Diego Doncel (Malpartida, Cáceres, 1964) ganó el Premio Adonais en 1990 con su libro El único umbral (1991), al que siguieron Una sombra que pasa (1996), En ningún paraíso (2005) y Porno Ficción (2011), libros que se reúnen en Territorios bajo vigilancia (2015). Posteriormente, ha publicado El fin del mundo en las televisiones (2015). Es autor, además, de tres novelas: El ángulo de los secretos femeninos (2003), Mujeres que dicen adiós con la mano (2010) y Amantes en el tiempo de la infamia (2013).
El jurado que por unanimidad concedió a este libro el Premio Loewe 2020 señaló en palabras de Jaime Siles que «La fragilidad es un poemario absoluto, total, de una admirable madurez vital y expresiva. Confiere una voz profunda con una cosmovisión personal, singular y propia». Este libro sobre la pérdida de un padre, sobre la memoria, es absolutamente conmovedor en el retrato de esa encrucijada biográfica donde se reúnen la tristeza y el duelo, la entrega a los cuidados y al amor, pero también en la búsqueda de una identidad y de un consuelo en medio del derrumbe.
HABLANDO CON OFELIA
Ofelia, me conoces tanto como yo a ti.
Floto muerto en la misma agua que tú flotas.
Junto a nosotros, las sombras de la noche
se mueven veloces como la paleta de un
sepulturero.
También yo fui devorado por la espera de un amor
imposible.
También yo tuve que aprender a vivir con promesas
vacías que ni siquiera el tiempo mitigó.
En la orilla, cerca de edificios tapiados del color de la
metadona,
la hierba está podrida por el influjo de la muerte.
Los pájaros ensucian los parques
con la música de los móviles del más allá.
Desde lo profundo de los extrarradios,
muy drogada, la niebla viene
de ver cómo se cuelgan los suicidas.
Finalmente supiste que el mundo era un lugar extraño
para las almas dóciles, oíste la furia de la melancolía
crecer dentro de ti, abrasándote la carne como la bala
de un asesinato, haciéndote explotar las venas,
violenta y roja, como un acto terrorista.
Somos pasto de leyes equívocas.
Somos lo que han creado nuestras heridas y nuestra
tragedia.
Corriente abajo, donde se refleja
el óxido del alumbrado público
y las sombras de las estaciones abandonadas, no van
nuestros cuerpos
sino nuestros sueños perdidos.
El viento mueve ya las lápidas en las que estarán grabados
nuestros nombres que después el invierno sepultará.
Amamos y fuimos traicionados por el amor.
Buscamos y estamos solos con los restos de nosotros
mismos.
Intentamos interpretar y acabamos poseídos por la
locura.
Las cosas tienen la dimensión de la ausencia,
la fatalidad del engaño.
Nunca tuvimos consuelo.
Somos aquello que no pudo vivir, que nunca pudo amar,
que se derrumbó por dentro y nadie lo pudo sostener.
Somos frágiles: nuestros sueños se perdieron
como se pierden las grandes pasiones, calladamente.
Ahora ya sabemos que el amor es un sentimiento
peligroso.
Sin embargo, te cojo la mano fría, te susurro al oído
las palabras que él no te dijo, los pequeños secretos,
las pasiones más íntimas.
Te acaricio la cara antes de que te vayas para siempre,
dejo en el agua el rastro de ceniza de mis dedos para que
puedas volver.
DONDE TERMINA EUROPA
Estamos solos a la orilla de estas aguas donde termina
Europa.
Estamos tú y yo con los restos de nuestro amor
preguntándonos qué hemos hecho
de nuestras vidas para llegar aquí.
Desde hace horas esperamos en este muelle desierto,
en esta plataforma metálica que flota sobre el mar.
A veces vemos arribar barcos vacíos
que vuelven a partir sin nadie, a veces oímos las sirenas
de los barcos que ya no llegarán nunca.
Los paneles electrónicos informan de rutas apócrifas,
de rutas perdidas en los horizontes oscuros.
Miramos a lo lejos. Nos manchamos las manos
con el óxido del abandono, los abrigos
con la basura de la última luz.
Hemos llegado a este puerto con el corazón
cargado de desprecio, odiando nuestra vida,
con las sombras de lo que fuimos alguna vez.
Al fondo de tu bolso, los pasajes se van llenando de
moho y de frío.
Queremos dejar atrás este país para buscarnos más allá,
para no ser sepultados por sus mentiras.
Huimos de nosotros mismos, de este modo de
civilización
para no ser ahogados por el malestar.
En las ventanillas no hay nadie, solo el destello
de los ordenadores, la tinta azul de los azulejos
que se desvanece en el aire marítimo.
Te sientas junto a mí buscando mi calor,
después de tanto daño, después de tanta pérdida
clavas tus ojos grises en los míos y respiras.
Nuestros documentos solo muestran las fotos de dos
desconocidos.
Nunca podremos huir, me dices, nunca nos dejarán en paz.
Han colgado en la vida el cartel de rebajas,
han hecho que nuestra intimidad sea solo una
superstición,
una estrategia de mercado.
En el crepúsculo la bruma es llevada de aquí
para allá por las grúas del puerto.
En el aparcamiento, un perro ladra pidiendo
que le arroje la carne de mi tristeza.
En la playa vemos cómo las algas sepultan las huellas del
verano.
