“Un libro que habla de la sencillez, de la riqueza de la multiculturalidad, de la pertenencia a una ciudad que se sostiene gracias a todas ellas. Es el atrevimiento de una poeta que escribe lo que todo el mundo piensa y chismorrea en patios o redes sociales. Ágata, de frente a las vidas que se tocan, observa y anota. Y luego nada.
Se trata de una cadena de historias cargadas de ironía que te engancha hasta el último día de piscina. Una oda a la vida de una mujer de barrio que consiguió llegar y salir de él voluntariamente. Orgullosa de sus orígenes, que solo agacha la cabeza para escribir, que espera en la Piscina del Oeste a su amado y a que la leas”. (YSA CRUZ)
Zenda comparte cinco poemas de Piscinas del oeste, de Ágata Navalón (El Sastre de Apollinaire).
***
APERTURA
La ciudad es un sueño colectivo,
un por-venir siempre entre la grúa y sus habitantes,
agarrando fuerte los días con la pala, el cubo de playa y las conchas
que se pueden encontrar entre los escombros de las promociones de viviendas,
el carril, la bicicleta, un hueco donde aparcar.
Los coches son testigos fijos como las cámaras omnipresentes.
Los niños corren, gritan, ríen en cualquier lugar,
también en los parques sucios con sus palomas grisáceas de polvo.
La ciudad es vida entera de destino,
ciudad que mancha sangre junto a mi sangre que también derramo,
me agacho y la recojo, llevo una bolsa de plástico verde,
como las que llevan los dueños de los perros,
hombres y mujeres que aman perros.
Yo amaba la sangre que expulso ahora,
la amaba, la he amado, creo que ya no la necesito y se me cae.
No quiero manchar mi ciudad con mi sangre.
No quiero mancharte a ti, hombre al que creo que amo con mi sangre,
y rezo para conjurar una fórmula que cambie este hecho y en la que se pueda leer que no hay hemorragia perpetua.
Entre las grúas y los perros,
los balcones de ladrillo y el agua que expulsan los cuerpos
sentados en las sillas de plástico,
los muslos pegados a la ralladura manchada de alioli, y los aparatos inteligentes sobre las mesas.
Están también los hijos de la sangre que hilan
futuras hemorragias y se agarraran a las ventanas
de los séptimos,
con bailarines colgando en el ruido
de esta ciudad que hierve.
Vidas salpicando a 45 grados entre ruedas de monopatín y pasos de cebra.
Los semáforos se sienten ángeles e iluminan el camino
de asfalto tatuado de gomoserrina y colorante,
líneas de vida urbana,
entre los contenedores de reformas y las superficies enceradas.
¡No te escurras!
Esta ciudad es una pista de patinaje sin hielo.
No es tan difícil porque al final siempre te quedarán los veranos y la Piscina del Oeste.
***
DÍA 3
Estoy aquí en la Piscina del Oeste
y afuera está el obrero que vigila la obra,
8 horas, 6 días.
Los hombres reforman un supermercado,
colocaron el piso de cemento pulido, sin la cera, al principio. Los ventiladores soplan en la noche,
los obreros bucean en sus móviles,
los obreros conducen toros mecánicos,
los obreros se llevan estanterías, piensos de reciclaje y máquinas
de hacer zumo,
hablan lenguas babélicas,
toman café en el bar que da fútbol gratis y buena comida
latina,
cafés en tazas pequeñas.
Se escucha español fragmentado.
Los obreros en la siesta.
Tumbados, enajenados, agotados, soñando siestean. Y yo continúo en la Piscina del Oeste,
sabiendo que te amo.
***
DÍA 7
Estoy de nuevo en la Piscina del Oeste
y pienso en todas las ofertas de trabajo y en los besos que no nos damos.
Nos dimos algunos.
Eran secretos,
eso pensaba.
Pensaba que los besos nuestros eran secretos porque nadie más podía hacerlos,
y ahora veo en el hueco entre la puerta acristalada y el reloj parado besos parecidos,
besos de un chico blanco y una chica no blanca.
Decir blanco es correcto, creo.
Me pregunto si mi hijo —él mismo dice que no es blanco—,
podría llamarlo de otro modo.
Regreso a los besos.
Hoy han colocado altavoces gigantes y un hombre baila entre ellos.
Mi hijo, que no es blanco, lo mira.
Mi hijo, que dice que no es blanco, me dice que no tenga miedo de los hombres no blancos
jugando a un no parchís en los soportales.
Mi hijo ve que lloro porque he descubierto que los besos no eran secretos,
todos saben hacerlo,
Él no.
Mi hijo no blanco no sabe hacerlo, es todavía un niño. Su amiga le previno.
No soy de esas.
No voy al cine contigo.
Él no lo entendía.
No sabía de los besos y las salas oscuras.
Quería simplemente ir al cine,
como viene a esta piscina,
Piscina del Oeste,
con música de los 90,
besos no secretos,
chicos no blancos.
Y creo,
creo,
que aún te amo.
***
DÍA 13 – EXCURSUS 4
Escribo sobre los caminos de la tierra entre parques para perros y niños.
Escribo en el agua que refleja el perfil de los edificios altos.
Escribo sobre lo que vuela entre los pentagramas de la composición de los audios
que se envían y se eliminan. Escribo en el polvo de los coches.
Escribo y no se puede interpretar.
Es imposible comprender estas letras
que voy haciendo,
arañando los muros de camino a la piscina,
la Piscina del Oeste,
pero no voy a hacer una letra más clara,
solo se comprenderá si se recorre este camino
bajo el calor, el fuego,
los lugares que renombraron y que no muestran las fotos.
Entre lo arañado y su significado hay una plegaria.
Creo que eres tú,
el hombre al que amo.
Porque estoy en la Piscina del Oeste
y sé que aún te amo.
***
DÍA 15
Mañana habrá tormentas.
No podremos escondernos en el fondo de la piscina,
hacer ejercicios de peso y sentarnos en el fondo,
colocarnos en la zona solárium y escuchar reguetón,
imaginar que queda un rincón donde quepamos,
y poder decirte,
que creo,
a pesar de la inmovilidad de los negocios,
de la obra del supermercado,
de la mujer vigilante,
de este silencio de mediodía,
que la mayoría del tiempo pienso que te amo.
—————————————
Autora: Ágata Navalón. Título: Piscina del oeste. Editorial: El Sastre de Apollinaire. Venta: Todos tus libros.
BIO
Se forja dentro del mundo del Spoken Word en la ciudad de Valencia, ha publicado el poemario Fragmentos de Vikingo (Le Petit Editor, 2022) y es parte activa dentro de festivales y encuentros poéticos nacionales.
Construyendo una vida en la que la poesía se presenta como una búsqueda de lo callado que nadie parece escuchar. Ágata Navalón regresa con este libro, que relata los días de un encierro voluntario dentro de una piscina de verano, inmersa en una ciudad ardiendo.
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