La mala conciencia, el poemario de Mario Vega, ha sido reconocido con el premio València Nova. Zenda ofrece a sus lectores 5 poemas del libro.
LOS HEREDEROS
Los hijos de la noche,
herederos del día por venir,
ahora somos ángeles caídos.
Suenan en nuestros cráneos los cañones
del nuevo amanecer
y avanzamos calados por la lluvia
de regreso al hogar.
Nosotros no perdimos el Edén,
ni vimos el abismo.
Con la cabeza gacha
el padre nos espera en el salón
de alfombra y chimenea,
el desayuno hecho, y aún peor:
la comprensión y en la mirada celos
de tanta rebeldía adolescente.
ORACIÓN DE PENÉLOPE
Toda el agua del mar
para calmar la sed de los que viven
más allá de la orilla.
Aquí las rocas y mi cuerpo frente
a las rocas de Léucade
donde suelo gozar la libertad.
Antes gozaba a plena luz del día
más de cincuenta amantes —eran días
como la vida largos— sin amar a ninguno.
Pero llegó la noche y con ella la muerte,
la vida fue otra vez una mentira
y la noche fue eterna.
Sus ojos son oscuros, y su lengua
ha rozado la lengua gruesa y blanca
de la sombra del Érebo.
Sus manos se tiñeron del color
del bronce y de su rostro.
Le temo, yo le temo
cerradas ya las puertas de palacio
donde mi cuerpo es suyo y mi voz
ya nunca pide auxilio, pues los ruegos,
los gritos y palabras son grilletes
y a él le satisfacen.
Ya no sé qué es condena, ni qué absolución
aunque las dos me atan a estas rocas.
Yo vivo en una sola y gran oscuridad,
mi vida tiene dueño: es un hombre
y no los inmortales.
Las olas siempre vuelven a la playa,
igual que el pájaro en los meses cálidos,
pero no quise nunca su regreso,
pedí que su camino fuera largo
y ahora pido que el aire me abandone
y no regrese nunca.
Que los dioses concedan mi plegaria.
AMOR DE MUCHAS HORAS
Porque son demasiados los momentos
entre el conflicto y la necesidad
dices que nuestra vida juntos tiene
un secreto rencor.
Porque la edad pasó
y ya no tanteamos en los bares
una serena paz en el placer
de no comprometerse.
Porque llegar a casa sin paraguas
y aún menos sin trabajo,
herido por el día con la compra
y esta tristeza enorme
se hace sencillo y grato en esa calma
tan intensa, lo mismo
que una exhalación
si me esperas despierta,
pues son todas las noches una noche
casi todas las noches
y son más de dos años cuando duele.
Porque no somos lo que fuimos siempre
y los días son horas
hoy vengo a hablar de amor
como si fuera la primera vez
y vengo despojado de mis armas
como un amante pobre.
Como todos los pobres, yo quisiera llevarte
lejos de incómodos curiosos donde
el mar se obstine en dar forma la arena
bajo un sol infinito
y recorrer contigo las ciudades
que tiempo atrás tuvieron otros nombres
de cansancio y derrota.
Quiero vivir contigo más allá
del oficio del lunes o la mansa
rutina del domingo, habitar
un país de fronteras limitadas
por la dicha común.
Pero nunca podremos existir
en los escaparates
cercados por un mar de palabras privadas
y un reflejo de asfalto y nubes sucias.
Nos irá bien, si nada tengo y nada
esperas tú de mí, según pasen los años
temperados de amor, como un final
de fiesta, liberados
de no sé qué otro amor pronto a olvidar
como un daño remoto.
Amor en abundancia para el pobre,
amor de muchas horas, recordando
este pacto de afecto inagotable.
LOS DESHEREDADOS
Marchan por callejones aún oscuros
antes de amanecer, entre cascotes
de fragmentados vidrios.
Expulsados del sueño de la vida
errando un día más hasta el trabajo.
Y vienen, van arriba;
abajo van y vienen
en las iguales y plomizas fábricas.
Dan gracias de ser libres
—qué hermosa es la mentira
si la verdad acaso no es más bella—
y vuelven sonrientes a sus bloques
de patios comunales.
El cielo queda sólo a cinco números,
un precio escaso para
vencer la insobornable soledad,
la larga tempestad de sus tribulaciones.
Se oye el rasguido de boletos rotos…
—aún no se ha secado la camisa—
¡Hay que ir a trabajar!
Salen de casa, vuelven,
ya sea hacia delante o hacia atrás,
no hay tiempo, irredimiblemente avanzan;
sea arriba o abajo,
no existe redención, se van hundiendo.
Da igual la hora, el día,
no hay ayer, no hay mañana:
el pasado no es digno de recuerdo,
el futuro ya no es una promesa.
Marchan por los oscuros callejones
entrada ya la noche, entre cascotes
de fragmentados vidrios.
Y sólo algo tienen en común:
la miseria en sus vidas.
Como un cortejo silencioso avanzan
errando un día más hasta el trabajo.
TIEMPO DE LO INCIERTO
El tiempo en que escribía estas líneas
era el tiempo del hambre,
estaba mal hablar de ello y cuando
uno decía cosas,
esas cosas que todos conocíamos,
se sentía mejor y otros por simpatía
se acercaban sintiéndose también
más justos y más buenos.
pero estaba muy mal —todos sabíamos—
decir aquellas cosas.
Para qué reprobar aquellas voces,
la ajena, la voz propia.
Soltábamos el lastre de las almas
como quien suelta un pájaro en otoño
y ve como se aleja hacia el ocaso
para buscar el sur.
Yo nada puedo hacer, este es mi mundo.
Los hombres buenos con la frente gacha
y voz plomiza proclamaron: solo
es un negocio, lo asumimos hoy
y mañana veremos.
Qué bien vivíamos, vivimos. Era
la edad de la sonrisa
y los televisores.
Nosotros no callamos, pero nada dijimos.
Hambre hoy al clamor de los hambrientos
ensordecido por la voz clamando
al hombre: ¡Resistid!
La mente exhausta, el ceñidor atado
reventando de nada. Muerto el amo…
ya no quedo más rabia
para desafiar al heredero.
Hoy hambre, resistid, pero en silencio.
Mañana paz.
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Autor: Mario Vega. Título: La mala conciencia. Editorial: Hiperión. Venta: Página web de la editorial
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