Hete aquí un libro sobre la maternidad y el lenguaje, un poemario que aborda de manera formal el embarazo del ornitorrinco, una obra que plantea un viaje formal desde el verso clásico hasta el verso desparramado. Poesía contemporánea con un marcado uso del sonido y la forma.
En Zenda ofrecemos cinco poemas de La dulzura del ornitorrinco (Piezas Azules), de Andrea López Montero.
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ACENTO. Escoge la entonación
Busqué en el catálogo la sangre
correcta: que brindase con cariño
la sed de dicha, el alimento justo.
No te ofrecí, no, la virtud intacta,
sí el deseo de un útero cabrío,
todo el llanto y el aullido de leche.
Escogí un ajuar de loza blanquísima
y todos los termómetros de usura
para acudir caníbal a tu encuentro.
En la lumbre de azufre que te escalda
en tu semilla con mi trampa dulce
y sus muebles pequeños y pequeños.
Para alimentar las crías con mimosuave, su desayuno de azafrán,
su lento tiritar de aves al vuelo
y las fresas precarias, con tanta norma nueva
que no logra rimar bien ni conjunta
el cuidado, la sábana, la cuna.
Todo el llanto y el aullido de leche
perfecta que brindase en el cariño
el útero vacío de tu carne.
No te ofrecí, no, (no me ofrecí) la virtud precisa,
no la virtud vacía, no en virtud
del agua clara y pulcra, la virtud
con tanto llanto: escogí con el tiempo
el tiempo de este canto débil, esta
dicha justa. Alimento de la sangre.
Busqué en el catálogo un brote,
los rasgos, los defectos que no debo
repetir: decidí ovular rápido,
pronto en antes de escoger la miopía,
sin tristeza hereditaria o cojera.
Repito: decidí el óvulo,
el óvulo de las rapaces.
Mi cría corre veloz en el prado,
corre sana, corre fuerte y ay, ¡corre!
No nos imita, no, no nos imita.
Escogí el canto y el aullido de leche,
todo mi ajuar de una loza blanquísima,
sin tristeza hereditaria y sin llanto.
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HUMUS. En las fauces de pan
Preparé tu llanto amasando harina
de siglos de tropiezo y tradición,
reunidos a la mesa celebrando
el hambre ordenada en las croquetas,
el hipo dulce de la rima tímida,
el tristísimo acierto de la moza
que ovilla gatos muertos y arlequines
y entiende que la mente es un ventrílocuo
que habla por encima de los hombres.
Preparé tu esquina enhebrando sexos,
descosiendo pistilos, mereciendo
merecer la edad, ser en las vidrieras
la santa dicha, santísima y fiel
a la amplitud de tu sangre, en el eco
con dulzura avanzar en un latido
humilde, como el juego de canicas:
todas diferentes y redondísimas,
con tanto tacto triste en el tablero.
Solo trato de enseñarte mi duda,
que puedas caer libre,
solamente caer: sin un reproche.
***
QUIEBRE. Dios no entiendo
Dios, no entiendo
la invención del útero, la voluntad de maternidad
si luego creas la podredumbre.
Dios, no entiendo
el final de la luz tan temprano, el descanso obligado del invierno
si luego creas la finitud.
Dios, no entiendo
que los insectos no se alimenten de leche,
que la polilla no nade en un recipiente de leche
y vuele siluetas semitranslúcidas de leche
si luego creas la electricidad
y la industria.
Dios, no entiendo
la invención del deseo, la contradicción, el impulso
si luego creas un espacio limitado para el vino y la celebración,
un espacio limitado para el vino y la creación
si luego creas un horario,
creas un horario,
la obligación de la rutina.
Dios, no entiendo
por qué este miedo de pan,
esta geografía de barrigas hinchadas
diciendo hambre,
este ultramarino de variedades y sentimientos etiquetados
si luego inventas la gula.
Dios, no entiendo
por qué el mar y su infinitud al vuelosi luego inventas las cuadrículas,
el papel formulado a la línea.
Dios, no entiendo
por qué la invención de la infancia
y su fascinación occidental de colores y azúcar
si luego pactas el ocio hacia su negación temprana.
Por qué la polilla, Dios, sin su sombra de leche.
Dios, no entiendo
por qué inventas la conciencia
y nos dejas solos.
***
DÍA 3. La cría rosa granza
Me pregunto cómo son los huesos de un ornitorrinco bebé,
cómo el pico.
Busco ornitorrinco bebé,
es curioso pensar
que no todo lo que de huevo nace
vuela o repta,
que no todo lo que de huevo nace
es solo viento o mar: también escarba,
escampa raíces,
cuelga un retrato,
separa en habitáculos su afecto.
