Leandro Frígoli es un escritor nacido en Lobería, Buenos Aires, Argentina, en 1979. Licenciado en comunicación social y apicultor, ha publicado libros como Yo vengo a ofrecer mi poema. Antología de resistencia (2021), Dramaturxia Galega Actual (2018), Angye Gaona o la libertad en el ala (2013), Poéticas abiertas, simultáneas y obligatorias – PASO (2009) y Quinta sección – Banda de escritores (2008). Es colaborador de las revistas Marcha Digital, Revista Digital de Sudestada, Abisinia Review y Cubahora. Es columnista del ciclo radial Sincronízate de la Radio Ekko FM 92.5 de Azul. Actualmente está radicado en Azul, Argentina. El guardián de la colmena es su primer libro de poesía publicado.
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POETA DE LA RESISTENCIA
a Atilio Perez Da Cuhna “Macunaíma”
Una abeja se posa en mi pulgar
detiene su movimiento
inquieto
y me destroza con su silencio.
Siento la indiferencia de su abdomen.
Ensimismada en una oración
anuncia el viaje final de Macunaíma.
¿En qué ríos los ecos se oyen como poemas?
En los misterios de algún paisaje
Benavides en modo padre
espera por tu abrazo.
Seni Labart con sus lentes gastados
guiña el ojo y escribe en el papel
uno de tus versos
la vida en la mirilla.
Siento una helada devastadora
en mis manos.
Ante un denso aire
que desprende un polvo
húmedo de certezas.
¿Una abeja es una declaración?
Ellas danzan sin dirección
dibujando el signo en la vigía
de una procesión religiosa.
Macunaíma me enseño
la poesía hay que convertirla
en armonía de pasos y velas
Darnauchans bebe
un vino en tu honor.
En el fondo Levrero cuenta:
El pensamiento es una fuerza
más fuerte que la ley de la gravedad.
Macunaíma es pecho amarillo,
peleador de los que duran
hasta el último round.
Macu, tus palabras
encienden una fogata.
Arden amapolas.
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LA POÉTICA DE LA ABEJA
De panal a panal
el hombre le lee poemas a sus abejas.
El relato del hombre
conserva el canto de los laureles y los eucaliptos
en su retiro hacia la calma.
No necesita un perro, un gato, un hijo:
sabe que su trascendencia está en el zumbido.
El mundo será una miel exquisita algún día,
se dice el hombre que lee poemas a sus abejas.
Ante los versos de Hölderlin
la gota se diluye en el riachuelo,
la hoja le grita a la luz de diciembre,
el trébol blanco obsequia su polen.
El hombre que lee poemas a sus abejas
hace una pausa y mira al costado de la colmena:
y ellas danzan su baile épico y cotidiano.
Con el poema vibrando en el aire de las abejas
lo imposible es una opción.
El hombre que lee poemas a sus abejas
escucha los silencios de la colonia
y ve los espacios en blanco entre las palabras.
Una abeja es una pregunta en el paladar.
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LA BONDAD DE TU VENENO
¿Eres capaz de conmoverte
ante el dolor de una abeja?
Cuando afila su aguijón
los hombres se erizan como el polvo
y tiritan de miedo.
Crítica es la soledad de la abeja,
las gaviotas no paran de graznar por su duelo
y el rocío es testigo de esta distopía.
Ante el nacimiento de una abeja
—el poeta recordó su última charla
con su mentor Ismael Forese—
llora su presencia y su olvido.
La ars apícola
son las crías que acicalan nuevos decires,
un oficio que amamanta
una generación de bailes y zumbidos.
Hay una marca en mi piel
que escribe la gramática de la abeja,
construye unos sonidos de bienestar.
Hay en mí una moraleja:
No todo veneno nos quiere matar.
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LLUVIA DE ABEJAS
A Juan Carlos Frígoli
Miro en los ojos de mi viejo
un niño muerto de pánico
y sin respuesta.
El puestero nos contó del incendio de las colmenas.
Había sido uno de esos suicidas
con cigarro en mano.
Esa tarde en el apiario
mi padre estaba arrodillado frente al humo
—sumergido en una oración—
furioso balbuceaba un
idioma carente de buenas palabras.
Abatido gritó al aire:
“Las abejas son mi familia.
Llévame a mí, fuego maldito”.
El pasto iluminado
con pequeños carbones
era el lecho del crepitar
de las abejas.
La naturaleza del huerto
arde como Troya
ante la muerte de sus amantes.
¿Observaste, alguna vez, consumirse
una abeja bajo la llama?
La sabiduría del fuego
deja una huella de cenizas tibias.
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PHYLISCO DE THASOS: EL SALVAJE
En la antigua Roma
cuando las mujeres
no se bañaban en miel
no había cura, dios, ni diablo
que entendiese al obrero de la colmena.
Ante la cosecha
todos los apicultores
rezan, ofrendan y beben
en honor al Salvaje.
El obsequio de los zumbidos
es una canasta con la cabeza de los cardos,
los brazos del río Calvú,
los ojos de la Sierra de Pablo Acosta
y el beso de nuestra madre
en una hoja de achicoria.
Ceremonia acompañada
con la lectura del poema
Muerte de Federico García Lorca.
Ante la mirada de los Santos,
de los bailantes y la prosa,
un chorro de cerveza barniza el rito
y cae como una semilla en la tierra.
La fe arde entre las salvajes.
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