Este poemario es una catábasis, un descenso a los infiernos en busca de luz, un viaje de ida y vuelta hasta Marte a través de hospitales y clínicas, un reconocimiento del poder de la poesía para dar sentido a la realidad. En definitiva, un libro coral en el que el yo lírico se desdobla en el nosotros de muchas familias que atraviesan procesos de enfermedad, rehabilitación y discapacidad.
En Zenda ofrecemos cinco poemas de Los sueños aéreos (La fea burguesía), de Jesús Montoya Juárez.
***
Viaje a Marte
Tenemos la sensación de ir dejando la Tierra poco a poco.
Como en un viaje a Marte.
Es raro. O más que eso.
El planeta rojo no se ve, oculto, tal vez detrás de la cara vista de una luna que se ríe sin mirarnos.
El planeta rojo es invisible.
Solo queda el espacio flotando a nuestro lado.
Silencios siderales de estrellas diminutas, parpadeando,
y nuestras voces, en algodón y cloroformo,
amordazadas, sin eco.
Luego se puede ver la Tierra, ahí abajo,
tan redonda, o ahuevada, o como sea nuestra hermosa Tierra sin países,
una bola amorfa y querida yéndose
(o quedándose)
despacio.
Nada ata nuestros pies en la ingravidez del espacio, pero, por alguna razón,
las miradas se detienen en aquello que se pierde,
esa Tierra nuestra, a la que, por vez primera caemos en la cuenta,
nunca regresaremos.
Nuestro destino es Marte. Con sus cráteres. Solo eso.
La Tierra será una mota de polvo, una migaja
de carbono, lentilla de nitrógeno y oxígeno casi transparente.
Nosotros estaremos en este viaje a Marte sin retorno.
Nuestras vidas,
proyectiles de una catapulta silenciosa,
son extraños en el viaje a Marte.
Tras haber despegado,
ahora,
en la inmensa soledad de este océano vacío,
comprobamos con horror fascinante que nada hay útil en este movimiento,
que todo habrá de ser aprendido de nuevo,
inventado de nuevo.
No sabemos de quién fue la idea.
Probablemente, fue él quien la tuvo.
Nada importa: Marte nos espera.
O algo que es aún más lejos.
El espacio. Solo eso.
Quería deciros que ya estamos viajando.
No os extrañe si no nos encontráis donde siempre.
Lo sentimos: no podíamos quedarnos.
Tuvimos que partir
en su busca
y ahora estamos aquí, despiertos, oyéndolo roncar,
suavemente,
en el centro del universo,
entre cables y máquinas,
atravesando el frío del silencio negro.
Si unas noches saltan en otras, como blandos animales de agua,
este poema prefigura toda la oscuridad.
Son los primeros días del mes de mayo
y el mundo ya no existe.
***
VII
Para Khalid
(Puerta de la UCI pediátrica. 4.00 a.m.)
Una luz blanquecina nos recibe
al salir de la UCI.
Nos miramos,
ambos de pie, enfrentados,
y vemos nuestra cara reflejada
en el rostro del otro.
Dos Sísifos que empujan
una roca imposible dentro de la garganta.
Cuatro dedos que pulsan
nerviosos un teléfono.
Cuatro pies que conocen
que doscientas baldosas componen el pasillo
de la segunda planta,
que el rumor de las máquinas es igual al silencio
frío en los hospitales,
que afuera alguna sombra
apura un cigarrillo
por esta noche huérfana de arañas y de gatos.
Nos miramos, como dos camareros
observando con lástima
al último cliente en la hora del cierre.
No nos decimos nada.
Se ha acabado la tregua.
El insomnio te aguarda.
Empujas esa puerta.
Entras de nuevo al box, pero te quedas
también en el pasillo.
Él se queda: algo suyo
entra también contigo.
***
Whitman
(poema de amor)
A Natalia.
«Divina Poesía,
tú de la soledad habitadora».Andrés Bello.
La diosa Poesía no vino a socorrerte
en las horas oscuras en que, con Pizarnik,
quisiste fabricar una escala de venas
y huir al otro lado de la noche.
No llegó con la voz de Dylan Thomas
a decir que la muerte no tendría
dominio sobre él.
No vinieron las olas de los versos de Bécquer
a envolverte entre sábanas de espuma
cuando la primavera
no trajo aquel milagro que le negó a Machado,
sino los golpes tan fuertes que Vallejo intuyó.
Si, con Brines, temiste
verlo partir un día de la vida que amaste,
no lograste quemar, junto a Gelman, el miedo,
ni aprendiste, con Dickinson,
a vivir por encima del valor.
En medio de un verano de calor delirante,
ninguno de tus libros te ofrecía cobijo,
ninguno de sus versos supo hablar para ti.
