“Luis Feria se ha convertido en lo que se ha dado en llamar un poeta de culto, es decir, en un escritor sumamente apreciado por todos los que, de boca a oreja, han ido ampliando la lista de sus lectores devotos que, transcurridos veinticinco años de su muerte, le recuerdan y releen. Sus versos y su prosa, al menos lo editado, tienen ese algo tan reconocible, luminosamente transmisible y abrazadoramente poético que provoca el poderoso eco de su escritura, sincera y misteriosa y múltiple, producto de una refinada elaboración, es decir, de la literatura.
Salvo que uno sea futurólogo o practique el fanfarroneo de solapa editorial, es imposible saber la pervivencia de su obra, el lugar que acabará ocupando, por ejemplo, en los manuales de la historia literaria. Lo que sí se puede comprobar con facilidad, hoy por hoy e incluso por mañana, es que su escritura se mantiene sólida y arraigada. Y eso, en el torbellino diario de publicaciones que zarandean nuestra atención, es la prueba de que tenemos Luis Feria para muy largo rato”. Antonio Álvarez de la Rosa
Zenda comparte cinco poemas de Luis Feria.
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Tiempo de amor
Este tiempo de amor nunca termine.
No lo empañe el olvido con su óxido;
debe quedar intacto hasta la muerte
lo que nació inmortal como el sonido.
Este tiempo de luz alguien lo salve;
lo arranque alguien de este precipicio
al que se aboca ya desde que alienta.
Que alguien corte la amarra y vaya suelto
del tiempo, a la deriva, hasta la playa donde
no lo fulmine el rayo a pesar suyo,
no lo desgaste el tiempo como a un día.
(de Conciencia, 1962)
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El pajarito
Para Antonio Álvarez de la Rosa
AL dichoso pajarito le hubiéramos retorcido el pescuezo. Rompíamos el jarrón dorado con dragones, crisantemos y otros floripondios y, aunque escondíamos bien los pedazos, los encontraban enseguida.
Si tirábamos sobre el armario la comida que no nos gustaba, después de hacerla bolitas y envolverla en papel de periódico, lo mismo. Cuando le pegábamos coces a la gata tuerta, que salía tarifando, o bailábamos un zapateado a lo Fred Astaire sobre el sofá nuevo, hasta que rechinaban los muelles, también se enteraban. O de que bañásemos a las gallinas donde lavaban la ropa blanca, a ver si con el añil ponían los huevos azules.
Y todo lo sabían por el pajarito. Daba la impresión de que nos seguía por todas partes sin que lo viéramos y luego iba con el cuento.
Salíamos al jardín furiosos, decididos a arreglar el asunto como fuera. Pero entre el desbarajuste de pájaros que frecuentaban los alrededores, cualquiera distinguía al soplón.
Y como al vernos nos contaban tantas cosas de viajes y aventuras, nos ponían el ala sobre el hombro conciliadores, y además ya iba para seis años que éramos amigos, terminábamos por perdonar al desconocido culpable y marcharnos con ellos, aunque remolones y mosqueados y mirándolos de reojo, de vez en cuando, a ver si alguno se delataba.
(De Dinde, 1983)
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Gorrión
Guerrita, cago en diez, vaya intemperie,
ni jergón ni piltrafa, racha mala,
qué perra esta cuaresma, qué gazuza.
Pero no andes ruando; ya verás:
el pan del peregrino, la posada del pobre,
una mata de haba del pesebre.
Y ahora ven y acurrúcate aquí, entre mi pecho,
ten rejo, no te amusties, torea como un hombre,
cuitadiño, ea, bah, ea, ea,
hay días a la contra y qué has de hacer.
(De Casa común, 1991)
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Cucaracha
No tomes más café, que así te has puesto,
sudanesa, tan esparrancada,
del sumidero al comedor,
de los garbanzos al sofá mellado.
Borrachuza, te juegas tu futuro:
todas las alpargatas, las escobas,
y los insecticidas,
te persiguen, te acosan, te desloman,
cuando asomas tu antena precavida
bajo una losa, dentro de un armario.
Pero tú ganas, al menor descuido
burlas el cerco, y toda velocípeda
te escabulles por cualquier rendija
sin dejar dirección, adiós muy buenas.
(De Bestiario, 1999)
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El poeta
Es una enorme fe, es ver
donde no hay, crear
donde nadie se atreve, o mirar siempre
con pupila tan cercana al cielo
que las cosas sucedan
como él ya las vio, y oír la música del mundo
viniendo de su origen, de aún más lejos
que lo que el hombre alcanza.
Tropezar dos veces en la misma piedra
esperando a la próxima llegar a ser amigos,
cantarlo todo sin saber por qué,
quitarles a las cosas la piel dura que tienen
y ver qué hay escrito dentro,
hablar con alguien porque lo necesita,
acercarse a la gente con la mano tendida
aunque tal vez no entienda,
inventarle a las cosas nombres nuevos,
quitarles la fatiga de verse siempre iguales,
sujetas a costumbre y a tedio
tan profundos
que ni se preguntan.
Poeta es buscar día a día respuestas a las dudas,
encontrar alegría para irla tirando
hasta que llegue la última llamada,
regalar lo que uno no tiene
porque se siente rico sin tener nada,
ir construyendo castillos piedra a piedra
y apuntalarlos luego
con sangre y esperanzas
para que no se caigan,
dejando una puerta siempre abierta
y una mesa con pan
para que entren los hombres de buena voluntad,
una ventana al frente para todos
los que quieran tocar, y el corazón al fondo
contestando que pasen.
No se sabe si nace o se va haciendo,
pero debemos intentarlo cada día.
(Inédito)
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Inentendible…..
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