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5 poemas de Luis Miguel Rabanal

5 poemas de Luis Miguel Rabanal

Luis Miguel Rabanal es un poeta y narrador leonés (Riello, 1957) afincado en Avilés (Asturias).Que llueva siempre es un gran libro que además cierra la trilogía Postrimerías, de la que forman parte Los poemas de Horacio E. Cluck y Matar el tiempo. Con este poemario se sumerge aún más si cabe en ese otoño existencial que tanto persiguen los grandes poetas. Y con Horacio cabe recordar “que no porque el hombre salga de su casa sale de sí mismo”. Es una poesía (no)vitalista que ahonda en las fuentes de inspiración, se bate el cobre con el lenguaje y nos hace familiarizarnos con su tierra. Poemas que no pasarán inadvertidos ni dejarán indiferentes a las personas lectoras que se acerquen a ellos. Una poesía para no olvidar.

Zenda reproduce 5 poemas de Luis Miguel Rabanal incluidos en Que llueva siempre.

UN HOMBRE QUE DICE ADIÓS

A nadie le convence su rostro estropeado
por las brumas agoreras del último invierno.
Nadie conversa con él de las muchachas desvestidas
y de los libros sin un porqué discernible.
Es el apestado que sobrevive a su propia
y profunda mala suerte.

No hay otro procedimiento que verle llorar
cuando se esconde
al paso del amigo, después frota sus ojos
y sobrevendrá la noche.
Si quisiésemos podríamos golpearlo sin dolor,
con solo hacer burla de sus piernas que no existen
tampoco o con susurrarle al oído un nombre de niño
sofocado, y ya estaría en nuestro poder su vida.
Es el enfermo que sonríe pues algo macera su corazón
y lo extenúa, lo mismo que una contienda exagerada
con el desangelado dragón de la memoria.
Si pudiese ofrecernos su explicación nos hablaría
de países que limitan al norte
con su sangre, de la Tejera
y Ceide, de los muertos que se le han adelantado
en ese tranvía casi fantasma que toman los adivinos
para mejor destruirlo todo cuando vienen.

No grita su pesar, únicamente dice adiós
a quien merodea su desidia,
se levanta entre pausas y murmura
un nombre: M. bañado en lágrimas.

Sin embargo no desea nada, ni el abandono
que es justo y acertado buscar al final de un viaje,
ni los labios más rojos que el amor ha dibujado
una tarde para él, sin vergüenza y sin el inmundo
oficio de los cuerpos.

Es el personaje que tose desde su silla
ensangrentada y tiene mucho, mucho, mucho frío.
Nos ha mirado con pena y nos señala
por casualidad las flores.

VIEJAS CONDUCTAS

Se narran cosas acerca de su vida
que no carecen de similitud con lo que acontece
a diario
en los pasillos de hospital donde curan la gangrena
y el odio, donde le ofrecen agua turbia para secar
su sed que es el universo simple de los aterrorizados
y de los agonizantes que suplican a voces les dejen
a solas con la muerte.

Hubo días también de felicidad.
Recuerda las dulcísimas flores
de agosto, y cree vivir despojado de tanto
entusiasmo cuando escucha sonar las lentas horas
del reloj detenido.
Recuerda a una mujer que le hablaba de luchas
con la sangre y de jóvenes hostigados
por la sombra de la tristeza,
de campos de nieve helada que retoman
la leyenda de un niño indefenso llorando
porque alguien se muere de una enfermedad horrible.

La verdad no está escrita y se inclina
para verla estratificada en su memoria, pasto
tétrico donde juegan al póquer muchachos,
y se esconde en las tenadas para que él
no la prevenga.

Todavía se yerguen en su lugar los arbustos.
El verano de la niñez le trae el sonido de la música
y detrás de las tapias los primeros besos
en el paladar con asombro.
Ahora reflexiona en su habitación de los condenados
con un volumen de Prévert adormeciéndolo
con formidable lentitud,
y de todo aquello perdura solamente el escalofrío
y la exacta dentellada del lunático
que clama cerca de él
pidiendo auxilio para su fuego.

Exigiéndole a la noche sordidez
y más daño aún.