Busco ornitorrinco bebé,
el bebé ornitorrinco y su esqueleto,
pienso que qué hay en mí tan averiado como para buscar en Google «esqueleto de ornitorrinco bebé».
Veo una cría, es muy rosa, muy muy rosa, rosa granza, rosa genuina,
rojo con brillos de amarillo cadmio, de amarillo bismuto y blanco zinc,
rosa muy muy rosa, como si saliese así desvestidita de identidad,
muñeca de trapo,
un pico en carne cruda.
Bebé en colorete y arcilla sin color,
los ojos todavía sin ser ojos, apenas bultos como encía de ojos:
ni ve ni pestañea.
Pienso que es un nacimiento en escondite,
un nacimiento en escondite, pienso,
claro.
Primero crece hasta que no queda
sitio en su caparazón de ave,
despunta
para caer en el calor y se empapa
en leche.
No tiene estómago,
tampoco lo tendrá al crecer.
Se come en el tamaño de su peso,
pero no asimila, pasa por el alimento,
es un caudal, fermenta:
no tiene estómago, ni dientes y apenas ve
y busco,
busco pantanos,
le veo un esqueleto ya crecido,
ya vive agazapado en la estructura,
su hueso tímido y rapaz.
No trepa el árbol
en su existencia plegable
de submarino y uñas en boca.
Imagino su miedo translúcido
como un caparazón,
su amor defectuoso que separa
las crías del lecho conyugal
¿su amor sincero?
Entiendo su techo pequeño
y sin ventanas:
el mejor escondite es ese
en que el que se esconde jamás
podrá
encontrarse.
¿Existe un hambre bondadosa?
***
DÍA 9. Del hecho árido
I
Pido silencio al pulso del pluviómetro,
escampa árido el rictus de la raíz.
Ay cómo se clava endógena la puntería al entrecejo,
se agota enteramente la duda de los lagos,
la boca abierta-pez,
descolocamos los muebles,
abrimos las bujías
con estos codos que aristan distancia y putrefacción,
cómo de inhóspito es el caldo cocido con pastillas de Avecrem,
cuánto hormigón cocinas.
Me pregunto dónde quedó el tacto que nombras:
las vacas que oigo mugir pastan en cuatricromía
a distinto porcentaje magro,
en hilera láctea, frente al azúcar y el café.
Un tipo con gorra bajo techo (sospechosamente conjuntado) friega el pasillo.
El llanto es el ruido del vidrio que rompe un bote de zanahorias bebé,
qué tipo de mundo es éste en donde se venden botes de zanahorias bebé,
son tan pequeñas
y tan zanahorias
y tan
caen.
Los ríos de sonrisa blanqueada, innaturablemente dispuesta, sin que quede hueco al soplido.
Qué fucsia es el idioma de los patos,
cabe su TIC TAC en una lata de conservas bonita pero que muy bonita,
viaja, plumífera, en cestas de Navidad.
Con gafas de visión 3d palpo la nieve:
es boca de algodón al mordisco, gallinejas de santo en freidora de hogar.
Cuán grasa es la celebración,
el aire que agota los pulmones de globos aerostáticos,
los cielos asfixiados de celebración,
cuán tímida y chiquitita es la risa de los viejos con su palito dulce de hace cien años de feliz compromiso con la naturaleza,
la naturaleza asfixiada de celebración,
es necesariamente la celebración,
el rito,
aquí solo bailan gotas de café y etcétera
para el porcentaje del sonido dulce,
cuánta diabetes cabe en este error.
Lamo la yema del dedo, paso una página.
II
Me pregunto cuánta bondad nos cabe en el quejido
de un techo en cornamenta y alacrán.
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Autora: Andrea López Montero. Título: La dulzura del ornitorrinco. Editorial: Piezas azules. Venta: Todos tus libros.
BIO
Madrid, 1989. De barrio: minina con el vértigo fácil: de parto doble, la melliza desordenada. Celebra el paso pequeño, cercano al chotis, recuerda con exactitud que de pequeña volaba. Padece tres férreos amores: el del trazo, el de la palabra y el de las croquetas.
En 2020 publica su primer poemario, Intentar la casa, en Piezas Azules. En 2023 coordina y prologa la antología Herbarios de Amores Dulces que reúne a 36 voces imprescindibles y publica Los SinHueso, aforismos sin güito con la editorial Cuadernos del Vigía tras ganar el X Premio Internacional de Aforismos José Bergamín. Además, ha participado de revistas como Zéjel, Casa País y Ala Este y formado parte del proyecto para Injuve, Habitáculo, coordinado por Andrea Abello y Andrea Navacerrada.
Que frescura de ninfa en flor