La editorial Averso ha reunido los poemas escritos por Victoriano Crémer a lo largo de 80 años. Como afirma José Enrique Martínez en el prólogo de la presente antología: “Crémer fue desde el principio, mentor y ejemplo práctico del proceso de rehumanización de la lírica de posguerra. Su poesía fue, siempre, un compromiso asumido con la realidad y con el hombre en su totalidad”.
En Zenda reproducimos cinco poemas de la antología Los nombres sencillos de las cosas (Averso), de Victoriano Crémer.
***
Hombre habitado
Yo era un larguísimo corredor vacío;
asediadas de sombras mis paredes
en un abrazo desolado y yerto
de último adiós, sin esperanzas, mudo.
¡Oh, pasos resonados en lo hondo,
pasos tan sólo; fantasmal quejumbre!
Suspiros rebotados; inconcretos
deseos de nacer de un alma en vilo.
A mi quieto silencio no llegaba
el eco alucinado de la estrella.
La soledad tan sólo y el vacío
estirando mi piel hasta confines
donde, a veces, el pájaro de goma
se clava, en la avidez de su ceguera.
Mi resonante soledad sin norma:
ajena al viento, extraña al mar gimiendo;
inútil soledad deshabitada;
cáscara huérfana de gajos divinales.
¿Por qué soles y vientos y palabras?
¿Por qué espumas y pájaros y flores?
¿El Hombre es en sí mismo fango y nube?
¿Y sin él no aletea el Universo?
Lentamente, llamadas fulgurantes
ahíncan sus apremios en mi duelo.
Florece en mi dintel el nardo húmedo
y espadas amarillas lengüetean.
¡Oh, corredor vacío, violado
por ángeles de paz y de sosiego!…
¡Oh, largo espacio, desolado y mudo,
herido por el Verbo y por la Gracia!…
Plenitud de la sangre caudalosa
jugando a fecundar vértebras, venas…
Al fin tu planta, Dios, en mi silencio,
apretado de miedos como un bosque.
Tu eterna voz, sonando marinera
en mi vacío caracol humano.
Te siento así. Me siento por Tu peso.
Al fin soles y vientos y palabras
se espesan en mis sombras conmovidas
por Tu presencia en mí: Hombre Habitado…
Clarísima evidencia de mi alma
yo, el Hombre, cara al sol que centellea,
abandono mis nombres contra el suelo
que suena como un mundo abandonado.
Y me esgrimo a lo alto como un rayo
jubiloso entre nubes. Y me empino
tan cercano a Dios vivo que su aliento
me traspasa y me punza las entrañas.
¡Oh, plenitud de ser! Macizo goce.
¡Oh inmenso mar rompiéndose en mi frente!
(Sentirse gravitar sobre sí mismo
y, sin embargo leve, transparente, aéreo).
Te siento, sí, Me siento por tu peso.
Y soy en Ti porque tu voz me suena.
Porque tu fresco tacto derramado
desbordó las acequias de mi alma.
(De Tacto sonoro, 1944)
***
Evidencia
¿El Amor es tan sólo
el labio que le nombra;
una voz en la sangre
extrañamente amiga?
Su musical latido
como en la rosa crece
cósmicamente y se abre
tal un fruto celeste.
¿La Belleza transforma
su sencilla evidencia,
o los ojos persiguen
los perfiles remotos?
No es el día más claro
ni más lúcido el aire
porque la luz se envuelva
o a un dulce sol se rinda.
Claridad que nos viene
del oriente del alma,
cómo invades las cosas
y les das luz y forma…
Insospechadamente
el mundo se resume
y, definido, muestra
su claro ser, su esencia.
Adelanto la frente
a la lluvia y su gozo
me conmueve en un beso
profundo y sosegado.
La redondez del aire,
apenas si nacido
ya proclama su triunfo,
su invasión imprevista.
Y la sorpresa intacta
de la luz. Y la rosa
en el ingenuo alarde
de su perfecta cima…
Mundo fuerte y sencillo
con su pura belleza
cambiante, como el mar
remoto y milagroso.
Volver a los caminos
soñados, como vuelve
el desterrado un día:
con la Patria en el alma.
