Perder naturaleza (ediciones Trea) es un libro que se coloca en la duración, es decir, ese difícil anclaje que procuran las cosas mientras suceden, cambian y siguen su inflexible trasformación. El tiempo como presupuesto abstracto de la existencia intenta hacerse tangible a través de la conexión entre pasado y presente, la narración mítica y la vivencia cotidiana, en un ejercicio que, pese a la conciencia de inaprensibilidad del instante, no renuncia a su sensación, análisis e imagen: habitar / la orilla, / representar / el agua. Por eso, las formas solo encuentran acomodo en lapsos muy breves, progresivos en algunas ocasiones pero a veces insertos en una red dislocada de enlaces. Los registros de las diferentes secciones se van sumando, a modo de pasadizos, para configurar una trama de tiempos donde resulta muy difícil, y casi algo sin sentido, encontrar un origen. Sin embargo, la memoria es el mecanismo que mueve ese impulso de atrapar las cosas y relaciones que acompañan y explican el paso de una vida.
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Pasaría el día aquí
haciendo todo lo que no quieres hacer
para que no tuvieras que hacerlo.
Esa es —me dices— la distancia
que nos separa del resto.
*
Y tú dijiste algo
del paisaje y yo pensé
que hablabas de mí
y te dije que tenía sed
y un largo camino por delante;
y tú que mejor moribundo,
que tiende a la recuperación;
y yo no entendía
cómo alguien sin agua
podía pronosticar
los cambios y el sentido;
sabía que calculabas
posibilidades en los caminos
y tu mundo era una caracola
que se acercaba hacía mí
pero se alejaba en el oído,
como la arena se desprende
del mar y anhela volver.
Todo era nuevo y tu prisa,
sin promesa, era el deseo.
*
LA VIRGEN EN CASA DE LA ABUELA
La loca de la escalera
de puertas para dentro,
le decían que estaba del nervio,
ahogada en su literalidad.
Daba cumplida cuenta
de lo que conducía
a su propia broza
y a la imposibilidad de un acuerdo.
Rumiaba convalecencia,
cada vez con menos tiempo,
cada día más lejos, de allí
no se regresa.
La virgen se paseaba
por casa mientras ella, inmóvil,
ojos fijos sobre las hojas
de incipientes rosales, esperaba
que algo aquietase
su inducida quietud.
Era una visitante
de un mundo a medio derruir.
Solo entraba en los detalles
para no salir de ellos.
Recitaba en lenguas
que rastreábamos —flexión
y derivaciones— y alimentaba
—suplantando lo orgánico—
nuestras presencias
cada vez más seniles. La imagen
de estuco acumulaba estambre
y gloria, como solo pueden hacer
los que se dan de baja del tiempo.
Nosotros barríamos alrededor.
*
De regreso,
faltos de intemperie,
hicimos que reluciera
lo que queríamos decir,
como objetos
que esperan
que los mires
y entiendas.
Se puede enfermar de esto:
creando gradaciones,
omitiendo referentes.
Lo mismo
que ante un cuadro
pero con menos paciencia.
*
Flor del cerezo
fue siempre impaciencia
de fruto, hambre,
jácara blanca.
A otro árbol
con esos tientos.
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Autor: Pablo López Carballo. Título: Perder naturaleza. Editorial: Trea. Venta: Todostuslibros y Amazon
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