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5 poemas de Los motivos del ventrílocuo, de Antonio Solano

5 poemas de Los motivos del ventrílocuo, de Antonio Solano

Los motivos del ventrílocuo reflexiona sobre las coordenadas existenciales en el mundo, el hambre metafísica y la relación de ambos motivos en la propia biografía. Lo sublime se intuye tras lo cotidiano, y el misterio se anticipa más allá de la fragilidad, las cicatrices de la experiencia humana y la inexpresividad de las palabras.

Partiendo de la voz de otros buscadores de lo trascendente, Antonio Solano encabeza cada uno de sus poemas con los versos de quienes ya hollaron los caminos del símbolo y volvieron para contarlo.

Nos hallamos, así, ante un poemario que no solo expresa la condición de un único hombre, sino que, como un ambicioso y sediento ventrílocuo, continúa el diálogo fluyente e inagotable de todas las voces humanas que traducen como pueden las señales del cielo, la luz del mundo, el rumor de las arenas.

“Nos salvará un mar,
el universo mar que ya existía”

***

Miras a lo que esperas
y no aparece nadie.

Jesús Delgado Valhondo

Algunas veces he soñado
con ventanas y raíles.
En el sueño estás en pie,
junto a la casa
de postigos mudos y desvencijados.
Estás en pie
como un golpe de sal,
con la belleza exacta
de quien contempla la desaparición
de una promesa.
Las ventanas no te mienten,
pero tú contemplas en silencio
el arrogante resplandor de los raíles.

***

… y esta pequeña lluvia que me acompaña.

Alejandra Pizarnik

A lo mejor yo inventé esta mirada de peldaños
cuando veía sólo el barro en mis zapatos.
Pero es que había barro también en las rodillas,
supongo que por reunir los pedacitos que quedaron
después de tanto incendio de semillas.
A lo mejor es que no miraba
que el barro lo arrojaban desde un pozo,
enfangando el piso, los bordillos, las aceras.
Ahora sé que aquellos barros se alzaron hasta el viento
y llenaron oficinas, y portales y conventos.
El aire repartía cenagales
que apagaban las caricias y los besos de las madres.
Espacios enormes embarrados
sosteniendo la voluntad de nuestras piernas,
dominando desde su recia enredadera
hasta el azul tristísimo de tardes de domingo.
Pero siempre llueve en algún momento,
aunque demore y ya ni nos moleste
el olor a muerto de esta selva sepultada.
Siempre llueve y amanece,
y la luz y el agua revela en mis zapatos
la bondad de un nuevo lustre
y el arbitrio de sus pasos;
en mis manos las caricias albas
y el sol sobre las selvas sepultadas.

A lo mejor yo inventé la primavera.

***

… y sea la llegada de un poema
el hecho que nos salve
de la inacción,
del envilecimiento.

Francisco Caro

Hasta ayer todo era un mundo
tras los párpados.
Saliva de las horas
que enfilaban un aire sin frutos conocidos.
Las palabras soportaban el precio de los días,
de la espera incapaz y fatigada
y de regreso a un arcoíris tapiado de silencios.

Hasta ayer tan solo,
hasta hace apenas un cangilón de olvidos
miraba a la tristeza como a un ahorcado,
volviendo impreciso el corazón y la memoria
como si maquillando el asco
silenciara el reposo maloliente.

De pronto, como un gigante oculto,
inscribió su nombre el dolor en el espejo.
Los ojos ebrios del dolor sin los ruidos,
sin la cáscara febril y ensangrentados,
ceñidos de los surcos más indignos
de los que dispone la osadía de un hombre.

Desde ayer, la multitud acecha tras las cercas.
Extiende sus manos laceradas de miseria
y del hambre de los hijos.
Mira a los ojos como al pan de los altares,
como a la sangre mira de un dios repatriado.

Y es como ayer que, regresando, muestra
el labio perfecto de la muerte, de la herida
y de la voz de las arengas. El lenguaje muestra
de un horror sin diccionario:

Que no se oiga el llanto.
Que tan solo el estallido de misiles
sustenten las bocas restañadas;
que vuelvan sus nucas los sumisos al estrépito;
que la casa sea el sepulcro,
que las llamas purguen las escuelas,
que rueden las placentas por el cieno
y la furia germine en las iglesias
Que en los hospitales acechen los presbíteros
con el sacramento de la sangre entre los muslos;
que solo permanezca en pie
el secreto de los úteros sin dueño.
Que engañar no devengue plusvalías
y apiadarse sea una afrenta.
Que los cuerpos de los niños, que las risas,
el aire que incansable les ciñera,
se procesen en las plantas de residuos,
y se abonen después con su extravío
los eriales de cobre y exterminio.

Dormimos.
Después del vino y de la carne
satisfechos de arrogancia,
dormitamos de indiferencia coral,
de desinterés innumerable.

Dormimos;
amamantados, occidentales, comulgados.
Yacemos sobre un lecho liberal,
socialdemócrata y cristiano.

Bebimos el narcótico
del mismo dios comunista y dominado.

Dormimos,
codiciosos, bronceados,
dormimos
con los pies y el pan sobre la mesa,
con la idiotez omnipresente,
con el horror amodorrado por satélite.

***

Y todos decís no reconocerme…
no… es que nunca me habíais conocido.

Mario Míguez

Cuando yo era un niño tenía un nombre,
pero pocos eran los que me nombraban.
Por eso incesantemente me palpaba el cuerpo,
me pellizcaba el brazo, abofeteaba mis mejillas
o buscaba mi reflejo en los cristales.
Yo creo que sí existía,
porque los ojos del reflejo miraban a mis ojos
y sus labios me nombraban y decían muy bajito:
¿eres tú el niño de las palabras apagadas?
¿el que deja caer la voz por un cordel
y tiene las manos inundadas de arena?
Por eso sé que sí existía,
y porque camino de la escuela
agotadas las miradas hacia atrás,
vaciaba la arena tras mis pasos
construyendo una prolongación hasta esa isla
donde el agua brotaba magnífica y templada.
Cuando yo era un niño sentía pudor de mis fronteras
y buscaba un razonable bienestar en la de otros,
pero el precio quebraba el ángel de cristal
que asumía la lluvia
como un náufrago el mar.

***

Mi ignorancia luminosa
es el sol
que amanece como tú en mi seno

Clara Janés

Si supiera un idioma
donde el pecho signifique
paz sea conmigo,
como ahora que reposa
leal mi cabeza
en tus orillas.
Si pudiera rezar
como recé de niño y
eludir rodar por el vacío,
con el miedo apretado
en severa admonición
entre la sien y la almohada.
Si supiera una oración,
un dios te salve garganta,
un llena eres de rabia
que espetarles a los culpables
de la voz llena de sal
y la tristeza en las coderas.
Si supiera unir
el desesperado grito
del viento y la corola,
del niño y los abrazos,
del pan y la ceniza,
del cero y las esferas;
si abrasara el mundo un silencio vegetal
como alimento,
entonces
sólo Dios sería el enigma.

—————————————

Autor: Antonio Solano. Título: Los motivos del ventrílocuo. Editorial: Niña Loba. Venta: Todostuslibros.

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