Álvaro Galán Castro (Málaga, 1979) es profesor del Departamento de Traducción de la Universidad de Málaga. Este es su séptimo libro publicado. Anteriormente ha obtenido los premios Salvador Rueda (Los frutos de la herida), Rafael de Cózar (Del pájaro que canta en los días aciagos) y Ricardo Molina (Ficciones familiares). Una brillante trayectoria literaria, dentro de su generación, entretejida de reflexión y riqueza expresiva. Y una búsqueda de equilibrio entre realidad vivida y verdad literaria.
«Plenitud y vacío tiene una cerrada estructura, casi arquitectónica, construida por tres partes que forman el círculo neurálgico del que bien pudiera ser un largo poema que se mueve entre el vértigo de la creación y el encerramiento espiritual que conduce a la nada y al vaciamiento casi físico del ser humano. La filosofía oriental está muy presente en estos versos en los que se hacen afirmaciones que nos acercan a la aniquilación del yo o a su transformación en una significativa interrogación: “¿No somos otra cosa que lenguaje?”. Realidad y experiencia casi religiosa que se aúnan en acertada síntesis en este libro de una atrevida originalidad y de una extrema sinceridad».
(José Infante)
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LEIBNIZIANA
Cada no mucho tiempo me preguntas,
con una exactitud casi inquietante:
—Papá, ¿por qué existimos?, ¿por qué no no existimos?,
¿por qué en lugar de nada hay algo, apenas
algo así diminuto como el mundo,
a la vez tan pequeño e insondable?
Y yo,
que no tengo respuesta para esto
ni para otros asuntos también muy principales
—el amor y la muerte, la inestable distancia
que separa lo justo de lo injusto,
el origen del mal, sus rendimientos—,
y yo quisiera ser
un héroe cultural, ladrón del fuego
para ti, mi escuchita, un bodhisattva
señalando la luna con un dedo
de luz y de acertijo,
más allá de la vana enciclopedia,
más allá de Voltaire y de su bilis,
para ti ser un cándido derviche
de vuelta del viaje a las estrellas.
Pourquoi y a-t-il quelque chose plutôt que rien?
Porquoi il n’y a pas rien?
Yo, que siempre ando a tientas y voy siempre
pisando la dudosa luz del día,
prefiero no mentirte y te respondo
lo que dicen los héroes y los sabios,
lo que canta el poeta,
lo que callan el buda y el derviche,
por que tú sola escojas de todas las respuestas
la que más le convenga a tu zozobra.
Y añado: «yo no sé con cuál de ellas quedarme».
A veces, además, me saco del bolsillo
la pluma de un gorrión,
la concha de una lapa que el mar haya lavado
hasta el último nácar, transparente
y fina como el aire, el esqueleto
de un erizo de mar,
la cápsula aún viscosa de un azahar de China
o un grano de mostaza
y te lo muestro.
Todas estas pequeñas y frágiles nonadas
o mónadas desnudas en cambio permanente,
Kunstformen der Natur para que nunca
olvides la presencia, la extrañeza
de estar aquí y ahora en este mundo,
el mejor de los mundos imposibles.
Y riego con amor esa semilla
que te crece del alma hasta el cerebro
lenta como un coral y tan expuesta.
Porque en esas preguntas inquietantes
está la poesía que ha sido y que aún no ha sido
y ya sé que no soy un padre muy sensato.
II
MISTERIOS DE LA SABIDURÍA
INMÓVIL DEL MAESTRO TAKUÁN
Tener no me importara
cárcel por fuera
si de la de aquí adentro
salir pudiera.
Chicho Sánchez Ferlosio
En la casa cerrada con dos vueltas de llave
se diría que ya no queda nadie
a no ser por la flauta de bambú
que sopla como el viento entre los pinos
a lo largo del día.
Acaso, rara vez, repica una campana
y se siente vibrar el gran silencio
en la mecha torcida de la vela.
Y un cuenco con arroz recién cocido
humea en una mesa.
El viento que acaricia los bancales
anegados del Tíbet.
El bien y el mal afloran como el loto, entre el fango,
si surge un pensamiento.