Virginales, los seres
avanzarán sus manos,
tocarán nuestros labios
y el verbo se hará flor.
Y diremos los nombres
sencillos de las cosas
con la voz de los árboles
y el ritmo de los ríos.
Cantaremos: Amor,
y Noche y Rosa y Viento,
dejando que los astros
y el corazón recreen.
Y gritaremos: Monte
y Mar, Cielo, Esperanza,
como las caracolas,
tristemente lejanos.
Y soñaremos: Vida,
Libertad, Muerte, Deseo,
sin pétalos retóricos
ni palomas cansadas.
Y rezaremos: Dios.
Así, sencillamente.
Como a un buen padre llama
el hijo abandonado.
(De Las horas perdidas, 1949)
***
Canción para dormir a un niño pobre
Ángeles con espadas
custodian el aire.
Un toro de sombra
mugiendo en los árboles.
—Madre, tengo miedo
del aire.
Mira las estrellas.
Aún no son de nadie;
ni son del Obispo
ni son del Alcalde.
—Madre, quiero una
que hable.
Patitas de cabra
siguen vacilantes
al osito blanco
de la luna errante.
—Madre, quiero un oso
que baile.
Pandero de harina:
lana en el estanque.
Las cinco cabrillas
sin cesar, tocándole.
—Madre, se me hielan
las carnes.
Floridas de escarcha
ya son como panes.
La aurora las dora
y acorteza el aire.
—Madre, no te oigo.
¡Tengo hambre!
¡Uuuuuuh!… Duerme, mi niño,
que viene el aire
y se lleva a los niños
que tienen hambre.
(De Nuevos cantos de vida y esperanza, 1952)
***
Contemplación del tiempo
Contemplo lo pasado y no me asusta
soñar en el futuro y comprenderle,
que es mucha vida navegante
en soledad bajo los puentes.
Un año más importa si es camino
que va hacia nunca y de la nada viene
si registra la huella que dejamos
al paso y permanece.
Somos años, caminos, puentes, sueños
consumidos de amor, lluviosamente
metidos en la tierra,
anónima simiente.
La soledad, que es tiempo que medimos,
nos acompaña sin tristeza y siente
la azul gravitación de la esperanza,
por todos los años de los años…
Siempre.
(De Última instancia, 1984)
***
Para el aire
Una vez fui joven
y las gloriosas golondrinas
sostenían el vuelo.
Con tanto cielo sobre mí
coloqué alma y más alma en el camino
y esperé el paso
de los bueyes sagrados
que transportan
amor entre las piedras.
Seguro ya de los destellos
de mis sangres resonantes
me acogí a la sombra
enamorada que el viento
hacía crujir…
Me sentí distinto
al que fuera antes de amar
y tan leve como el soplo
de un dios vacante
en el aire,
por el aire,
ay, para el aire…
(De El último jinete, 2008)
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Autor: Victoriano Crémer. Título: Los nombres sencillos de las cosas. Antología poética (1928-2008). Editorial: Averso. Venta: Todos tus libros.
BIO
Nacido en Burgos en 1907, Victoriano Crémer pronto se traslada con su familia a León, donde desarrolla, hasta su muerte en 2009, su tarea literaria. Terminada la Guerra Civil, comienza su vida profesional ligada al mundo periodístico y editorial. En 1944 cofunda y dirige la revista Espadaña, que orienta la poesía de posguerra española en un sentido humanista. Ese mismo año aparece su poemario Tacto sonoro, al cual seguirán Caminos de mi sangre (1947) y La espada y la pared (1949), donde el poeta refleja la angustia existencial, el dolor humano y la problemática social. En 1952 publica Nuevos cantos de vida y esperanza, libro que le otorga gran renombre nacional. El amor y la sangre (1966), Última instancia (1984), La escondida senda (1993) o El Último jinete (2008) son algunos de los libros más destacados de su dilatada trayectoria poética. Reconocido con el Premio Boscán (1951), el Premio Nacional de Poesía (1963), el Premio de las Letras de Castilla y León (1994) o el Premio Jaime Gil de Biedma (2008), la poesía de Crémer ahonda en el hombre y su preocupación vital.
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