Fue uno de los grandes poetas de la ilustración en España. Destacó también en otros campos, como el derecho o la política. A continuación reproduzco 5 poemas de Juan Meléndez Valdés.
A unos lindos ojos
Tus lindos ojuelos
me matan de amor.
Ora vagos giren,
o párense atentos,
o miren exentos,
o lánguidos miren,
o injustos se aíren,
culpando mi ardor,
tus lindos ojuelos
me matan de amor.
Si al final del día
emulando ardientes,
alientan clementes
la esperanza mía,
y en su halago fía
mi crédulo error,
tus lindos ojuelos
me matan de amor.
Si evitan arteros
encontrar los míos,
sus falsos desvíos
me son lisonjeros.
Negándome fieros
su dulce favor,
tus lindos ojuelos
me matan de amor.
Los cierras burlando,
y ya no hay amores,
sus flechas y ardores
tu juego apagando;
Yo entonces temblando
clamo en tanto horror:
«¡Tus lindos ojuelos
me matan de amor!».
Los abres riente,
y el Amor renace
y en gozar se place
de su nuevo oriente,
cantando demente
yo al ver su fulgor:
«¡Tus lindos ojuelos
me matan de amor!».
Tórnalos, te ruego,
niña, hacia otro lado,
que casi he cegado
de mirar su fuego.
¡Ay! tórnalos luego,
no con más rigor
tus lindos ojuelos
me maten de amor.
Los besos de amor
Cuando mi blanda Nise
lasciva me rodea
con sus nevados brazos,
y mil veces me besa;
cuando a mi ardiente boca
su dulce labio aprieta
tan del placer rendida
que casi a hablar no acierta;
y yo por alentarla
corro con mano inquieta
de su nevado vientre
las partes más secretas;
y ella entre dulces ayes
se mueve más, y alterna
ternuras y suspiros
con balbuciente lengua;
ora hijito me llama,
ya que cese me ruega,
ya al besarme me muerde,
y moviéndose anhela.
Entonces ¡ay! si alguno
contó del mar la arena,
cuente, cuente, las glorias
en que el amor me anega.
La paloma
Suelta mi palomita pequeñuela,
y déjamela libre, ladrón fiero;
suéltamela, pues ves cuánto la quiero,
y mi dolor con ella se consuela.
Tú allá me la entretienes con cautela;
dos noches no ha venido, aunque la espero.
¡Ay!, si esta se detiene, cierto muero;
suéltala, ¡oh crudo!, y tú verás cuál vuela.
Si señas quieres, el color de nieve,
manchadas las alitas, amorosa
la vista, y el arrullo soberano,
lumbroso el cuello, y el piquito breve…
mas suéltala y verásla bulliciosa
cuál viene y pica de mi palma el grano.
El pensamiento
Cual suele abeja inquieta, revolando
por florido pensil entre mil rosas,
hasta venir a hallar las más hermosas
andar con dulce trompa susurrando,
mas luego que las ve, con vuelo blando
baja, y bate las alas vagarosas,
y en medio de sus hojas olorosas
el delicado aroma está gozando,
así, mi bien, el pensamiento mío
con dichosa zozobra por hallarte
vagaba de amor libre por el suelo;
pero te vi, rendime, y mi albedrío,
abrasado en tu luz, goza al mirarte
gracias que envidia de tu rostro el cielo.
Viendo el Amor un día
Viendo el Amor un día
que mil lindas zagalas
huían de él medrosas
por mirarle con armas,
dicen que de picado
les juró la venganza
y una burla les hizo,
como suya, extremada.
Tornose en mariposa,
los bracitos en alas
y los pies ternezuelos
en patitas doradas.
¡Oh! ¡qué bien que parece!
¡Oh! ¡qué suelto que vaga,
y ante el sol hace alarde
de su púrpura y nácar!
Ya en el valle se pierde,
ya en una flor se para,
ya otra besa festivo,
y otra ronda y halaga.
Las zagalas, al verle,
por sus vuelos y gracia
mariposa le juzgan
y en seguirle no tardan.
Una a cogerle llega,
y él la burla y se escapa;
otra en pos va corriendo,
y otra simple le llama,
despertando el bullicio
de tan loca algazara
en sus pechos incautos
la ternura más grata.
Ya que juntas las mira,
dando alegres risadas
súbito amor se muestra
y a todas las abrasa.
Mas las alas ligeras
en los hombros por gala
se guardó el fementido,
y así a todas alcanza.
También de mariposa
le quedó la inconstancia:
llega, hiere, y de un pecho
a herir otro se pasa.
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