EL DESEO DE ANDAR

Fragmentos de médula arrojados al azar por un búho.
Porque escuecen los brazos y el pequeño espera
que tu amor se levante con él y camine tranquilo
por la casa.
Nada es como parece, se crea la luz como se crea
un sollozo y llegan secuaces
a sufrir la exagerada luz contigo.
Pobre diablo que tose y gesticula para que le dejen reír
los ruines ñuberos, para que el vodka abrase
la garganta con sumo gusto
y no sobrevenga más la noche.

Sueñas tu parálisis desde tantos años atrás y acuden
de improviso a tu memoria las sombras,
sombras que proporcionan curiosa compañía
si no buscas su desnudez entregada
a otra persona, y me cuentas
que te va bien y que el sudor es objeto de intercambio
para que al alba huya el niño rubio del disfraz.
Merece la pena perder un poquitín el tiempo.

Además de la lluvia se te suben al rostro tapires
y algún vestigio
de cuanto se extravió en tus cajas de atesorar
recuerdos con urgencia.

Todo está aquí, en tu corazón destartalado
que no interpreta bien
el signo de su enojo y escribe en el papel letras
de colores
para seducir a la destrucción en lo posible.
Para abrir de par en par esa diminuta pupila
que explica el deterioro de los cuerpos hurtados
al olvido,
o casi a la decrepitud.
Fragmentos de médula, sí, pero esta vez
arrojados por un mago al fuego de la noche.
Clávame tus uñas, maldito envenenador, y dime
que me quieres.

RECUENTO DE MORDAZAS

Los labios partidos por alguien que aspiraba
a ser urgentemente campeón de esgrima,
la sangre preciosa de las mujeres cuando erraban
su camino y de tanto sollozar las presuponíamos sucias.
Las palabras sensatas de quien más te quería
y con bastante aprensión te golpeaba lo imprescindible
solo, tú qué sabes de aquel desbarajuste,
atontado.

Las veces que perdimos el tiempo arañando proyectos
descabellados y posibles, subir a la luna en un cerrar
de ojos y allí quedarnos tan campantes, invadir países
con muy poco esfuerzo, aprobarlas todas.

En ocasiones se encuentra la realidad sobre una mesa
soñando que se sueña no sin cierta argumentación,
los párpados abiertos y ardiendo las axilas, muchachos
de vuelta de la fiesta inenarrable de Oterico,
y tú, como si nada, atento únicamente a tus visiones.

Los miembros del cuerpo postergados a servir de estorbo
si un día nos llegase el temblor de guarecer
dentro de su boca gusanos.
El amor, ese tormento que no viene más.
Las enormes azadas con que escarban el suelo
cerca de nuestra casa cada invierno y, de noche,
se escuchan linternas, o son niñas de vientre hendido
por un grandioso rayo escarlata.

Las grietas profundas de las cosas, si acaso.

LA CULPA

Si hubiera encontrado la parte de verdad
que corresponde al entusiasmo,
el que subyace en la queja como espada
colmada de herrumbre y con niños abrazados a su furia.
Si cuando menos tuviera para ti un momento
de virtud, eclipsada por la abulia tal vez,
y cuerpos premiosos que ofrecen
su deseo y se arrojan las inmensas toallas
y lagartos muy tiernos.

Presumiblemente el tiempo nos remitiría
papeles donde desprestigiar el embuste, es decir,
este abandonado ámbito en que yaces desde la renuncia
o los árboles secos, esta melodía del adiós que arranca
y termina de una sola dentellada del tigre que más amas.
Casi todo ha sido proferido en tu descrédito.
Y en cambio a tu rostro hoy le abandonan
las sendas del otoño y los lugares saturados de espíritus,
tan magníficos en su connivencia para recordar
tiempos mejores, tan dados a retrasar el porvenir,
o de nada se ha enterado el hombre ceñudo.

No comprendes que el final, el verdadero
final, es un paisaje arrancado de tus ojos,
un niño que te mira y se parece a tu niño, un barco
que en la Ría cumple con su oficio de perseverar
en lo grotesco de la noche.

La culpa la tuvo el chachachá, sin duda.

Quiero pensar que tú lo sabías, por lo menos
esta agitación que producen
el arrepentimiento y la malaria y las mujeres
pretenciosas, pues si no estaría dispuesto a dimitir
de mi privilegiado mirador, mejor me callo,
tú me conoces.

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Autor: Luis Miguel Rabanal. Título: Que llueva siempre. Editorial: Huerga y Fierro. Venta: Todostuslibros y Amazon 

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