Matar poetas (Fundación José Manuel Lara. Colección Vandalia), de Juan Cobos Wilkins, concentra en el título tan alto grado de valor simbólico que se convierte en espejo y referencia de su tiempo. El lector comprende pronto que Cobos Wilkins dice poetas pero está nombrando también cualquier forma de arte, de creación, de cultura, y reivindicando la conciencia ética y estética en una época convulsa.
Juan Cobos Wilkins ha sido director de la Fundación Juan Ramón Jiménez, de la revista Con Dados de Niebla y de la Colección Juan Ramón Jiménez. Tres de sus libros de poemas recibieron los premios Gil de Biedma, de la Crítica de Andalucía y Torrevieja. Ha publicado también la colección Vandalia El mundo se derrumba y tú escribes poemas. Es autor de cuatro novelas, de relatos, de una biografía de Lorca y del volumen de piezas teatrales Mysterium.
Zenda publica varios de estos poemas.
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MATAR POETAS
Matamos poetas.
De pronto, esta pintada.
Y debajo, los dígitos de un teléfono móvil de contacto.
En rojo sangre sobre cemento gris, las letras del grafiti
cubren la sucia tapia que cierra un callejón urbano sin salida.
Tomas nota del número
y cuidadosamente revisas para corroborar que no haya error.
Cuando desorientado en esa ciudad desconocida
la encontraste:
Matamos poetas
o con más exactitud
te asaltó, venías de rendir público homenaje a san Juan de la Cruz.
Marcas. Llamas.
INTENTA EXPLICARME MI SUICIDIO
I.
Hazlo discretamente,
sin señales cifradas, sin mensajes ni símbolos.
Sin énfasis. Que el ángel
o Louis Armstrong no toquen la trompeta.
Que el aire que aquí muevas
no sobresalte a la mariposa de Hong Kong.
II.
Tampoco
elijas una ciudad hermosa y literaria.
Ni Trieste ni Macondo.
En tu casa
-si es que tienes-,
tal vez
una tarde suave y elegante igual que un galgo afgano
o un alba inescrutable igual que un galgo afgano.
Quizás tras demorarte en una larga ducha muy caliente
y en el cristal de vaho escribir un secreto
que ha de borrarse pronto. Acaso
tras caer unas cerezas en tu boca
y recordar
qué misteriosos, mágicos, eran los gusanos de seda.
III.
Evita releer cartas de amor, escuchar
el cuarto movimiento de la Quinta de Mahler,
ver fotos de familia y amigos.
Sí puedes
resbalar lentamente la yema de tu dedo
por la caligrafía nublada ya, difusa, de tu madre,
y pedir que a la memoria venga
el color indefinible de los hermosos ojos de papá.
IV.
Ponte ese olvidado suéter de cachemir azul, aún te favorece,
y unas gotas de la colonia fresca.
Y no hay más.
En la nada, esto es todo.
El suicidio como una de las bellas artes.
NO INTENTO EXPLICARTE MI SUICIDIO
Estremecen los blancos dejados en la impecable carta del suicida.
La magnolia en el vaso sin agua, curvada como la reverencia de una bailarina de ballet.
Los zapatos paralelos, inertes, a los pies de la cama.
El traje, sin tu cuerpo, colgando inmóvil de la percha.
La tristeza.
La serenidad.
(Mientras, el telescopio infrarrojo Spitzer, lanzado al espacio en 2003, órbita heliocéntrica, programado para alejarse de la Tierra unos quince millones de kilómetros al año, capta una insólita lluvia de diminutos cristales verdes y amarillo pálido: olivinas, forstercitas, sistema cristalino ortorrómbico, formula química Mg2SiO4. Nace esa sorprendente lluvia en la nube exterior de HOPS-68, estrella emergente de la constelación del Cazador. Mientras.)
El traje sin tu cuerpo.
La serenidad o la brisa ondulando las espigas de ese mar de cebada.
Los zapatos con brillo aún de domingo.
El cuarto movimiento de la Quinta de Mahler.
La sed de la magnolia.
La tristeza o el parpadeo del tubo fluorescente en aquella sala de hospital.
Cajones abiertos y vacíos, perchas alineadas y vacías.
Te estremecen esos espacios blancos -que tú podrías completar- en la exquisita carta escrita o no, dejada o no, en la consumación.
El suicidio como una de las bellas artes.
¿Por qué esta mañana de sol piensas en eso?
INTENTA EXPLICARME LO QUE NO HE DE NOMBRAR
Una sola luz
como el ojo rubí del ratón albino que tiembla en el laboratorio.
Los silencios.
Las palabras que intenta decir el que agoniza.
El ruido de la respiración del que agoniza.
Los sonidos que balbucea quien expira.
La palabra última que pronunció.
Su profundo suspiro, la exhalación final.
Lo que nunca te contó, lo que jamás tú le confesaste.
El silencio.
NO INTENTO EXPLICARTE LO QUE NO HE DE NOMBRAR
Entre el primer silencio, el silencio clínico, y el biológico, el Gran Silencio, median de 4′ a 15′. Toda la vida en los 11′ de ese tránsito que no he de nombrar.
Una transfusión de niebla, esterilizadas bolsas de plástico que contienen niebla, su goteo rítmico, implacable, encontrar una vía: y la niebla entra en ti suavemente a través de esa aguja finísima inyectada con precisión en tu cuerpo, niebla que sustituye a la sangre de las venas, que la usurpa, niebla fluyendo ahora por las mismas arterias que segundos antes aún eran recorridas por el vivo líquido rojo.
Las grúas en el horizonte de la ciudad como un electrocardiograma urbano.
(Que alguien contempla desde su ventana en la habitación del hospital.)
La llovizna en los campos de lavanda, las olas compasivas con los náufragos.
(Que no puede ver desde la ventana en su habitación del hospital.)
Rodillas que se rozan bajo una mesa, desviar la mirada, volver a los diecisiete.
(Que alguien evoca en la cama de su aséptica habitación del hospital.)
Nada tendrá entonces el movimiento de la vida, nada, sólo un trémulo escalofrío -desmemoria del primer tacto, olvido de un nunca bailado rap-. El estremecimiento, la débil luz boreal del estertor. Y sí las olas compasivas con los náufragos, sí las grúas urbanas como un skyline de metálicas jirafas amarillas, sí la lluvia en los campos de lavanda, volver, sí, volver a los diecisiete… Y lo demás, todo lo demás, que tan sólo es ya etcétera.
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Autor: Juan Cobos Wilkins. Editorial: Fundación José Manuel Lara. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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