fuera.
algo a juego con mis camisas a medida,
con mis inversiones inmobiliarias,
con mis jeans de newbissnesmen.
El perro me mira,
me ve calculando los dólares que necesitaré
Para estar entretenido otro par de horas.
A él no puedo engañarlo.
Solo él conoce mi rabia.
Pero ninguno sabe muy bien de dónde sale
Ni contra qué dirigirla.
***
Los hubiera
Para hacer espacio al progreso
inundaron la aldea,
movilizaron a los lugareños,
entregaron instrucciones precisas:
debían llevarse cuanto flotara.
Aun así, el día después
hubo cientos de objetos
que flotaron por meses:
puertas atoradas por años
cajones que no pudieron abrirse,
retratos de familiares olvidados,
hasta un ataúd flotó días
sin que nadie lo reclamase.
Lo último que se hundió
fue una bota sin espuelas.
Todavía hoy,
una vez al año, abren la represa
y las barcazas de los lugareños
corren a buscar sus antiguas casas
a veces con sus hijos
a veces con sus nietos
a veces solos,
sin su alma.
Algunos
se sumergen en busca de tesoros,
a otros se les oye gritando:
—ahí, ahí, aún no se cae el techo.
—aún se ve la puerta roja.
—esa era la cocina de tu tía.
—ese es mi cuarto.
—ese olmo daba peras.
Al caer la tarde, vuelven las barcas
y la presa esconde otra vez el pueblo
y quedan flotando en el agua
cientos de hubiera.
***
El aullido del perro
Auuuuuuuuuuu
—Es aullido del perro que abarrunta la muerte.
Decía mi tía Eleonor mientras tendía la ropa.
Y, en tres coladas,
las campanas
tañían a muerto.
Entonces, me hacía un gesto para que guardase silencio.
Contaba las campanadas
como si leyese un mensaje escrito en el cielo.
—28 años, mujer, seguro es Anne,
estaba muy enferma.
En el pueblo, se conocían todos.
—12 años, ¡casi un niño! hombre,
¡ay Dios! El hijo del carnicero.
Luego,
entre el aullido del perro
y el tañir de la campana,
los tiros
se hicieron cada vez más
frecuentes.
Pero mi tía seguía contando campanadas
como si nada pasase.
— Hombre, 18 años,
seguro el mediano de los García.
¡Ya descansó! ¡Y dejó descansar!
Nunca me enseñó.
Cuando tañeron para ella
no pude leer las campanas.
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