La piel, la pulpa, el gusano, la semilla es un libro de amor en sentido amplio, donde una poética híbrida de lo fragmentario, la variación y el material encontrado transita la memoria del tránsito y no del relato, la presencia de lo que no habla pero sí está. En este poemario, el espacio de lo tangible y cotidiano da cuenta de una experiencia más vasta de la existencia y la poesía.
En Zenda ofrecemos cinco poemas de La piel, la pulpa, el gusano, la semilla, de Daniela Martín Hidalgo (Pre-Textos).
***
Los patios se han abierto
Los patios se han abierto,
sandía madura que se rompe
contra el suelo.
Es verano y me muevo entre la comida:
tubérculos cocidos y granos de arroz.
«La vida es simple», comentan las vecinas.
Tienen las piernas arqueadas
como viejas ramas de olivo,
«¿Qué harás?», preguntan.
El vecino poda macetas,
hojas muertas para el abono
de los próximos frutos.
Tiendo la ropa
y hay un lugar exacto para cada prenda.
La cocina es grande,
con sus ollas brillantes y sus calderos.
El mundo es grande, el mundo
es la pernera de un pantalón
que se seca solo en la liña.
Sale un sol pequeño, de bolsillo,
y el mundo también es pequeño y está
lleno de ruidos: martillos hidráulicos,
aviones que abren con espuma
la cremallera del cielo.
«La gata estuvo toda la noche maullando,
pensábamos que era un niño».
Los patios imploran trascendencia:
basta ya de ese olor
a detergente de falso pino y lejía.
«Queremos evitar el realismo»,
murmuran las farolas.
Algunas tardes sucede:
cables trenzados entre los edificios,
piezas de nubes que se ajustan,
la luna una gastada pastilla de jabón.
Y en las noches de viernes
cocinas fluorescentes,
las chanclas del guaperas del barrio
que salen a pasear.
Sueltos ruedan sin dueño
los cubos de basura.
***
Primavera de reparaciones
Te llamaré Hoja en el viento,
Primavera de reparaciones.
Las mañanas son de espárrago tierno
y tú duermes
con las barbas de un adolescente
de más de cien años.
Como está tu juventud tan al fondo,
la policía hace la ronda, “¿Quién es”,
pregunta la madre postrada en la habitación.
Cada uno en el ala opuesta de la mañana,
el lado contrario de la mañana:
el amor y su raspa, la taza y su fisura.
Hablas de la indefensión
en el parque de los niños,
“Lo estamos intentando, ¿no ves?,
lo estamos intentando”.
Atardece: especulación y casas de apuestas.
Los nuevos fascistas de la pop-up
y los de siempre del taller.
La plaza donde se pudren las sartenes
y la sartén donde se pudre la plaza.
Que sea simple, que nos dejen quedarnos,
que en veranos de calimas largas
tengamos dientes suficientes
para que nos duelan
al comer helados.
***
Ella, los cuerpos
Dices
“Lo hice, está hecho”, muestras
los cuerpos ajados
enormes, tullidos.
Hablas sobre todo les hablas,
“mi niño, bobito, prenda”,
sala en olor a medicinas,
ventiladores, bien ordenada.
Mientras, la tele encendida,
una cabeza que ríe y habla.
Y te llaman, llaman a tu
demente enfermera fuerte caníbal
gandul, mimoso, pequeño,
a vuestro atroz cariño
entre las cucharas.
Pasado el mar, al otro lado,
el vaivén lechoso los yates,
centro comercial con tiendas de lujo
saquito, cielo mi amor, manos pequeñas,
gansa y sofocante la isla, “Tengo
que regar las espinacas”.
Y así desdentada, vaca camella,
niña inhumana preciosa
“Tengo que regar las espinacas”,
cuidando todo lo que cuidas:
uñas que escarban, miedo a morir
y las sábanas otra vez manchadas,
“Tengo que regar las espinacas”.
Pero lengua mordida animal,
cielo mesita prenda,
la letra cuadrada amando
todo lo que amas.
Y es que “Hoy
tengo, venita, que ablandar judías”
la cabeza anunciando vacaciones,
cremas antiarrugas,
“Te quiero, ¿me quieres?”,
los gemidos que vuelven,
sobreabundancia de botes y cápsulas
y plantas de plástico.
Por la tarde abres por fin la cancela,
juntas los zuecos, pones el plato.
Masticas obediente la pulpa,
el olor a ropa limpia en silencio,
“Es que aún tengo, amor,
que regar hoy las espinacas”.
***
Cazadores de insectos
Paraguas agujereado la noche,
insectos parpadeando
en el tramo de la luz.
Las voces son un lago, labios
que se orillan al borde de las tazas.
Sobre el fuego más redondas
las ollas
–lo sagrado carece de importancia–.
Hay también un muchacho, sonríe el muchacho:
moja trozos de pan tierno
en el fondo de la olla.
Retozón el aire mueve los cables,
tos acuática en las copas de los pinos.
La noche es triste y también apacible.
Cazadores de insectos:
el muchacho los muchachos.
***
Los dones
Dos grúas muy juntas
bajo la lluvia, voces
en una conversación banal
sobre el tiempo, el humano
renqueo del perro cojo.
Hay una cuerda que vibra
y que en un momento se rompe;
coser hasta que se acaba el hilo
–el dibujo nunca es completo–.
Dices pero una ráfaga de aire
y no logro escuchar tus palabras,
enfrente una pared de cemento
que ha empezado en arenilla a deshacerse,
“¿Te acuerdas de Manolín?”.
Las grúas giran –sacacorchos–,
gotas muy finas sobre la acera.
“No es la abundancia”, explicas
sobre ese calor tuyo que ha quedado
palpitando improductivo en la bufanda.
Y la compañía,
las voces esa voz que advierte
que el regalo ha de seguir desplazándose,
un concreto ceñidor de barro
transportado a través de manos pequeñas.
Fíjate en la bóveda de la estación,
luciérnagas verdes de taxis que pasan,
ese ángulo la sombra donde las cosas
comienzan a hacerse y deshacerse.
De madrugada la música esa música,
una araña que trepa en la oscuridad
de los ojos cerrados.
Resulta extraño estar aquí
y no estar solos.
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Autora: Daniela Martín Hidalgo. Título: La piel, la pulpa, el gusano, la semilla. Editorial: Pre-Textos. Venta: Todos tus libros.
BIO
Daniela Martín Hidalgo ha publicado, entre otros, los poemarios Memorial para una casa (La Palma, 2003) y Pronóstico del tiempo (Trea, 2015). Traduce del inglés y el neerlandés, idioma este último del que ha vertido el libro de Menno ter Braak El nacionalsocialismo como doctrina del rencor y otros escritos (Casus Belli, 2022). Estos poemas pertenecen a La piel, la pulpa, el gusano, la semilla (Pre-Textos, 2023).
Tras leer y releer los poemas, siguen sin impactarme, la Poesía llega o se queda en el camino, y a ella no la vi. Poesía costumbrista adjetivada.
Y en una maraña de palabras, la nube