Nika Turbiná fue una poeta y actriz soviética, nacida en 1974 en Yalta, Ucrania. Comenzó a escribir poesía a la edad de seis años y publicó su primer libro en 1984, con diez. Una grabación de ella recitando sus poemas vendió más de treinta mil copias en la entonces Unión Soviética. A los 11 años alcanzó la cima al obtener El León de Oro en el Festival Internacional de Poesía de Venecia, premio que sólo había ganado otra rusa: Anna Ajmátova. Sobre Turbiná escribían en los diarios, la invitaban a los programas de televisión y a los festivales donde recitaba junto a los poetas consagrados, hizo giras por todo el país acompañada por su abuela. Supo cautivar al auditorio con su voz que transparentaba una seguridad amarga y trágica. Hoy es considerada una escritora mítica, muchas veces comparada con Rimbaud por la precocidad y genialidad de su escritura. Murió en Moscú en 2002 saltando de un balcón del quinto piso de un edificio a los 27 años, luego de pasar sus últimos años prácticamente recluida, sin mostrar sus escritos a nadie. Presentamos una selección de poema traducidos por Natalia Litvinova y que aparecen en la antología La infancia huyó de mí, publicada por la editorial Llantén.
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La voz
Por las avenidas del parque,
como una canica de cristal,
tu voz vibrante
se me adelanta.
Corre por los techos,
entre las hojas,
en el susurro del otoño
encuentra su música.
Frena de golpe
junto a ese banco
donde hay
un farol roto.
La risa de tu canica de cristal
lanza chispas
y de pronto el farol roto
se ilumina.
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El nacimiento del poema
Son pesados mis poemas:
piedras cuesta arriba.
Las llevaré
hasta el pie del monte,
caeré con el rostro en la hierba
no habrá lágrimas suficientes.
Romperé la estrofa
y llorará el verso.
La ortiga
se clavará con dolor
en mi mano.
La amargura del día
se convertirá en palabras.
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Mis poemas
Mis poemas se parecen
a un manojo de hilos
enredados por un niño.
Por la mañana intento
separarlos en hermosos ovillos.
¡Pero qué tarea absurda!
Ya al atardecer,
el piso, la pared, la calle, las casas,
todo confundido.
Mis poemas se parecen
a un largo manto de varios colores.
No, al camino
por el que haré rodar
mi ovillo, mi siglo…
Que un niño enrede los hilos,
no es posible ir por un camino recto.
Y con sólo un color no se puede
llenar el mundo entero.
Que mis palabras sean un arcoíris.
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Los caballos en el campo
Los caballos en el campo,
el pasto alto.
Los caballos en el campo
bajo la luz de la madrugada.
El rocío corre rápido,
tiene que saciar toda la hierba
antes de que amanezca.
Los caballos en el campo,
el chasquido de sus cascos.
El relincho silencioso,
el roce de la montura.
El sol como un globo
alejándose de la Tierra,
tiende hacia las crines
sus dedos calientes.
Los caballos dejarán el campo
pero hasta la noche
en el pasto aplastado
quedarán las huellas
de sus cascos.
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La lluvia. La noche. La ventana rota
La lluvia. La noche. La ventana rota.
Y los trozos de cristal
congelados en el aire
como las hojas
que no alcanza el viento.
Y de pronto, el estrépito…
Exactamente así
se rompe la vida de una persona.
La magia de un cometa que pasa rápido y ya no vuelve
Sublime e inquieta
El arcoiris de la naturaleza, referente universal. Su vida y muerte como aviso y/o alarma planetaria.
«Llorar por algo, y aprovechar para llorar por todo». Resiliencia y el otro, como estudio y reto.
Hermosa poesia de Nika Turbiná