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5 poemas de «Ritual del laberinto» de Julio Mas Alcaraz

5 poemas de «Ritual del laberinto» de Julio Mas Alcaraz

En Ritual del laberinto, (Bartleby Editores, 2021), tercer libro de poemas de Julio Mas Alcaraz, dos mujeres giran y sumergen a los lectores en el mundo amniótico y cinematográfico que su autor habita. Diez años después de la publicación de El niño que bebió agua de brújula, poemario convertido en libro de culto, el poeta presenta a Lorea y Lucía, nieta y abuela, separadas por un tiempo inaccesible. Los poemas de Lucía son un retrato descarnado y estremecedor de una mujer ante el drama desolador de la guerra. Los poemas de Lorea visitan en tiempo presente los lugares donde estuvo su abuela y descubren una salida al laberinto del pasado a través de la memoria, de la naturaleza herida por el ser humano y de la búsqueda de la identidad común en las huellas de lo amado.

En palabras de Jordi Doce, autor del epílogo, “los 83 poemas del conjunto proponen un diálogo entre /…/ dos tiempos o momentos de la historia, y lo hacen desplegando ese diálogo en una serie de espacios compartidos y emblemáticos: casa, pueblo, mar, bosque, ciudad… El resultado es un libro de vocación narrativa que se compone de piezas o eslabones profundamente líricos, marcados a fuego por la lógica de la imagen y la connotación”. “Un autor dotado de una imaginación prodigiosa y de una voz personal”. (Luis Bagué Quílez, Información).

UN NIÑO AL QUE MIRO MIENTRAS HUYO

Las alas de los ángeles son ya ramas secas de árbol y los

huérfanos buscan impacientes el dibujo de una madre

cualquiera para recostarse junto a ella y dormir.

 

El más pequeño encuentra una madre dibujada en el suelo

y se tumba a su lado. Ni la lluvia puede borrarla.

 

Antes de cerrar los ojos piensa que huele a manzanas.

 

Sopla el viento. El viento ciñe bien los cuerpos abandonados.

Conoce sus miedos y sabe rodearlos y mecerlos igual que

la brisa penetra por las hojas rasgadas hasta hacerlas caer.

III

Deja que su hija

apoye el lápiz en su vientre

y dibuje los contornos del feto.

 

Acaricia su cabello y le cuenta

que los paracaidistas que descienden

armados sobre el campo son medusas.

 

Quienes reposan en la tierra

con los ojos tapados con un trapo

son estudiantes de magia

que un día trabajarán en el circo.

 

Que el silbido de las bombas procede

de una cantante que perdió la voz.

 

Que los niños que arrojan a los hoyos

caen al pozo

de los deseos.

 

Hasta que se le acaban las metáforas. 

II

Estos niños

 

recogían caballos abandonados en los campos de batalla,

arrojaban arena a los depósitos de las motosierras que

talaban los bosques,

revivían con su aliento a las golondrinas cuyos nidos caían

a la vez que las casas,

acompañaban a los gatos ciegos a cruzar las avenidas

arrasadas,

hacían equilibrios sobre los cañones de los tanques,

cortaban al cero las cuchillas de las concertinas,

construían ciudades de cartón en los descampados para

confundir a los bombarderos,

pintaban de camuflaje la piel de los cachorros blancos

y rezaban a las nubes bajas y a sus sombras porque ellas

protegían a sus seres queridos.

 

Estos chiquillos se arañaban para oler el perfume de algunas

flores salvajes y dibujaban en la arena el zambullir del

martín pescador.

 

Eran la parte que olvidamos de los sueños.

I

La costa que ella observó no existe y un cartel anuncia la

última promoción de viviendas entre elevadas torres de

cemento.

 

Los basureros tiran las botellas de náufrago a los

contenedores.

 

Las tortugas que venían a desovar no regresaron y los

corales rojos que se unían a las paredes sumergidas de las

calas reposan dentro de joyeros de plata.

 

El río no llega al estuario y se desvía a los invernaderos

donde pagan con arroz a los peones.

 

Las avionetas llenan de anuncios el horizonte y las ánforas

griegas sirven de cenicero en las puertas de los bares.

IV

No es este un bosque en el que se permita

que los joyeros cacen vivos

a los cucos, ruiseñores o mirlos

para encerrarlos en sus relojes de madera.

 

En este bosque

los hombres se parecen

a los fresnos recién nacidos,

y las líneas de sus manos

forman anillos de árbol.

 

Aquí se forjaron pendientes

con las hebillas de los uniformes,

se jugaba a las damas

con las condecoraciones de guerra

y se construyeron órganos de tubo

con los dorados casquillos de los obuses.

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Julio Mas Alcaraz es poeta, cineasta y traductor. Su anterior poemario, El niño que bebió agua de brújula (Calambur, 2012) fue, entre otros, seleccionado por El Cultural como uno de los cinco mejores libros de poesía del año. Como traductor, El juramento de la pista de frontón (Calambur, 2011), de John Ashbery, fue elegido uno los veinte libros del año por El País. Su última traducción ha sido la antología Poemas a la Luna (Bartleby, 2019), una antología bilingüe de 22 poemas románticos y simbolistas para conmemorar los 50 años de la llegada de la misión espacial Apolo 11 a nuestro satélite. Como cineasta, Julio Mas ha dirigido diversas piezas audiovisuales que han participado en algunos de los festivales de cine más prestigiosos del mundo y ha obtenido numerosos premios y reconocimientos. Su trabajo ha sido comisionado, entre otros, por la National Gallery de Londres. Master of Fine Arts por la London Film School, es licenciado en Ciencias Económicas (UAM).

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Autor: Julio Mas Alcaraz. Título: Ritual del laberinto. Editorial: Bartleby Editores. Venta: Todostuslibros y Amazon

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