Mas hubo poesía pese a todo.
La hubo: no se puede
vivir sin poesía.
Al acabar el turno y regresar a casa,
su voz,
sobre las azoteas de esta ciudad amarilla,
llegando hasta tu oído para que tú creyeras.
Sin más razonamiento, sin ningún silogismo,
cuando todo ha caído,
llegaba su llamada cada tarde.
Tú tirado en la cama,
el presente pendiendo de un hilo de nailon.
Su voz,
como de aloe vera cuando el viento quemaba,
atravesando el hielo
—la costra de tu alma—,
flotando en el espacio, como una sonda a Marte
para ir en su busca.
Tu esposa y madre de tu hijo dormido.
Hablándole. Hablándote.
Ella viendo una luz donde solo hay vacío.
Los tres en un ensueño a través del teléfono,
queriendo hacer real cada mínimo gesto.
Su voz:
un caramelo húmedo en el verano,
liberando los nudos que cosen la garganta,
abriéndote un camino detrás de la derrota
a ese mundo imposible
que no existe en los mapas que guían a los médicos.
Divina poesía.
Por eso estás aquí.
Por ella has peleado.
Con ella seguirás escribiendo tu línea
del poderoso drama
que imaginaba Whitman.
***
Dédalo
¿Qué has de hacer si el mañana
regresa a ajustar cuentas?
Dime:
¿qué harás entonces
para encerrar el terror?
¿Fabricar laberintos?
¿Exiliarte de Cnosos a una isla remota?
¿Imaginar un monstruo
que defienda las puertas de esta ingrata ciudad?
¿Construir un tablado, comido por los celos,
para que bailen juntos Teseo y Ariadna?
¿Ayudar a Pasífae a engendrar a Asterión?
¿Es todo lo que resta
acaso el vertedero de tu orgullo?
¿Qué has de hacer si este sol
no os devuelve el futuro
que tanto has deseado?
¿Inventar una isla donde enterrar las lágrimas
que llevarán su nombre?
¿Cómo podrás seguir tu viaje hasta Sicilia
para escapar de Creta después de eso?
¿Cómo servir a Apolo?
¿Edificando un templo
que luego será pasto de la ruina?
¿Merecerás el nombre de ingeniero
si luego se derrumba?
¿Dónde te esconderás
hasta olvidar tu obra
y que esta a su vez sea
olvidada por todos los aqueos?
¿Podrás sobrevivir a toda esa nostalgia?
¿Habría sido escrito este poema
si no mañana nunca,
tú, escombro, tú, desecho
de toda arquitectura?
***
Proyecto de vida
(Un año después)
Si alguna vez te arrastra la marea
a las costas de Icaria en tu naufragio,
y se posan tus pies en sus remotas
playas de arena clara,
detente ante ese templo,
en cuyo frontispicio
se leen estas palabras que otro padre
escribió para ti:
Ahí tienes a tu hijo.
Cuídalo.
Constrúyele unas alas.
Protégelo del sol.
No dejes que sus labios acaricien
la palabra ´abandono´.
Que vuele sobre el mar
toda una larga vida.
Que sean celebrados unos juegos
por cada uno de sus éxitos,
y brindes con los tuyos cada día
por sus sueños aéreos.
Que, cuando seas anciano,
sostenga tu cabeza entre sus manos
como tuviste tú
que hacerlo con tu padre.
Que sean sus bellos ojos
lo último que veas.
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Autor: Jesús Montoya Juárez. Título: Los sueños aéreos. Editorial: La Fea Burguesía. Venta: Todostuslibros.
BIO
Jesús Montoya Juárez (1979) es Profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Murcia. Se crio y estudió en Granada, y en su Universidad se doctoró con una tesis sobre las relaciones entre literatura, tecnología y cultura de masas en el Río de la Plata. Ha publicado los libros de cuentos Historias de otros (Adhara, 2006) y El tiempo real (Boria, 2020), los ensayos Narrativas del simulacro (Editum, 2013) y Mario Levrero para armar (Trilce, 2013), y diversos volúmenes colectivos de ensayo, como Entre lo local y lo global (Iberoamericana, 2008) Literatura más allá de la nación (Iberoamericana, 2011) o Territorios del presente (Peter Lang, 2017). Relatos y poemas del autor han aparecido en antologías, revistas y fanzines como Letra Clara, PenúltiMa, El coloquio de los perros o Manifiesto Azul. Dirige la revista académica Monteagudo: Revista de Literatura Española, Hispanoamericana y Teoría de la Literatura, en la Universidad de Murcia y colabora como reseñista en medios como La Verdad de Murcia y Eldiario.es/murcia. Los sueños aéreos (La Fea Burguesía, 2024) es su primer poemario.
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