El odio solo daña a quien lo ejerce;
es una enfermedad de los pulmones;
impide respirar.
Mi espíritu neumático está enfermo
de rencor hacia alguien que no existe
más allá de la celda del cerebro,
más acá de la sombra del espejo.
Cárcel tengo por fuera,
cárcel, cárcel por dentro.
Mi espíritu disperso se fija en cada cosa,
se ancla en las pequeñas diferencias
—el suelo que yo piso es solo el techo
del vecino de abajo—,
el dinero, las clases virtuales,
la esperanza del día mañana,
la lista de la compra, el balance de muertos,
la tesis doctoral, este poema,
la flexión dolorosa de las piernas…
—pensar en no pensar
es ya pensar en algo—
… el clima, las mujeres, la cerveza.
El viento que sacude la cebada
en los valles de Irlanda,
I sat within the valley green
I sat me with my true love.
Debajo del ombligo, donde dicen que el hara
concentra la energía, kikai tandem,
a dos o tres centímetros del tajo
que nos diferenció de nuestra madre,
no existe ningún centro
de ventral gravedad impermanente.
El otro está vacío como yo estoy vacío.
Las manos que acarician o sacuden
también están ociosas, como el viento.
Pero no te encadenes al vacío.
Medita cuanto puedas y practica
la vía purgativa del poema,
pero también la vía del silencio.
Si bebes, bebe bien
y llora si es que lloras.
Quizá llegues un día
a la última verdad:
un sauce en el jardín,
una flor de ciruelo.
VII
LA JAULA DE FARADAY
No te regalan un reloj,
tú eres el regalado.
Julio Córtazar
La puerta de la casa está cerrada
igualmente por fuera y desde dentro.
Ya no sé si dejé la jaula abierta
o un cernícalo vino a mi terraza,
el caso es que el canario voló de entre mis manos.
Se fue como llegó, desde la nada.
Un domingo, con sol,
al volver con la niña de paseo,
escuché su aleteo nervioso y azorado
en el fusco anaquel del salón donde pongo
a cubrirse de polvo los libros orientales.
Se fue justo a posar en las piernas de un buda
de plástico barato.
La anilla de su pata delataba
—igual que en los tobillos del esclavo
las marcas encarnadas que dejan los grilletes—
su cruz de cimarrón arrepentido
por la sed, por el hambre, por el miedo.
Mayita se negó con fervor a soltarlo,
a darle su derecho a morir sobre el viento,
y yo cedí a su ruego y su promesa
de que lo iba a cuidar.
Así que lo siguiente fue comprarle una jaula.
Entonces ya no pude volver a echar la siesta
entre el uno de octubre y finales de junio
(en verano callaba —por sofoco, supongo—).
Podríamos haberlo bautizado
como Michael Faraday
por su eléctrica voz,
por el gran magnetismo de su timbre.
La verdad tal vez sea más prosaica:
le llamábamos Trini, brevemente,
aunque esto, bien mirado, no sea poco.
Ahora
la jaula está vacía, dejé su puerta abierta
como símbolo fácil, meridiano
de su liberación.
Y he sembrado una parte de su alpiste
en algunas macetas que tenía
olvidadas y yermas.
Acaricio mis manos vacías en la hierba.
Encuentro ese verdor acordonado
una burda intentona de quitarle
sus puertas a mi casa
como burdo es ponérselas al campo.
La otra parte la tiro por la borda
para dar de comer a los pájaros libres.
No sé tú, pero yo he vivido siempre
encerrado en mí mismo.
Hoy haría once años de casado
y hace cuatro firmé, por estas mismas fechas,
el divorcio,
bendito a fin de cuentas, aunque cueste
soltarse en un principio.
Pagué mi libertad a muy buen precio.
Doy gracias de estar solo en mis encierros.
Tan vital es dejar entrar al otro
como hacerlo salir cuando no quiera
quedarse en el hogar de tus pulmones,
mostrarle la salida amablemente,
no cerrarle la jaula de tu pecho
igualmente hacia dentro y hacia fuera.
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Autor: Álvaro Galán Castro. Título: Plenitud y vacío. Editorial: Visor. Venta: Todostuslibros
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