Vámonos de aquí, me dices,
abandonemos deprisa todo esto,
dejemos incluso nuestras maletas
perdidas en la soledad de este embarcadero.
Somos dos fantasmas que no saben dónde están las cosas
que quisieron cambiar, que les avergüenza la palabra
revolución.
Fuimos engañados por lo verdadero, nos perdimos en lo
falso.
Algo se ha roto desde hace mucho tiempo en nuestro
interior.
Te levantas, con rabia arrojas nuestra ropa al mar,
nuestra vida a las aguas negras.
Vemos flotar nuestros sueños en el oleaje,
vemos flotar el tiempo en el que nos quisimos
y en el que nos destruimos, el tiempo en el que nos
deseamos
y en el que nos traicionamos.
La plancha oscura de la bahía tiene nuestras grietas,
el duro aprendizaje de vivir, el duro aprendizaje de envejecer
y de amar. Vemos hundirse nuestros secretos, todo aquello
que callamos, las vidas llevadas al margen
que seguimos ignorando porque son inconfesables.
Guardamos silencio.
El temblor de tus manos, el temblor de tu boca
y de tus ojos me hablan de la ternura y de la fragilidad.
Cojo los pasajes y los arrojo al viento.
No tenemos nada, no somos nada.
Los operarios nos encuentran al amanecer, llorando.
EL FRÍO DE LA CASA
Después de tanto tiempo, vuelvo a estar en tu casa.
Las fotos del pasillo se han vuelto viejas
de tanto vivir en el pasado.
Hay una luz de otro tiempo en las ventanas
del fondo y el ruido de la calle trae voces
de gente que ya ha muerto.
Dime si soy como tú, si me convierto como tú
en el polvo que se acumula encima de las cosas.
Si ser tu hijo es esto: caminar por tus huellas,
repetir tus gestos,
estar en la misma dimensión de tus heridas.
En el salón los sueños siguen sintonizados
en un canal que ya no existe,
los muebles se han llenado de arrugas, en el piano
se toca el nocturno de lo que se fue.
Junto a la chimenea se han arrojado todas nuestras
noches,
conversan en silencio nuestros cigarrillos,
se hacen amargas las sombras en los vasos,
por las paredes se va ensuciando algún rayo de luz.
En los espejos quien envejece soy yo.
Siento cómo hace frío en tu ropa colgada en el armario,
cómo están helados los libros en las mesillas,
cómo huelen al más allá las sábanas que ya nunca sabrán
de ti.
Solo los que tienen un sentimiento del tiempo
conocen lo que es la vida, me dijiste.
Ahora sé que estamos siempre diciendo adiós.
Sentimos nostalgia incluso de lo que poseemos.
Pero buscamos esa rara intensidad de vivir,
ese no pensar la vida como una sucesión de días,
sino los días como una sucesión de vidas.
Llenar el mundo de cosas para que cuando venga la muerte
solo pueda llevarse un cuerpo desgastado
que no le queda nada por dar.
Se han podrido los cubiertos y la vajilla con los que
comíamos.
La sal se ha vuelto líquida. Sale oxidada el agua de los
grifos.
Abro la cancela a las hierbas del jardín.
Quién sabe qué está pasando al otro lado de cada flor,
de cada árbol, al otro lado de mi sombra.
¿Seguirás tú defendiéndonos de los incendios
y de las barbaries,
de las caídas de las civilizaciones?
¿Evitarás que el más miserable
de los ladrones del Calvario lleve nuestro rostro?
¿Esconderás las piedras, bajo
las que alguien nos sepultará,
simplemente con el gesto de servir el café de la mañana?
Quién sabe si puede haber un milagro,
la materia buscándose, transformándose
infinitamente para que volvamos a sentarnos juntos a la
mesa.
Solo el dolor nos desafía a amar una vez más.
AL FINAL DEL INVIERNO
En este tiempo oscuro solo la infamia resplandece.
La vida es apenas una triste conversación con los
fantasmas.
Toda la tarde una lluvia negra nos hizo enloquecer.
Cayeron lentas y sucias las nubes desde el cielo
hasta llenarnos los ojos de barro y de silencio.
Los sueños se volvieron tan atroces
que únicamente podíamos soñarlos
poniéndonos pastillas debajo de la lengua.
Cuando mirábamos fuera, veíamos
hasta qué punto se habían convertido
en una impostura aquellas cosas que quisimos cambiar.
Cerramos las puertas para que no entrara el mundo,
para no ser heridos otra vez
por el idioma de los difamadores.
La ceniza, poco a poco, fue cubriendo
la extensión de nuestro amor.
Pedíamos un poco de luz, algo en que creer,
pero ninguna señal se revelaba.
Por la noche, en medio del zumbido
de los electrodomésticos, los insomnios
no dejaban de agolparse en todas nuestras visiones.
¿Por qué el deseo de un nuevo mundo
nos ha humillado tanto?, me preguntaste.
Fue entonces cuando oí algo
respirando allá afuera, en los patios traseros,
junto a la ropa tendida hacía mucho tiempo por mi
madre,
junto a aquella forma suya de limpiar la casa y ordenar
el mundo como si con ello pudiera detener la historia,
las catástrofes personales y la diaria expulsión del paraíso.
Fue entonces cuando me decidí a salir, cuando vi
estos días azules y este sol de la infancia
y supe que nada había muerto.
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Autor: Diego Doncel. Título: La fragilidad. Editorial: Visor.
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